Hace tiempo que pensaba en poner por aquí alguna cosa, algún sentimiento, alguna emoción -sobre todo- sobre un tipo -usted perdone- especial, ese paisano que es amigo y jefe, compañero, colega. Y presidente. Presidente de Castilla-La Mancha, por más señas.
Lo pensaba desde hace tiempo, y me decido hoy. El caso es que ayer hizo un alto en ese camino que le lleva a recorrer la Región en estos días -caravana electoral llaman a ese estar como con la casa a cuestas- en el pueblo en que nací, puesto en medio de un mar de viñas y recostado a la sombra antigua y fresca del rio Gigüela, La Puebla de Almoradiel. Y en ese patio del que fue recreo de las viejas escuelas de la Villa en las que me fui creciendo, más en alma que en cuerpo -que todo hay que decirlo-, les habló a mis gentes de vino y hospitales, de escuelas y de empleo, de trabajo duro y alegrías, de las residencias para los mayores (que siguen avergonzando todavía a quienes nunca conocieron otra solidaridad que la de la familia), de los libros gratis para los pequeños -y menos- colegiales. Y les habló del color, de los colores nuevos del presente en contraste con el sepia añejo de las fotos de la nostalgia. Y les habló, en estos tiempos en que algunos creen que los votos lavan los pecados de la avaricia, de valores.
He ahí un candidato con valor para hablar de un futuro que debe hacerse con valores. Él, Josebarreda, como le llaman los de su quinta, los tiene. La honestidad, para mi el principal y primero. Y la solvencia, que lo hace gente de fiar. Y la humildad, que se le mezcla a veces con la timidez que va con él tanto como ese cabello blanco que siempre me recordó aquella canción con la que Raimon retrató a Gregorio (con Raimon, por cierto, recuerdos de una cena memorable). Y ese estar rumiando lo que escucha de modo que te quedas a la espera, nunca un pronto irreflexivo, nunca una decisión sin su tiempo ni a destiempo.
Ayer mismo me decía Inma que el domingo, pase lo que pase, se merecerá el gran abrazo, generoso, de tantos como le queremos. De él, fundamentalmente, el mérito, porque de él, muy principalmente, el trabajo y el esfuero, el tesón, el aguante y la firmeza. Y yo, que soy del corro de los optimistas sin remedio, le decía que el abrazo, claro, de la recompensa por el trabajo bien hecho. Porque ganarán, con él y con nosotros, los que necesitan de la política porque no tienen otro capital que sus manos y el voto libre que con su libertad decide.
Los que hoy le difaman son los mismos que lo vienen haciendo de antiguo, los que quieren siempre ver la viga en los ojos del otro -si no la hay, no importa, se fabrica a la medida- sin atreverse a mirar cerca, sin querer ponerse, mismamente, frente el espejo. Y hoy como ayer, cuando nos separaban unas siglas y compartíamos unos mismos valores, les digo que en política no vale todo.
Socialdemócrata de una pieza, con un proyecto intachable, quizás el único que merece realmente la pena: trabajar por que la vida trate con dignidad a todas las personas. Por que tengan, sean de la condición que sean, seguridad desde la cuna a la tumba. Por que no sea la desigualdad en la cuna la cuna de todas las desigualdades.
¿Viejo discurso? No: el más rabiosamente moderno, en tiempos aciagos de imperio de los nuevos mercaderes que venden y compran dinero y se creen amos también de la vida y el destino de los humanos.
Por eso, razón tiene cuando advierte de que un desahogo con el voto puede llevarse por delante la escuela abierta a todos, el médico sin igualas o la ayuda a domicilio cuando, a pesar de seguir valiendo, no te puedes valer por ti solo.
Josebarreda es buena gente. Un valor seguro.
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ResponderEliminarHoy está en Villarrubia a las 18 horas.
Abrazos
La modernidad es eso que escribes. Lo demás es más viejo que el jaleo. Pero a día de hoy, el mundo al revés: la que cobra diez sueldos esperando quitarle uno al que lo maltiene. En fin. Veremos quién ríe el último.
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