viernes, 19 de febrero de 2021

pues eso

Si el movimiento obrero y socialista debe recuperar su espíritu, su dinamismo y su iniciativa histórica, nosotros, como marxistas, debemos hacer lo que sin duda Marx habría hecho: reconocer la nueva situación en la que nos encontramos, analizarla de manera realista y concreta; analizar las razones, históricas o de otro tipo, que han causado los fracasos y los éxitos del movimiento obrero, y formular no solo lo que nos gustaría hacer, sino lo que se puede hacer.


E. Hobsbawm, Política para una izquierda racional, Barcelona, Crítica. 1993.

miércoles, 17 de febrero de 2021

honesta intensidad

La vertadera caritat fa por.
És com la poesia: un bon poema,
per bell que sigui, ha de ser cruel.
No hi ha res més. La poesia és ara
l'última casa de misericòrdia.

Mi primer encuentro con su poesía fue en/con aquella Casa de misericòrdia (El pare afusellat...), y desde entonces no me ha abandonado. Tampoco ahora, cuando él ya no está pero nos deja para siempre su escritura, honestamente intensa. Si sentí con él la emoción compartida por Joana cuando la pérdida, ahora es el tiempo de la gratitud. Que nunca será tiempo de silencio.

(…) Mi proyecto poético empezó siendo una vaga sensación premonitoria para definir cuál sería la relación entre la poesía y la vida. Esta sensación permaneció, mientras se hacía más compleja, en los sucesivos libros de poemas: cada uno de ellos iba sintiéndose con más intensidad como parte de un todo que avanza y se define a medida que se construye —o destruye— la propia vida. El proyecto terminará a la vez que la obra, y la obra a la vez que la vida. (...)

La fuente más importante de mi poesía es la subjetividad. En general, no puedo inventarme acontecimientos. La dificultad es para mí de otra índole: el mero producto de la inteligencia o de la elaboración no tiene papel alguno en la poesía que más me atrae, porque pienso que el poema no es una cuestión de contenido, sino de intensidad.

Cantamos al misterio que nos es propio. Queda por decidir desde dónde cantar, y ésa es la búsqueda que cada poeta realiza a su manera. En esto consiste el estilo, la voz personal, esa voz que hay que encontrar si se quiere ser escuchado. Intento ejercer una inteligencia sentimental a través de la poesía, a la cual no le queda ya más característica para identificarse respecto de la prosa que la concisión y la exactitud. Es la más exacta de las letras en el mismo sentido en que las matemáticas son la más exacta de las ciencias. Y si se trata de un mal poema, ensuciará el mundo, como una bolsa de basura dejada en medio de la calle. Porque un mal poema no es neutral, sino que contribuye a ensuciar, a desordenar el mundo, igual que un buen poema contribuye de algún modo al orden y la higiene del mundo. Éstos son los ejes que me traza, al cabo de los años, mi confortable desinterés por lo que tiene la pretensión de ser novedoso o exótico, un retorno a la divisa de Diderot: «A la mediocridad la caracteriza su gusto por lo extraordinario». En mi descargo diré que detrás de una vejez que no haya asumido la decepción suele haber necedad. La decepción es un sentimiento positivo para la defensa de la mente contra la impostura.

(…) Después de un recital procuro siempre abrir un diálogo tan lejos como puedo de las artes escénicas que, hasta cierto punto, se tienen que utilizar al decir los poemas ante un público. Este contacto directo me ha descubierto o me ha reafirmado en cuestiones fundamentales: que no escribo poemas para mí. Que la recomendación de «amar a los otros como a ti mismo» que cambió el mundo y que todavía no hemos podido apartar o sustituir, sólo la he podido llevar a cabo a través de la poesía, porque intentar escribir un poema es para mí una forma de amar.

(…) Siempre he tenido conciencia de que la poesía, para mí, se extendía por toda la vida. La prisa, pues, no ha formado parte de mi relación con el poema. El juicio final lo hará el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde sólo, y no es poco, el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos. Ninguno de nosotros contamos demasiado, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad. Estas virtudes, si las hay, vienen de muy lejos y recorren largos y complejos caminos interiores.

Joan Margarit, en Prefacio a la edición de 2015: Unas palabras para esta edición de todos mis poemas, de Todos los poemas (1975-2015), Editorial Planeta, Barcelona, 2018.



sábado, 6 de febrero de 2021

feria y gigantes

Descubrir que una muy joven escritora, periodista de formación, es capaz de captar con tanta ternura el orgullo de los humildes y declararse ella misma orgullosa de sus orígenes, de describir con un lenguaje preciso y fresco, atento al decir y al acento de sus gentes, historias que no por personales son menos universales, de mezclar lo presente con lo ido, y a Sylvia Plath con la Ana Mari, de trenzar unas vidas que sin su palabra quizás se irían perdiendo para siempre... descubrir todo eso en esta Feria sin vanidades me reconforta y me alegra. Y me alegra, y mucho, respirar con ella ese viento -¿cuál de los doce?- que se siente también cuando subo a ese otro cerro de esos otros molinos, altivos siempre y poderosos los de Criptana.

Y no me avergonzará decir que se humedecen mis ojos cuando reviven otros tiempos. Recuerdos de un puñado de titos asados en más de un primerodemayo. Vicente, y puede que con algún otro más de los Simones, estaba allí. En la otra Sede.


Limpiando el carrete del móvil me he encontrado una foto de la comida de julio en la que aparece un rincón del corral de casa de mis abuelos. Es el de la ventana que da a la cocinilla, una habitación en la que solo hay una chi­­menea, una lavadora, tres o cuatro peroles colgados al lado de una hilera de guindillas secándose, dos estanterías llenas de tomate y pisto al baño María y a veces sarmientos para hacer lumbre. Si alguna vez alguien me pregunta a qué huele España responderé que a esa habitación, a la cocinilla, que cuando estaba mi abuela también olía a ve­­ces al jabón que hacía ella.

Debajo de la ventana hay un montón de macetas. Ge­­ranios, un poto, un rosal, un arbolillo. Delante y reflejado en el cristal, un trozo de cuerda de tender con cuatro o cinco camisetas y cuatro o cinco pantalones diminutos. Son de mis primos y están ahí porque mi tío Pepe se­­gu­­ramente les daría un manguerazo o les echaría una es­­puerta de agua, que es lo que hace mi tío Pepe en cada comida familiar.

Me he quedado mirándola un rato, tratando de averi­­guar en qué momento la hice y he pensado que la vida es eso y poco más. Unas cuantas camisetas de crío secándose al sol y unos cuantos cubos de pintura plástica que ahora están llenos de tierra y geranios.

Un día mi abuelo me dijo que las flores eran de mi abuela, que él solo plantaba cosas «que sirvieran», y por cosas que sirven él entiende todo aquello que se puede comer, ya sean tomates, calabazas o aceitunas. Un año le regalamos un bonsái y no entendió el concepto. Le debió parecer que aquello estaba enrratonao, así que lo fue tras­­plantando y ahora es un olivo más grande que yo que da aceitunas de un tamaño considerable, y mi abuela las arre­­glaba y luego nos regalaba botes para que nos lleváramos.

***

La única hierofanía posible en La Mancha se produce si uno alza la vista y comprende que igual es sobria y austera en el suelo porque robar protagonismo a esos cielos no sería de ley y para comprender eso también hace falta valor y saber mirar, concretamente hacia arriba, más allá de uno mismo. Esto te lo diré llegando a la portá del bisabuelo y seguramente no me vayas escuchando ya, pero dará igual porque te lo repetiré muchas veces a lo largo de tu vida y quizá a esa altura ya nos hayamos cruzado con la Tere la vecina y te haya preguntado que adónde vas tan hermoso y te haya dicho que qué grande estás. Cuando hayamos llegado al 61 te diré que llames por la ventana de la cocina porque seguramente el bisabuelo Vicente esté viendo una corrida y echándose una cabezá que ne­­gará incluso ante una pareja de espías rusos estar echán­­dose y llamarás por la ventana.

Cuando le cuentes dónde hemos estado y que has aprendido lo que es un exvoto igual te dice que eso son tontás y que eres un alcahuete e igual eso también ten­­dría que explicártelo, que de la misma forma que los es­­qui­­males tienen no sé cuántas formas de decir nieve, en La Mancha tienen otras tantas de decir alcahuete, todas con su correspondiente matiz: bacín, enrredaor, removeor, apercibiote. La explicación es la misma que en el caso de los esquimales: cuando una realidad está muy presente en un pueblo hay infinitas maneras de nombrarla porque es posible discernir entre infinitos matices y variaciones.

Nos despediremos entonces del bisabuelo Vicente y no sé si nos dirá eso de «contra antes los vayáis, antes los venís», pero sí sé que saldrá a despedirnos a la puerta y no volverá a entrar hasta que nos haya perdido de vista, y cuando te hagas un poco mayor —porque como no se va a morir nunca, te vas a hacer mayor y él seguirá ahí— comprenderás que lo que hay en su mirada cuando mueve la mano para despedirte se llama serenidad y se llama orgullo. Y que no hay nada más bello que el orgullo que se permiten los humildes, porque es el que emana de las cosas importantes.

Cuando vivía tu bisabuela, de que vivía tu bisabuela, como decía ella, también ella lo hacía, claro, también salía a la calle a despedir a las visitas y no se pasaba hasta que las perdía de vista.

Ana Iris Simón, Feria, Círculo de Tiza, Madrid, 2020.

jueves, 4 de febrero de 2021

en nombre de Dios

(…)

Quizá me pregunten qué entiendo por «espíritu» o por «intereses». Pues bien, lo espiritual, considerado desde el punto de vista político y social, es la aspiración de los pueblos a mejorar sus condiciones de vida, a hacerlas más justas y felices, mejor adaptadas a la dignidad humana. Lo espiritual es la aprobación de ese deseo por parte de los hombres de buena voluntad.

Los intereses saben que un cambio semejante reduciría algunas de sus ventajas y privilegios. En consecuencia, intentan impedir tal evolución por todos los medios, incluido el crimen, o al menos detenerla por un tiempo, porque lo hacen sabiendo que convertirla en un imposible está fuera de su alcance. El bando de los intereses está interviniendo en España y la destruye con una falta de pudor desconocida hasta la fecha.

En realidad, lo que viene sucediendo en ese país desde hace meses constituye el escándalo más inmundo de la historia humana. ¿Pero es que el mundo no se da cuenta? Me temo que no, porque los intereses asesinos no saben hacer nada mejor que volver al mundo estúpido, ocultar su verdadero carácter. El otro día me llegó esta información desde el lugar más sombrío de Europa: Alemania. «¿Quién habría podido imaginar que, cayendo del cielo azul, los Rojos de España fueran capaces de tales horrores?». ¡Los Rojos! ¡Cayendo del cielo azul!

Todo el mundo sabe lo poco revolucionarias que eran las reformas del Frente Popular español, esa alianza de republicanos y socialistas sellada por una victoria electoral decisiva y legítima.

¿Es que ya no tenemos corazón? ¿Ni razón? ¿Queremos que el bando de los intereses nos arrebate los últimos restos de buen juicio y de libre pensamiento cayendo en la trampa que montan con tanta destreza? De hecho, ocultan los instintos más bajos bajo la máscara de ideas de cultura, de Dios, de orden y de patria. Un pueblo que vive bajo el yugo de una explotación de las más reaccionarias desea una existencia más clara, más humana, un orden social que cree que le permitirá ser más digno de su propia humanidad. Para este pueblo la libertad y el progreso no son aún nociones roídas por la ironía y el escepticismo. Cree en ellas como los valores más altos y dignos de su esfuerzo. Incluso ve en ellas las condiciones de su honor como nación. Este pueblo se ha proporcionado un gobierno que se propone remediar —procediendo con prudencia y teniendo en cuenta las circunstancias particulares— los abusos más indignantes. ¿Qué sucede a continuación? Estalla una rebelión de generales al servicio de las antiguas potencias explotadoras, estalla con la complicidad del extranjero. La rebelión fracasa, está a punto de perder, y entonces los gobiernos extranjeros, enemigos de la libertad, acuden en su ayuda y, a cambio de promesas de ventajas económicas en caso de victoria, proporcionan a los insurgentes dinero, hombres y material de guerra. Gracias a estos alimentos, la lucha sangrienta prosigue, engendrando en ambos bandos una crueldad cada día más implacable. Contra el pueblo que lucha desesperadamente por su libertad y sus derechos humanos, se lleva a la batalla a tropas de sus propias colonias. Los bombarderos extranjeros destruyen las ciudades, asesinan a los niños. Y todos esos se hacen llamar «nacionales». Esos crímenes que claman al cielo se llevan a cabo en nombre de Dios, del orden y de la belleza. Si las cosas hubiesen sucedido conforme a los deseos de la prensa de los intereses, hace tiempo que la capital del país debía haber caído y las «bandas marxistas» debían haber sido vencidas. Pero la capital, medio destruida, aún se mantiene en pie, al menos en el momento en que estas líneas se escriben, y las «bandas rojas», según el nombre que prefiere la prensa de los intereses, es decir, el pueblo español, defienden su vida y los valores en los que cree con una valentía sobrehumana, una valentía en la que los más embrutecidos escuderos de los intereses deberían encontrar la materia de reflexión que podría llevarlos a descubrir las fuerzas morales que están en juego. (…)

 

Thomas Mann, España, en Jean-Pierre Barou, La guerra de España: reconciliar a los vivos y los muertos, Arpa, Barcelona, 2021.

**seguirleyendo 

 

miércoles, 3 de febrero de 2021

compañeros, amigos, camaradas

Ya no me alcanzan los dedos juntos de las dos manos para contar cuántos compañeros/amigos/camaradas nos han dejado en un no muy dilatado espacio de tiempo sin que sus muertes hayan seguido lo que de común se conoce como el orden natural de las cosas. La muerte, aquí, se ha comportado como una alimaña codiciosa y selectiva. Llegó temprano -temprano madrugó la madrugada- y se cebó en aquellos que más empeño pusieron en sus vidas por hace real ese principio, más intuido que aprendido, de que la lucha por la democracia y las libertades iba unida de modo inseparable a la pelea por conquistar derechos, libertades y democracia en tajos y fábricas, que no hay política con mayúsculas si se pierde esa centralidad que debe ocupar en ella el trabajo, el mundo del trabajo y de los trabajadores y trabajadoras.

Sabían bien que bajar al tajo de los problemas -y de los sueños- de quienes se ganan la vida a la vez que hacen el mundo y se hacen a sí mismos/as con el empeño de sus manos y de sus saberes era -y sigue siendo- una tarea política de primer orden, y quizás por eso optaron por hacer de las Comisiones Obreras su sindicato, que lleva en su ADN su condición de sindicato sociopolítico.

Hacer sindicato era hacer partido -sin subordinar el uno al otro, férrea la independencia si se terciaba-, y hacer región, y municipio, y escuela, y centro de salud y hospital si se terciaba.

La lista se va ensanchando a la vez que la memoria se ensancha. Y aunque no es cuestión de dar cuenta aquí de nombres y nostalgias, me cuesta no mentar entre los últimos a Juanjo, con el que compartí más de media vida, y entre los primeros a Eugenio, el Manchego, que me lleva en el recuerdo al derroche de generosidad de su despedida.

Ayer nos dejó, ojalá el último, Francisco del Campo, el Pivot. Albaceteño de Almansa. Grande de/en todo. En especial, de corazón. Y en su memoria, y en homenaje a quienes como él tanto nos dieron -incluso en los desencuentros- he querido no dejar de escribir aquí lo que siento.

Porque estáis en nuestro recuerdo. Porque os queremos. 

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