lunes, 19 de diciembre de 2022

memoria

Escribe Luis García Montero en su columna, hoy. Cada latido de los días -dice- mezcla realidades y baraja lo que sucede con la memoria. Y habla de un encuentro con Blas de Otero, y yo, que soy memoria, voy a Blas también en la distancia, y a Sabina voy, tan lejos ya y cerca siempre.

Memoria soy. La de un casi niño -¿o no ya entonces?- que se acerca y conoce y quiere saber. Saber para que ya siempre, como Sabina (de la Cruz, no se confundan), nunca quede lejos esa lengua nueva que escucho hablar a mis coetáneos compañeros de aquel viejo bachillerato y sus reválidas. Es el catalán cantarín y sonoro que hablan mis mallorquines y que con ellos aprendo. Una dona llarga i prima se passeja... caragols!, qui en vol comprar? Y es el catalán más sobrio y no menos sonoro el que escuché anoche mezclado con los cánticos alegres que celebran la némesis de Messi y sunuestra Argentina, a partes iguales creo aquí, en la Barcelona que vio el fin de la aventura del hidalgo Quijano, libros mediante.

A Barcelona me ha empujado el reclamo de mi hija, que se doctora. Ella, Paula A. (el A. que esconde esa Aitana con que su padre, memoria y homenaje, quiso en ella celebrar al Rafael que dejaba atrás su patria) presenta y defiende elocuente y clara su Tesis doctoral en la que mezcla reflexión y reivindicación y sus múltiples combinaciones y declinaciones. Y su padre, que memoria soy, pasea su recuerdo por un colegio y un instituto de la mancha manchega, y un conservatorio, música egebé y bachillerato, y a Granada se acerca, como el Luis que habla con Blas, y la pausa es en el Londres -¡ay, Erasmus, hoy dolor!- donde habrá de volver, Eastbourne mediante y con su pier, para ir haciéndose de valor y sombras y de mujer.

Se doctora Paula después de volver sin nieblas y ser master, y asociada más tarde, en la Universitat de Barcelona. De sopetón casi, arte y memoria. La Mancha y su común territorio universal, Andalucía, Catalunya. Y el amor, esa alegría. Una etapa que cierra, puerta que abre. Trafalgar, 37.

Memoria de cuando -y de cuanto- uno escribe. Latido de los días. Que no sé, como no sabe nunca el pueblo que anda callado a sus afanes, si a estas horas se habrá torcido algo y será de nuevo el destino irremediable. Los hay que quieren, presos de su rencor secular y su memoria de dominación y ruido, reclamar para sí como antaño siempre hicieron ley y justicia y sus voceros. Suya, suya sola la ley, y solo suya la justicia.

Salvo que hoy quede hoy vencida por la razón y el recto Derecho la vanidad hueca de tanto profesional degradado y viejo que no cumple con la dignidad de su oficio y se dedica a recibir órdenes de los prepotentes y a obedecer con demasiado servilismo. LGM dixit.

También hoy yo, tiempo y memoria, quiero seguir con orgullo, querido Luis, en el verso de Blas, tan querido, y con Sabina, con Paula y con Xavi ahora, pidiendo la paz, la educación y la palabra.

 

jueves, 1 de diciembre de 2022

parpadeos

La fuerza del primer gobierno de coalición (a mí me gusta más hablar de gobierno compartido) de España, que está en su capacidad de diálogo y de construcción de acuerdos amplios, se ha mostrado con claridad en la reciente aprobación de los Presupuestos generales del Estado para 2023. Y aprovecho, de paso, para recordar que es en las Cortes Generales, y no en periódicos, televisiones, radios o redes sociales, donde está representada la soberanía nacional que reside, única y exclusivamente, en el pueblo que las ha elegido.

Que esa fuerza y esa capacidad, el capital de los que tienen poco (o ningún) capital -nos llaman ahora clases medias y trabajadoras-, siga dando frutos y cambiando el país (que no vendiéndolo ni rompiéndolo, que se cree el ladrón etc. etc.) depende del saber, el tino y la prudencia de quienes lo componen y lo sostienen y apoyan. Y entre estos últimos, que se cuentan por millones, me encuentro también yo, si bien sabiéndome el más insignificante de todos.

Y aun insignificante, no me contarán ni me encontrarán entre los que suman sus voces, presumo que sin querer, al vocerío creciente de las derechas de todo tenor por hacer caer cuanto antes el Gobierno legítimo y acabar con su obra, ya sea desde las filas socialistas, ya desde las ‘moradas’, ejerciendo su derecho –que respeto– a expresar libremente sus opiniones, por más que seamos muchos los que -prudencia de los de a pie- callamos voluntariamente las nuestras acerca de sus acciones. Quiero creer, y así lo digo, que sin ser conscientes de cuánto daño hacen… y se hacen: a sí mismos, y a los suyos. Que son, vaivenes de la historia, de uno y otro lado también de los míos.

Y no digo esto ni siquiera principalmente por los recién mentados, sino porque en este tiempo convulso y convenientemente agitado el capital de prestigio internacional, de rigor y de valor de este Gobierno, y de eficacia en la respuesta social ante los problemas, se puede echar a perder, y hasta dilapidar, en un parpadeo.

Sobre todo si nos equivocamos de tiempos y de objetivos. Los adversarios (a los que, por conciudadanos, no llamaré nunca enemigos) no se encuentran dentro del Gobierno ni en sus apoyos sociales y parlamentarios sino entre los que expanden y azuzan el ruido del que se nutren los que quieren dividir a los españoles y a las españolas entre un ‘nosotros’ y un ‘ellos’, entre el pueblo ‘verdadero’ y el ‘no pueblo’ al que antes llamaron la antiEspaña, entre los ‘de aquí’ y los ‘de afuera’… e così via. Esos mismos que se sirven de la incertidumbre y del desasosiego de los más débiles, halagando sus oídos a la vez que los condenan al silencio y al olvido con sus políticas.

Y quizás por eso debieran nuestros gobernantes poner el mayor de sus celos en  acertar. Y para acertar hay que saber distinguir, hoy más que ayer, entre lo urgente-necesario-esencial y lo que lo es menos, por más que sea importante. Porque lo primero, a mi juicio, sigue siendo luchar contra la desigualdad galopante y al alza, insufrible para un corazón progresista y de izquierdas. Y ese esfuerzo para la igualdad se llama sobre todo trabajo y salarios, sanidad y escuela, medio ambiente, cuidados sociales y protección de los bienes comunes y, para que todo ello sea posible, reforma fiscal justa.

Que el resto de cosas-por-hacer tengan su agenda precisa va de suyo, pero es menester que lo importante no nos haga perder de vista lo imprescindible. De fracasar en el intento, la responsabilidad será de todos. De todos, sin excusas ni excepciones.

Y, de ser así, el futuro más inmediato nos verá llorando lo perdido mientras nos despedazamos señalando a los ‘verdaderos’ culpables y a la espera de un día incierto en el que empezar a construir de nuevo lo que hemos contribuido a demoler.

  

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