lunes, 26 de noviembre de 2018
luto
Ha muerto Bernardo Bertolucci. Pero no su luz ni sus sueños, no su poesía. No la belleza que sus ojos nos regalaron.
viernes, 23 de noviembre de 2018
silencio
Me
manda B un enlace que me lleva a la información que ella me quiere trasladar.
Juan Mayorga prepara el estreno de su El
mago, que también dirige. De la lectura de la noticia llama mi atención,
sin embargo, la declaración de Mayorga de que anda urdiendo el que ha de ser su
discurso de ingreso en la RAE y cuyo asunto será, dice, el silencio. Por el
valor que tiene en el teatro -la redactora entrecomilla-, y también en la vida.
El silencio es el soporte de las palabras
y a la vez su frontera, añade el académico electo, y son estas las palabras
que me hacen pensar y rememorar.
Pensar
en que, en efecto, no hay discurso sin silencio, ni reflexión. Ni entendimiento
siquiera, si no es rompiendo el continuum que nos permite individuar las palabras
y distinguirlas (por más que no sea más que un silencio hecho de una procesión
de pequeñas pausas) Ni música, tan importante el silencio como el sonido y el
tiempo, su común medida. ¿Te acuerdas de aquel silencio de blanca de cuando el solfeo?, ¿de aquellos sonidos del silencio? O, puestos ya
trascendentes, ¿de ese silencio de Dios
que atormenta y llena de desasosiego las conciencias de los pensadores
creyentes, Auschwitz mediante?
Pensar,
decía. Y rememorar. En silencio, solos los dos, vimos las imágenes del entierro
del dictador que daba la televisión. A mi abuelo Pedro se le caían las
lágrimas, orgulloso yo de su amor y su entereza, respetuoso de su dolor y sus
recuerdos. No hablamos: el silencio lo decía todo. Aquel 23 de noviembre era
domingo, y un rey presidía los funerales.
martes, 20 de noviembre de 2018
noviembre*
Hace 43 años del 20N. Que es hoy aunque parezca ayer.
Aquella madrugada me tenía encamado, además de la hora, uno de mis tan frecuentes por entonces cólicos nefríticos, que ni paz ni descanso me permitían.
La noticia, coreada en voz baja, me llegó por el patio de vecinos y obró de inmediato el milagro. Y tuve que abrigarme bien para salir a la calle hasta encontrarla impresa en los diarios que acababan de llegar al quiosco habitual, tan cercano a las viviendas del profesorado universitario como a aquel edificio en semicírculo que se encara hacia el arco de triunfo que tan postizo me pareció desde mi primera vez.
La vi. Lo vi. El diario como papel de luto. Compré uno y me volví a la casa.
Vendrían después las llamadas, las euforias y un par de visitas. Uno estaba oficialmente enfermo y, a la vez, misteriosamente recuperado.
Que conste que nunca le deseé paz ni descanso. Ahora tampoco.
Esta tarde, cuando esto escribo, lo hago porque vengo de leer hace unos minutos un artículo de prensa (otro diario, aunque este nacería después). Se llama Horas de Berlín y lo firma Antonio Muñoz Molina.
Acaba así: ‘... El pasado es ahora. La historia tiembla aquí y ahora como un suelo sísmico. El pasado más negro fue ayer y puede ser mañana.’
Pues eso.
* A MJ, entonces un bebé, que me ha animado a seguir,
y a A, que se ha preocupado por mi silencio.
Aquella madrugada me tenía encamado, además de la hora, uno de mis tan frecuentes por entonces cólicos nefríticos, que ni paz ni descanso me permitían.
La noticia, coreada en voz baja, me llegó por el patio de vecinos y obró de inmediato el milagro. Y tuve que abrigarme bien para salir a la calle hasta encontrarla impresa en los diarios que acababan de llegar al quiosco habitual, tan cercano a las viviendas del profesorado universitario como a aquel edificio en semicírculo que se encara hacia el arco de triunfo que tan postizo me pareció desde mi primera vez.
La vi. Lo vi. El diario como papel de luto. Compré uno y me volví a la casa.
Vendrían después las llamadas, las euforias y un par de visitas. Uno estaba oficialmente enfermo y, a la vez, misteriosamente recuperado.
Que conste que nunca le deseé paz ni descanso. Ahora tampoco.
Esta tarde, cuando esto escribo, lo hago porque vengo de leer hace unos minutos un artículo de prensa (otro diario, aunque este nacería después). Se llama Horas de Berlín y lo firma Antonio Muñoz Molina.
Acaba así: ‘... El pasado es ahora. La historia tiembla aquí y ahora como un suelo sísmico. El pasado más negro fue ayer y puede ser mañana.’
Pues eso.
* A MJ, entonces un bebé, que me ha animado a seguir,
y a A, que se ha preocupado por mi silencio.
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