martes, 16 de mayo de 2023

lo común

 ¡Cuánto miedo, de una parte, y cuánto despotismo y mentira, de otra, en aquella advertencia  lapidaria! ‘Haz como yo -dicen que decía el viejo dictador- … y no te metas en política’. Décadas de desprecio de la política por quienes la monopolizaban en su exclusivo beneficio y nos apartaron -siempre por nuestro bien- de los pecados del voto y del partido: con el suyo, único, bastaba.

Y aunque es cierto que puede haber política sin democracia (frágil entonces, postiza, demediada: así en los regímenes autoritarios), verdad es que la política -con sus instituciones, sus reglas, sus contrapesos- es consustancial a la democracia. Polis y demos, ciudad y ciudadanía se han de pensar y han de ir siempre juntos.

Algo preocupante sucede, entonces, cuando un número creciente de ciudadanos desertan de su condición renunciando al ejercicio de su derecho al voto y a la participación. Un dato: en las pasadas elecciones italianas, las que dieron la presidencia del Consejo de ministros a la más extrema de sus  derechas, votó un 63,9% del censo, diez puntos menos que en las anteriores. En las municipales (parciales) de este domingo-lunes, el 59%. Cuatro de cada diez electores han renunciado a su derecho.  

Una desafección -y no solo en Italia- que apunta a una creciente irrelevancia de la política y, en consecuencia, de la democracia, y ante la cual solo hay, a mi juicio, una respuesta: (re)politizar, valga la redundancia, la sociedad y la vida. O, lo que es lo mismo, multiplicar la presencia activa y el poder y la capacidad de decisión de los ciudadanos. Dicho a lo claro: crear más democracia haciendo más robustas y más dignas  sus instituciones, partidos políticos incluidos.

Por el momento, una oportunidad: las municipales y autonómicas del domingo 28. Y un objetivo: traer al primer plano de la política lo que nos es común, esos bienes que calificamos de ‘comunes’ y que se sustraen a la vieja dualidad público/privado y, claro está, a la exclusiva decisión sobre los mismos de nuestros representantes (no porque se la neguemos sino porque no se la delegamos). Esos bienes que lo son de todos y cada uno de nosotros, la ciudadanía. La salud, el agua, la educación, el descanso, el medio ambiente, el paisaje, el saber acumulado, el espacio y las ondas, la cultura, el suelo público, los parques y los bosques… Que nadie, salvo sus titulares -nosotros, la ciudadanía- debería poder enajenar, ni en todo ni en parte, ni ceder ni permutar. O sea, privarnos de ellos privatizándolos.

Y a esa defensa, y a su cuidado, todos estamos convocados. Por nuestra sola condición de ciudadanos, es decir, de políticos, que se afanan en lo común, que es lo colectivo personalmente apropiado. Porque el 28 nos dividiremos votando cada cual según su preferencia, pero al día siguiente seguiremos compartiendo calle, plaza, tienda, centro de salud, cine o bar, pista deportiva, instituto o empresa, y hasta portal de casa. Problemas, y esperanza en su resolución, también satisfacciones. Nos iguala nuestra común condición, y esa bendita  capacidad humana que se llama compartir.

De ahí que me gusten candidatas y candidatos que dejen a un lado el  ‘yo’ para hablar de ‘nosotros’, que se comprometan a trabajar no ‘por’ sino ‘con’ sus (con) ciudadanos. Abiertos a colaborar con esos otros (sus iguales) elegidos en las listas de otros partidos, y al diálogo y la escucha. A no menospreciar los gobiernos compartidos. Y a la consulta ciudadana. Sí, aunque las urnas les hayan dado esa mayoría que dicen absoluta. O por eso mismo.

domingo, 14 de mayo de 2023

concordia

Las campañas electorales, que fueron en su día momentos de esperanza democrática, son hoy el testimonio más elocuente del grado cero -por decir algo más elegante que ‘ramplón’- de inteligencia política de nuestros días.

Dar cuenta de lo hecho con el voto recibido por quien aspira a revalidar encargo, criticar con agudeza lo no (o mal) hecho por quien quiere reemplazar al o a la que manda, detectar necesidades, avanzar (nuevas) propuestas. Dialogar, proponer, ofrecerse a construir. Debatir.

Es todo lo que espero, y es lo que no encuentro, en la campaña (que hasta regusto bélico tiene el nombre), aunque excepciones -contadas- también las hay.

Tenemos lo que nos merecemos, me dicen algunos de mis amigos. Y yo, siempre, me niego a admitirlo. Porque el voto es el único capital universalmente bien repartido, y la inteligencia de cada elector es un bien mayor y, por ello, merecedor del mayor de los respetos.

Puede que sea predicar en el desierto (que os recuerdo que avanza cada día) esto que escribo, pero el otro día le oí decir a un muy importante candidato que hay en España una dosis excesiva de enfrentamiento. Y tiene razón, e hizo bien en señalarlo.

Porque quizás sea lo peor de cuanto nos ocurre como pueblo. Algo empieza a oler a podrido cuando parece que tiene premio atizar el enfrentamiento, azuzar el odio y la inquina y promover el resentimiento hasta el punto de presentar la concordia como atributo de débiles. Cuando el insulto a quien preside el Gobierno es moneda de uso corriente (y si alguna vez ellos llegan a serlo, ¿pedirán el respeto que hoy niegan?), cuando la ignorancia atrevida y faltona es jaleada como si de una excelsa reflexión se tratara (¡ay, si la justicia social no fuera ya de la mano del cristianismo más auténtico!). Cuando agredir -y siempre se empieza con palabras- levanta aplausos. Cuando, en fin, el diálogo va enmudeciendo y avanza la nostalgia por aquella vieja dialéctica ‘de los puños y las pistolas’ de quienes ayer proclamaban que el mejor destino de las urnas era romperlas y hoy medran sembrando rencor, mentira y miedo.

Si la democracia es el arte de convivir, y la política la gestión pacífica de la pluralidad y el conflicto en sociedades complejas, la que hace posible -y deseable- vivir juntos y en paz, hagámosla más fuerte. Como la quisimos antaño.

Si a lo largo de estos días os sentís llamados a construir fraternidad (o sencillamente buena vecindad) y a respetar al discrepante/diferente, decid conmigo que esa (o ese) que lo dice merece vuestra atención. O incluso vuestro voto.

  

lunes, 19 de diciembre de 2022

memoria

Escribe Luis García Montero en su columna, hoy. Cada latido de los días -dice- mezcla realidades y baraja lo que sucede con la memoria. Y habla de un encuentro con Blas de Otero, y yo, que soy memoria, voy a Blas también en la distancia, y a Sabina voy, tan lejos ya y cerca siempre.

Memoria soy. La de un casi niño -¿o no ya entonces?- que se acerca y conoce y quiere saber. Saber para que ya siempre, como Sabina (de la Cruz, no se confundan), nunca quede lejos esa lengua nueva que escucho hablar a mis coetáneos compañeros de aquel viejo bachillerato y sus reválidas. Es el catalán cantarín y sonoro que hablan mis mallorquines y que con ellos aprendo. Una dona llarga i prima se passeja... caragols!, qui en vol comprar? Y es el catalán más sobrio y no menos sonoro el que escuché anoche mezclado con los cánticos alegres que celebran la némesis de Messi y sunuestra Argentina, a partes iguales creo aquí, en la Barcelona que vio el fin de la aventura del hidalgo Quijano, libros mediante.

A Barcelona me ha empujado el reclamo de mi hija, que se doctora. Ella, Paula A. (el A. que esconde esa Aitana con que su padre, memoria y homenaje, quiso en ella celebrar al Rafael que dejaba atrás su patria) presenta y defiende elocuente y clara su Tesis doctoral en la que mezcla reflexión y reivindicación y sus múltiples combinaciones y declinaciones. Y su padre, que memoria soy, pasea su recuerdo por un colegio y un instituto de la mancha manchega, y un conservatorio, música egebé y bachillerato, y a Granada se acerca, como el Luis que habla con Blas, y la pausa es en el Londres -¡ay, Erasmus, hoy dolor!- donde habrá de volver, Eastbourne mediante y con su pier, para ir haciéndose de valor y sombras y de mujer.

Se doctora Paula después de volver sin nieblas y ser master, y asociada más tarde, en la Universitat de Barcelona. De sopetón casi, arte y memoria. La Mancha y su común territorio universal, Andalucía, Catalunya. Y el amor, esa alegría. Una etapa que cierra, puerta que abre. Trafalgar, 37.

Memoria de cuando -y de cuanto- uno escribe. Latido de los días. Que no sé, como no sabe nunca el pueblo que anda callado a sus afanes, si a estas horas se habrá torcido algo y será de nuevo el destino irremediable. Los hay que quieren, presos de su rencor secular y su memoria de dominación y ruido, reclamar para sí como antaño siempre hicieron ley y justicia y sus voceros. Suya, suya sola la ley, y solo suya la justicia.

Salvo que hoy quede hoy vencida por la razón y el recto Derecho la vanidad hueca de tanto profesional degradado y viejo que no cumple con la dignidad de su oficio y se dedica a recibir órdenes de los prepotentes y a obedecer con demasiado servilismo. LGM dixit.

También hoy yo, tiempo y memoria, quiero seguir con orgullo, querido Luis, en el verso de Blas, tan querido, y con Sabina, con Paula y con Xavi ahora, pidiendo la paz, la educación y la palabra.

 

jueves, 1 de diciembre de 2022

parpadeos

La fuerza del primer gobierno de coalición (a mí me gusta más hablar de gobierno compartido) de España, que está en su capacidad de diálogo y de construcción de acuerdos amplios, se ha mostrado con claridad en la reciente aprobación de los Presupuestos generales del Estado para 2023. Y aprovecho, de paso, para recordar que es en las Cortes Generales, y no en periódicos, televisiones, radios o redes sociales, donde está representada la soberanía nacional que reside, única y exclusivamente, en el pueblo que las ha elegido.

Que esa fuerza y esa capacidad, el capital de los que tienen poco (o ningún) capital -nos llaman ahora clases medias y trabajadoras-, siga dando frutos y cambiando el país (que no vendiéndolo ni rompiéndolo, que se cree el ladrón etc. etc.) depende del saber, el tino y la prudencia de quienes lo componen y lo sostienen y apoyan. Y entre estos últimos, que se cuentan por millones, me encuentro también yo, si bien sabiéndome el más insignificante de todos.

Y aun insignificante, no me contarán ni me encontrarán entre los que suman sus voces, presumo que sin querer, al vocerío creciente de las derechas de todo tenor por hacer caer cuanto antes el Gobierno legítimo y acabar con su obra, ya sea desde las filas socialistas, ya desde las ‘moradas’, ejerciendo su derecho –que respeto– a expresar libremente sus opiniones, por más que seamos muchos los que -prudencia de los de a pie- callamos voluntariamente las nuestras acerca de sus acciones. Quiero creer, y así lo digo, que sin ser conscientes de cuánto daño hacen… y se hacen: a sí mismos, y a los suyos. Que son, vaivenes de la historia, de uno y otro lado también de los míos.

Y no digo esto ni siquiera principalmente por los recién mentados, sino porque en este tiempo convulso y convenientemente agitado el capital de prestigio internacional, de rigor y de valor de este Gobierno, y de eficacia en la respuesta social ante los problemas, se puede echar a perder, y hasta dilapidar, en un parpadeo.

Sobre todo si nos equivocamos de tiempos y de objetivos. Los adversarios (a los que, por conciudadanos, no llamaré nunca enemigos) no se encuentran dentro del Gobierno ni en sus apoyos sociales y parlamentarios sino entre los que expanden y azuzan el ruido del que se nutren los que quieren dividir a los españoles y a las españolas entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’, entre el pueblo ‘verdadero’ y el ‘no pueblo’ al que antes llamaron la antiEspaña, entre los ‘de aquí’ y los ‘de afuera’… e così via. Esos mismos que se sirven de la incertidumbre y del desasosiego de los más débiles, halagando sus oídos a la vez que los condenan al silencio y al olvido con sus políticas.

Y quizás por eso debieran nuestros gobernantes poner el mayor de sus celos en  acertar. Y para acertar hay que saber distinguir, hoy más que ayer, entre lo urgente-necesario-esencial y lo que lo es menos, por más que sea importante. Porque lo primero, a mi juicio, sigue siendo luchar contra la desigualdad galopante y al alza, insufrible para un corazón progresista y de izquierdas. Y ese esfuerzo para la igualdad se llama sobre todo trabajo y salarios, sanidad y escuela, medio ambiente, cuidados sociales y protección de los bienes comunes y, para que todo ello sea posible, reforma fiscal justa.

Que el resto de cosas-por-hacer tengan su agenda precisa va de suyo, pero es menester que lo importante no nos haga perder de vista lo imprescindible. De fracasar en el intento, la responsabilidad será de todos. De todos, sin excusas ni excepciones.

Y, de ser así, el futuro más inmediato nos verá llorando lo perdido mientras nos despedazamos señalando a los ‘verdaderos’ culpables y a la espera de un día incierto en el que empezar a construir de nuevo lo que hemos contribuido a demoler.

  

lunes, 21 de noviembre de 2022

69


El otoño otra vez,

RAFAEL ALBERTI


EL OTOÑO otra vez,

con el gozo postrero

que da la plenitud

a la fruta madura.

Esta lluvia de otoño

te librará de ahogarte

en este mundo

ya todo sequedad.

El otoño otra vez,

con una sensación

de que la vida empieza

cuando acaba.



José Corredor-Matheos, en Al borde, Tusquets, 2022

viernes, 2 de septiembre de 2022

democracia

A los cien años de aquella marcha sobre Roma con la que Mussolini inició su ventennio fascista, la extrema derecha italiana -fascista también hoy, y ufana de serlo- se prepara para alcanzar el gobierno de Italia, esta vez mediante unas elecciones, después de haberse atraído a las otras dos derechas y en coalición con ellas. Sus planes, cambiar la Constitución y cambiar la democracia. Su lema, ‘dios, patria y familia’. ¿Les suena? Y aunque no tan cortita como la madrileña (solo denle tiempo), la Meloni es el espejo donde se mira Díaz Ayuso.

En vísperas de otras elecciones, estas en Estados Unidos, el presidente Biden ha advertido en un discurso solemne de que lo que está en peligro en aquel país ante la ofensiva del fascismo supremacista de Trump y el Partido Republicano (‘no todos, ni siquiera la mayoría’ pero sí los que mandan) es la pervivencia de la democracia misma.

El Partido Popular Europeo, en el que milita nuestro PP, acaba de bendecir la alianza de las derechas italianas con la extrema derecha fascista del lugar. Ya no valen hoy las líneas rojas que Merkel trazó ayer, volubles estas mentes conservadoras. Así que, sí, imagínense aquí a un Vox también formalmente indultado. Como para no estar preocupados. Acuérdense de lo de las barbas del vecino.

No dejaré de insistir por tanto, mientras pueda, en que también aquí, y ahora, lo que está en juego no es tan solo (volver a) ganar el gobierno sino no (echar a) perder la democracia, que es, como se decía antes, un valor superior. Y para no pocos un seguro de vida saludable.

El caldo de cultivo -o el contexto, como prefieran- es el adecuado. El perfecto para que medren, primero, los autoritarismos que dejan paso, más tarde, a todas las modalidades de fascismo. Aunque ninguna, es cierto, confesará que lo es. Salvo, quizás, esos Fratelli d’Italia que ya se ven ampliamente vencedores y no esconden en sus símbolos aquellos otros que tan añejos parecían.

Desconcierto, incertidumbre, inseguridad (atizada convenientemente por los vendedores de alarmas de todas las especies hasta convertirla en temor), miedo (a los precios que suben, al frío que se avecina, a la oscuridad…) y guerra. Y mercaderes por doquier dispuestos a hacer su agosto no importa en qué mes, comprensivos y tolerantes con esos otros que les hacen el trabajo político.

Y en tiempos adversos, la receta es bien conocida: memoria, e inteligencia. Es decir, aquel ‘recuérdalo tú y recuérdaselo a otros’ que nos permita sacudirnos la nostalgia y, a la vez, rearmar nuestros argumentos, más el trabajo, cuya necesidad es ya imperiosa, de explicar que los derechos que un día conquistamos no están asegurados si no los ejercemos, los defendemos y los ensanchamos todos los días. Contra viento, inflación y marea.

Todo eso, y, por que no se nos olvide, apartarnos cuanto más lejos de esa ‘eterna psicopatología de las pequeñas diferencias’ de la que habla hoy Josep Ramoneda en otro lugar, esa dolencia de la que, junto al dogmatismo, no parecen querer curarse jamás las izquierdas de nuestro país. Porque, en materia de defensa de la democracia no basta, aun siendo imprescindible, con la mayor unidad y cohesión de la izquierda sino que nos es igualmente necesaria la colaboración decidida y consciente de las gentes de derechas que son y se reconocen demócratas y no quieren vivir en una patria que no lo sea.



viernes, 12 de agosto de 2022

lubina

EL AMOR, ESE GRAN TEMA

 

Quería yo quererte sin mesura,
amor de endecasílabo y pureza.
En serio, amarte en limpio. No olvidar
por esta vez los líricos carbones
de una noche que avanza, que está a punto
de nacerse en mayúscula y negrita.

Y de repente todo se oscurece:
un apagón, un fallo de alumbrado,
en suspenso la piel y el porvenir,
la patria, las noticias, los relojes.
Menos los hospitales, claro: tienen
el suministro autónomo, vendaje
de emergencia y su herida con luz propia.

Y es todo que las olas rascacielos
destruyen los supuestos paraísos.
La noche es un dolor en letra impresa,
un grito alejandrino tan primario.

Y es todo que se afiebra la pupila
de un niño con malaria en su torrente
de sangre un poco anémica, tal vez
un poco sangre malva o rosa, no
roja ni azul palacio, apenas sangre.

Y es todo que anochece en los suburbios,
que anochece de veras sin remedio
por el bosque tan frío de tus ojos
mientras cenan lubina los poetas.

 

Isabel Pérez MontalbánVikingaVisor, Madrid, 2020


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