miércoles, 27 de enero de 2021

memoria

Solo la certezza di venire da lontano può spingere a guardare davanti a sé.*

Aprovecho hoy, Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, ese que en Italia llaman Giornata della Memoria -y que pelean por mantener viva en la calle y en las escuelas, además de en el mundo editorial multiplicando las publicaciones sobre el mal absoluto- para abrir de nuevo este dietario en un año por ahora aciago y dejaros el prólogo que llevará un libro de inminente aparición, Siempre supo perdonar, de Javier Ramos Nieto.

He tratado poco a Javier. Es lo que tiene la distancia, que agranda la separación de no ponérsele remedio a tiempo. Y sin embargo, hay un hilo invisible, tan sutil como poderoso, que ha mantenido unidas siempre nuestras vidas, y que no es otro que el afecto y la memoria y la pasión por los ideales de quienes nos forjaron el carácter aun sin nosotros saberlo. Casi todos -ellas y ellos- tienen el sello distintivo de un cabello blanco, ondas de plata, que actúa como estela que nos va indicando el camino a seguir. El que sigue peinando Leoncia, su madre. El que lucía mi madre, María. Aquel que fue santo y seña de Teodora, fulgor y energía de la mujer calma y entera que supo siempre perdonar.

Olvido y perdón no son necesariamente inseparables. Nunca lo fueron. Es más, hasta puede que para que el perdón surta efecto sea precisa la pervivencia -y la persistencia- de la memoria: ¿qué valor, si no, tendría aquel? Y este libro, que ha sabido sobreponerse a la pereza crónica que el autor confiesa en sus inicios, trata justamente de la herencia fértil que nos legaron quienes hicieron de su memoria no un ejercicio estéril de rencor sino una escuela de vida donde poner en práctica los valores esenciales de la justicia, la verdad y la reconciliación.

No es este un libro para la tristeza, por más que en sus páginas se puedan leer -y hasta sentir- las historias más tristes. Tampoco es un alegato. Ni un desquite. Ni siquiera un discurso aleccionador, aunque en él se mantengan de principio a fin el pulso y la tensión que reivindican para sus protagonistas la dignidad con que siempre se condujeron y la nobleza de sus afanes.

Si durante años, demasiados años, se nos impuso un tiempo de silencio, Javier ha querido romper el suyo para contarnos qué y quiénes fueron los suyos. Serio y callado -así lo recuerdo de muchacho-, observador atento y aplicado, lo hace con una prosa limpia, elegante, que sabe entreverar de adjetivos precisos, coloristas a menudo, cuando el decir lo requiere. A veces alzando incluso el vuelo hacia resonancias de un clasicismo castellano que no sé si achacar a sus lecturas o al magisterio de un lenguaje -el de su abuela, el de su madre- no aprendido en otras aulas que las de la agudeza del ingenio y las ansias inmensas por aprender.

Un buen decir el del autor para dar cuenta de un tiempo duro en un paisaje duro, primero el de un lugar de La Mancha seca solo aliviada en su sed por las aguas del Gigüela, después el de un Getafe que sería al fin tierra de promisión, de lucha y de esperanzas. Y de ahí, quizás, algún que otro laísmo de los que se deslizan en el texto.

Y con los protagonistas de ese universo tan especial que se extiende desde la Guinea colonial a Mulhouse, la presencia permanente de Teodora, custodia y guía, y el tesón emancipador de Críspulo, Pedro y Gumersindo, soñadores de una República democrática de trabajadores de toda clase. Y la vida, las costumbres, los noviazgos, los motes y los dichos de la Castilla rural que llamaron La Nueva. También cantares y decires, y el trabajo del campo, siegas y vendimias. La miel de la alegría de un catorce de abril y la hiel de la derrota y la cárcel, interminable el camino que lleva a Ocaña. Y la muerte, las muertes. Asesinatos aún por reparar.

Un largo camino. Cárceles y penales, cuartelillos y clandestinidad. El Partido y las Comisiones. Pascasio y Edmundo, José Luis y Críspulo. Los versos de esperanza de Leoncia que supieron siempre burlar la amargura. Y como telón de fondo Víctor, la bondad inteligente y la lealtad de quien siempre quiso ser hombre de campo. Y con él, la sonrisa rebelde de Paulina, la madrina que fue coraje y alegría, una vida que nos arrebató tan temprano la codicia de un señorito cobarde crápula y asesino. 

Javier tiene la virtud de saber guiarnos en esa larga travesía. Como dirían los académicos, se hace cargo de ponernos en contexto. De subrayar el tiempo vital poniéndolo en relación con ese otro tiempo de la Historia, de enmarcar hechos y acontecimientos cercanos en esos otros que se escapan a la voluntad de las gentes del común. Un acierto más a sumar a los muchos que el libro atesora.

 

*Solo la certeza de que venimos de lejos puede empujarnos a mirar lo que tenemos por delante. (Adriano Prosperi, Un tempo senza storia. La distruzione del passato, Einaudi, Torino, 2021)


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