Es capaz de no dejar títere con cabeza, dicho sea con todo el respeto a las cabezas de los títeres. Y es la suya una prosa que no da, ni se da, tregua. Caiga quien caiga, por ser él el primero dispuesto a dar la cara, a sabiendas de lo que puede ocurrir cuando así se expone uno en lo que uno tiene como identidad más al alcance de la vista... y de la mano.
Capaz, muy capaz, de escribir con emoción, de llamar por su nombre verdadero a la -única, por singular- lectora y mujer de las bibliotecas en que refugiarse del mundo (sin tener que huir de la carne, el demonio ya dentro). ¿Su nombre?. Libertad, claro.
Y que ha escrito una novela divertidísima y triste, dura, emocionante, difícil. Y grande.Una novela, como las de esa especie, de amor y de esperanza. Para, leyéndola, pasárselo en grande.
Con barba o sin ella, se le entiende todo. Se le conoce todo, que dirían los nuestros de entonces.
Con la suerte de un nieto que le manda besos de humo.
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