martes, 4 de enero de 2011

caricia

Todavía con el impacto de una caricia singular, extraordinaria donde las haya. La caricia de un águila imperial que me permitió que la acunara antes de volver a ganar su libertad.
Quizás sea ese vuelo majestuoso, tranquilo y seguro, elegante, el símbolo más fértil de la libertad y el regalo primero del año que empieza.
Antonio, que nos brindó la oportunidad y nos hizo el don de sus muchos saberes y su amabilidad, nos había informado de que nació el año pasado, en Los Yébenes, y fue recogida -maltrecha- en Tembleque. Después de su rehabilitación (orgullo de Pilar, su artífice, en el CERI de Sevilleja de la Jara), su destino inequívoco: la libertad. Para volar alto, lejos.
Esta mañana, de nieblas apretadas, me pregunté qué sería hoy de ella.
Y prometí que lo contaría con mayor detenimiento, roto ya el determinismo de la 212. Sin olvidar la mirada de ojos grandes, llenos de asombro y maravilla, prodigioso el hechizo, del niño que no quiso decir su nombre. Ni que Adrián, amigo de los trenes, cumplía cinco años.

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