jueves, 5 de mayo de 2011

europeos

La misma sala de la Biblioteca en la que hace días anduve a vueltas con la Inés de Almudena (ya lo tengo) y el solaz de la alegría, y en la que mañana estaré (¿estaré?) con Luis Béjar y sus afanes de vida y escritura, acoge una muestra de lo que son hoy los frutos de aquel sueño europeo que mantuvo vivo nuestra esperanza en que España dejara de ser la excepción que marcaban los Pirineos. Europa era (y debe seguir siendo) democracia, ¿recordáis?. Y democracia, las puertas abiertas de Europa. Viejos sueños, nuevas realidades.

Entregábamos, en la semana de Europa, las placas Somos Comenius a un puñado de colegios e institutos, y alguna Institución. (Uno de esos programas, Regio por más señas, me ha llevado un par de veces camino de Belfast -duro, sí, el viaje último, ya para el recuerdo- y ahora llega a su término). Un acto sencillo y luminoso, hecho de tesón y confianza.
Rememoro fechas y nombres. Aquel primer viaje a Estrasburgo, autobús de utopías, con Gregorio López Raimundo de acompañante. Otros muchos vendrían después, Bruselas incluída, siempre con la certeza de que no tenemos mejor presente, ni futuro mejor, que el de una Europa fuerte y solidaria. Y de allí la sonrisa, que ayer no faltó, generosa. Sonrisa y abrazo de la niña Bea, que me dedicó un día la mejor de las metáforas, señor del arcoiris (¡qué más quisiera este viejo soñador!). Y hoy cumple años: que sean muchos, y luminosos, los que estrenes.
Estaba allí mi presente y mi futuro, ya para siempre: lo saben las piedras, sabias como duras, del Alcázar ganado para los libros. Y estaban Eva y Encarna, trabajos europeos. Y una jovencísima auxiliar de conversación, francesa en Valdepeñas, Carmille, que comienza sus palabras diciendo que quien no conoce otras lenguas extranjeras nada sabe de la suya propia, citando a Goethe.
Palabras las suyas -capaz de pronunciarlas en cuatro lenguas- que recuerdan cómo el hablar lenguas extranjeras cura de la soberbia etnocentrista, y nos advierten: 'El aprendizaje de lenguas extranjeras no se termina nunca, siempre hay algo más que aprender. Por eso hace falta ser humilde.'
Humildad entre tanto boato. Pequeñez de gentes realmente grandes. Esfuerzo que encuentra recompensa, aunque sea sólo con un 'gracias'. Esa palabra que tanto cuesta decir, y que cobra un lustre nuevo cada vez que se la dice.
Gracias, siempre. Gracias mil.

¿A quién se las dará ese joven que confiesa que el viaje -recurrente poder de seducción- con su instituto comenius es 'la mejor experiencia de su vida'?. ¿A su profe, el que nos dice que esas palabras ('es la mejor experiencia de mi vida'), dichas por un adolescente, 'no pueden caer en saco roto'?

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