Me esperaban en Cuenca Mahler y el Orfeón Donostiarra. Mucha espera, sí. Y no he podido atender a mi deseo de asistir al concierto de clausura de la Semana de Música Religiosa. En lugar de la Segunda Sinfonía (la sinfonía Resurrección) en directo, la audición atenta y a solas de la Quinta ha querido funcionar como un placebo. Sin que alcanzara, claro. Y así, y con más lectura, pongo un fin provisional a unos días que dicen de descanso, o de vacaciones.
Sábado y domingo también de grises y nubes, el sol huido, como si no le complaciera asomarse a estos días extraños. Quizás por no querer ver cómo se desvanece, hasta casi desaparecer, la ética ante lo que algunos nos quieren hacer pasar por política, si es que por ‘política’ entendemos la persecución ansiosa de votos de ciudadanos a los que hemos despojado previamente de tal condición, reducidos a seres incapaces de pensar por sí solos.
Ni ética, ni estética, la de esa procesión permanente en pos de las procesiones, precedidas -o seguidas, que tanto da- de declaraciones que simulan no ver la viga en el propio pero sí la paja en el ojo del ajeno. Cuando no el recrear del ‘dime de qué presumes…’, para que todos sepan de tus carencias. Desvergüenza la de exigir a otros el cese de la conducta que practica el, o la, impertérrita exigente. O curioso afán de monopolio… esta es cosa nostra, y, al fin y al cabo, 'nosotros sí somos de los vuestros’. Lecciones que aprender.
Ha tenido que ser en esta semana cuando, de nuevo en un ejercicio de distracción y olvido, los poco amigos de las reglas básicas de la democracia -aquella vieja y sencilla separación de poderes- exijan del ejecutivo la extralimitación en sus poderes y la vulneración de derechos (vigilar y detener sin orden judicial, ¿también castigar?). Claro que tampoco tienen claro -otros sí, por eso se les nota más- que en un Estado no confesional no cabe confusión entre lo sagrado y lo profano, lo temporal y civil y lo -al menos en apariencia- espiritual. ¡Cuánto he echado de menos algún Cristo que expulsara del templo a estos mercaderes y sus viejas mercaderías!
Jueves y viernes, días de no hacer. Sí pensar, leer, reflexionar, anotar. Ver cómo cae la lluvia, mansa y terca, casi sin parar. Días sin acción que no lo son tampoco de pasión, si es que la lectura y el ejercicio de pensar no son acciones apasionadas.
Rehúyo el ruido circundante, y me extraña la ausencia de silencio cuando es silencio lo que parece convenir al espíritu que conmemora el ritual del sufrimiento y la pasión -negación, dolor y muerte- del dios. Muerte del dios, escándalo de gentiles cuya razón no entiende de omnipotencia que se troca en sinrazón, condición de la resurrección que es alivio y salvación y gloria. Recogimiento interior, decían, y fe. Se precisaban silencio y recogimiento y unción, decían, y así lo creía yo.
Lo que percibo, como siempre, es trompetería y oropel, falsa marcialidad, disfraz. Espectáculo. Representación. ¿Dónde el misterio?, ¿dónde la trascendencia? Que poco parece importar ese dejar-de-ser para ser ya otro-de-sí, esa síntesis donde muerte y vida, lejos de excluirse, son una para la otra, se necesitan mutuamente y mutuamente se anulan, una y la misma en ese bucle sin fin que se reitera -retorno eterno de lo mismo- cada año aquí por primavera (que es nacer, vitalidad), por otoño (ocaso y declinar) allí, en el hemisferio al sur. Cadencia de estaciones, ritornello, rodar sin fin de un sucederse sin novedad ni sorpresa.
¿Y por qué echar de menos fe en quienes de fe presumen, en quienes la fe se les presume? Cosa distinta es saber de ese acontecer público, abierto, que es ver y dejarse ver, esperar, congregación, desfile, atrezzo, emocionada exterioridad, aplauso y orden, órdenes, tradición y, por reiteración, dominio. Cuando no, si es el sur, jazmín y azahar, perfume y olor, noche templada, cera prendida, cuerpo, sensualidad. Refuerzo de la creencia cuando los sentidos suplen el concepto, cuando el decir -salir de y hacia el otro- que es repetición de lo aprendido por ajeno y otro se impone al meditar que es perpetua innovación de -y en- uno consigo mismo a solas, autonomía y decisión personal.
Me queda, de otra época, el placer de los oficios (siempre me ha gustado esa palabra que alude al trabajo, que evoca un hacer y un saber hacer: ‘tiene mucho oficio’) que celebran, la noche del sábado, la vida asociada a la luz, el renacer, ese tiempo germinal sin mácula que es principio, que es inicio y es promesa. Pero que es, irremediablemente, anuncio a la vez de un tiempo que se ha de agotar, que contiene en sí mismo la imperfección del pecado y la mancha que requieren, a su vez, de la redención –dolor, pasión y muerte mediante- que es perdón y vida.Y así por los siglos de los siglos.
Días de no hacer. Meditación, reflexión y lectura. Vísperas de acción con la mayor de las pasiones.
El Adagietto de la Quinta sigue teniendo el tempo lánguido de la muerte enVenezia.
Pues, si hubiera tenido ocasión, hubiera ido a Cuenca, por Cuenca y por Mahler.
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