Desde que tengo memoria, los días como el de hoy están asociados a la romería y al campo, ermita de sanisidro, trasiego de carros -entonces- y tractores, sol casi siempre y encuentro, reunión, merienda. Asociados están a la vía de ese tren que dejó de pasar por el puente de hierro, y al rio de cuando el olor a fresco y peces, cieno limpio, hojas de caña y barco en sueños. Y algún puesto, como de feria en diminuto. Ya más grande, vinieron las verbenas que no disfruté, mi tiempo ido en otros afanes.
Pero el de hoy en el que escribo es de rechazo, propósito del no. No me resigno, ni quiero ser parte de una izquierda melancólica dispuesta a lamentar futuros tiempos que no fueron. Gestionar el presente, ¡cómo no!, es obligado, por más que oscuro. Y también, cómo no, contar con lo evidente, que lleva el signo del poder de los mercados financieros, del dinero que se vende -y no a cualquiera, y tampoco a cualquier precio- y se debe devolver incrementado. Es obligado hacer esfuerzos: de contención, de austeridad, de renuncia si es preciso.
Es así, y no lo niego. Lo que niego es que así deba ser ya siempre, que el presente se presente como el único futuro. Ni lo acepto, ni lo quiero. La izquierda en la melancolía, las derechas recogiendo el fruto de la siembra de los suyos, los ciudadanos entre el estupor y el señuelo falso de la falsa ideología. Porque, ¿qué hay del después de la crisis?, ¿quién lo decide?, ¿con quién?, ¿para quién?
Es tiempo de hacer, de reaccionar. Y reaccionar requiere y es hacer un relato claro de dónde estamos, de cómo ha sido, de quiénes son los responsables. Decir, contar, explicar la verdad: alzar el velo y dejar al descubierto, dar la luz. Denunciar. Viejas obligaciones de las izquierdas de siempre, filosofía de la política. Relato necesario, imprescindible, una exigencia más que moral.
Que es necesario, pero no bastante. Con el relato de lo que fué, la propuesta, el camino que señala lo que debería ser y los valores que acompañan -ellos también compañeros, ¿cómo, si no?- al propósito. Porque no nos está permitido resignarnos a que la victoria frente a la crisis sea la derrota de los ciudadanos, el paso atrás, el retroceso a tiempos idos, la pérdida de derechos conquistados, la renuncia a los sueños, la aceptación de que no es ya posible un futuro en que la vida nos vaya mejor.
No podemos recluirnos en la gestión de lo existente y dejar que otros, los reaccionarios, se ocupen de la política, de la construcción del imaginario colectivo, de la vida.
Es tiempo (y hay tiempo) de actuar para convertir el malestar en indignación. De ponernos al frente de la indignación para que se traduzca en rebelión con sentido, con ideología, con causa.
Para eso hace falta determinación y coraje, ideas, claridad. Volver a decir no a lo que se nos quiere hacer pasar por inevitable.
Ayer leí que el Presidente del Gobierno de España reclama un voto valiente. Como el que fui pidiendo tantos años por estas tierras, quiero pensar. Si lo quiere valiente para esa determinación y ese coraje, que cuente conmigo.
Porque no me reconozco en la izquierda melancólica. Ésa que tanto se parece a la derecha.
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