martes, 31 de marzo de 2020

la vida en vilo


La desmesura es cosa de países del Trópico, o de las historias que aparecen en la biblia. Por eso a Plinio, aquella vez, le llovió no más una semana entera. Que no es poco tratándose de Tomelloso, que no es lugar de figurar en los mapas tropicales ni -que se sepa, aunque no seré yo quien ponga la mano en el fuego- se encuentra entre los de reseñar de las sagradas escrituras.
No es poco, no, pero tampoco son los cuarenta días, con sus cuarenta noches, que acostumbran por esos sitios de parecer que se acaba el mundo. A mi me pasó aquella vez en Guatemala, de noche, y era como si los cielos se quisieran juntar con la tierra, que ríete tú de lo que llaman cortina de agua, aunque son las dos, los cielos que caen y la cortina rasgada, figuras que han dado mucho juego en estos afanes de la escritura. Ahora, es verdad, se llevan menos.
De desmesura, las cifras que manejan estos días en los telediarios. Sin ir más lejos, hoy, domingo de confinamiento, hablan de que se acerca ya a los setecientos mil el número de contagios en el mundo. La locutora dice infectados, que es palabra de más impacto, como más sucia. De darte ganas de ir a lavarte las manos otra vez. Bien lavadas, por delante y por detrás, el jabón bien extendido. Y si es casero, tipo Lagarto, dicen que mejor.
Yo sé que son muchos más. Y tú también lo sabes, que ni Mariángeles ni los suyos están contados, aunque sí Adela y no su chica, ni los que te dicen que creen que lo han pasado. Valentín está seguro del todo, pero ya mejor, y cuenta que le ha vuelto el olfato y hasta el gusto -el del sabor, dice él, y los dos lo entendemos-, Julián dado de alta y Pepe ingresado y a la espera de la mejoría. Los dos, Pepe y Julián, con Montse, se encuentran entre los del recuento. Pero dime tú en el Congo. O en la India. Mismamente en el Brasil, con ese tontólculo que tienen de mandatario. Aquí entre nosotros se dice que son ya seis mil quinientos treinta y uno, con esa precisión -fíjate bien- del uno, los fallecidos.
Con este panorama se me quitaron las ganas de escribir. Además, con la de diarios de la cosa que veo en los periódicos y los que empiezan a brotar entre mis habituales tengo más que bastante. Y no creas, que los hay ingeniosos y hasta muy bien escritos. O hablados, y no miro a nadie. Así que me he dado al sudoku y poco más, las lecturas espaciadas y dispersas. He dado, más bien, en pensar en la fragilidad del mundo, y ya te veo venir y me dirás que me puede la desmesura, y en que el mundo es cada vez más ancho y menos ajeno, y que me perdone don Ciro. Y que a esa fragilidad se le viene oponiendo, y yo es que lo veo así y más en estos días, la fuerza siempre amable de las mujeres. A lo mejor empieza a ser ya tiempo de que el mundo cambie, de verdad, de manos.
Estas cosas, algunas, las he dicho por ahí y no falta quien me las discuta. ¡Qué le vamos a hacer! Pero yo miro a María, mi sobrina, de tan dulce casi etérea, y me pregunto de dónde saca esa energía que no le prestan ni la mascarilla ni el epi y que se le aparece en los ojos más vivos que le haya visto nunca. Mujeres que son ya primera línea del futuro que se nos viene.
Estos días también hacemos bromas. Dan mucho juego los aviones de la China que se le han perdido a la presidenta de Madrid, y no menos los tertuliarios del donde dije digo digo diego y al revés para que me entiendas, mercenarios los más y de dignidad escasa. Pero no me vienen las ganas de escribir y ya no me quedan casi sudokus y hasta el papel se resiente de tanto borrarlos para hacerlos de nuevo. Sé que le tengo que poner remedio. Puede que no sea mal consejo aquel que me dio, cuando todavía se podía caminar camino de la domus, mi amigo el poeta una de las últimas veces que salimos a andar Paco y yo. Tú empieza, y ya te vendrán las palabras. Haz, por ejemplo, que la chica esa que me dices que llega de Francia se baje del tren en Valladolid. Y luego ya sigue por donde te parezca.
No parece mala idea, y hasta podría funcionar. Tampoco es que sea insalvable el inconveniente de que se estén aligerando las comunicaciones y los trenes lleguen -todavía: ya veremos mañana- solo hasta la frontera, que la ficción da para eso y más. Aunque por respeto al ministro no montaré a Lunita en el Avlo, que retrasa su puesta de largo hasta después de, a no ser que el tiempo de la escritura se demorara tanto que hasta le alcanzara el billete para su viaje inaugural. A mi Paula, por cierto, le han anulado los suyos.
Días de espera, de los de andar con el mundo a cuestas y la vida en vilo.

lunes, 30 de marzo de 2020

perdurar

La gente piensa que vive más intensamente que los animales, que las plantas y, sobre todo, más que los objetos. Los animales presienten que viven más intensamente que las plantas y los objetos. Las plantas sueñan que viven más intensamente que los objetos. Pero las cosas duran y el hecho de perdurar es, más que ninguna otra cosa, la vida.

Olga Tokarczuk, Un lugar llamado Antaño, Editorial Anagrama, Barcelona, 2020.
Traducción de Ester Rabasco Macías y Bogumila Wyrzykowska

domingo, 22 de marzo de 2020

tomar carrerilla y seguir


Como tantas mujeres, yo no tengo habitación propia para escribir. Escribo en la misma mesa en la que trabajo como veterinaria las tardes de oficina, fuera del horario laboral, respondiendo correos, rellenando hojas de cálculo, pasando a limpio notas de campo. Escribo en la misma mesa en la que como. Escribo en la misma mesa en la que mi vida se sucede, un espacio delimitado, plano, sin paredes que lo contengan, pero que se apoya en una pared que se convierte en el único horizonte en el que puedo acurrucarme cuando me siento a escribir. Mi vida se sucede en esta mesa porque es el primer sitio donde pongo todo nada más llegar a casa. Los libros que llegan, el portátil, las llaves, la compra, el bolso de trabajo, la ropa recogida de la azotea, las notas y los cuadernos que se desperdigan por la mesa con apuntes que luego nunca aparecen cuando se los necesita. Siempre que me siento a ella tengo que pararme a recolocar todo lo que descansa sobre la superficie. Todo lo que me estorba para la tarea que quiero hacer. Ésta es mi célula. Así es mi celda particular y propia.
Pero antes de la mesa, antes de las notas, los tachones y la escritura, necesito caminar. Ir al pueblo, volver. Pisar por donde lo hicieron mis antepasados. Necesito ese ejercicio, como si fuera una ceremonia a seguir a rajatabla, una necesidad absoluta. Estos últimos años, he vuelto a hacer lo mismo que me hacía tan feliz de pequeña. Regresar al pueblo siempre que puedo, escaparme al campo de mi familia. Ver a mi tío trabajar con sus animales, la complicidad con sus perros pastores, intentar ayudarlo, empaparme de todo lo que me cuenta y lo que no, de sus gestos y sus tareas, de su entrega con el campo. Detalles que no tienen importancia hasta que suceden y aparecen. También los días se me hacen cortos cuando salgo con mi padre y no deja de contarme historias sobre los que habitaron y trabajaron la tierra. Siempre vuelvo con el cuaderno lleno de nombres de plantas, especies en latín y sus denominaciones familiares, plumas, notas a lápiz de avistamientos y rastros. Canastos llenos de setas, manojos de espárragos, ramitos de orégano, bolsas de tela llenas de endrinas. Ir al campo con él no se reduce a pisar sólo la tierra y a contemplar. Es una incursión completa en la tierra y en todo lo que hay en ella. Porque aprendes a mirar el paisaje de otra forma, comienzas a ver elementos que al principio no aparecen, no tienen cabida en la primera imagen que se forma ante ti. También comienzas a mirar por donde pisas, tienes cuidado al caminar, hay que saber andar por el campo, sin hacer ruido, alterando lo menos posible el camino invisible que sin darte cuenta has empezado a gestar. Te conviertes en una observadora atenta, expectante ante cualquier cambio que pueda producirse delante de ti. El canto de un pájaro que no conoces, el crujir de unas ramitas cerca, un encuentro inesperado con un animal que surge y hace que el tiempo se detenga en ese instante. En el cruce de tus ojos con los suyos, como si la mirada necesitara que el segundero parara para tomar respiración y continuar. Como si la vida de vez en cuando necesitara la pausa para tomar carrerilla y seguir.


María Sánchez, Tierra de mujeres, Seix Barral, Barcelona, 2019

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