Un discurso sobrio, medido y claro, como su autor, un Nicolás Redondo que durante todo el acto se mantuvo atento y como lejos de allí. Tal que su pensamiento recorriera los años de plomo a los que aludió, o volviera a La Naval de Sestao o a la sesión del Congreso donde se votaba aquél primer Estatuto de los Trabajadores. Sólo cuando asentía ante alguna afirmación parecía volver al recinto donde se les premiaba, a él y a Marcelino Camacho, y se les reconocía por tanto como hicieron por este país, por las libertades y los derechos civiles, y por los trabajadores. A vueltas siempre sus vidas con la emancipación y la igualdad.
Yenia Camacho, y después Josefina, envueltas en un torrente de palabras y recuerdos, de admiración y cariño por el padre y el marido ('Camacho', lo llamó un par de veces su mujer), fueron el contraste. Que la evocación seguro que contribuye al duelo, y puede que sea necesaria para llenar el vacío que no cubre ese retrato de Marcelino en el que Josefina quiere ver al compañero que le señala el camino con su dedo.
Mi Presidente, más parco que de costumbre -y, contra su costumbre, leyendo una parte- hizo un discurso cabal y valiente. Los hubo, sí, y los hay. Pero, sobre todo, los habrá, que los sindicalistas no son sólo historia y pasado sino futuro. Sobre todo cuando no tienen ya que elegir entre la cárcel o la vida.
Palabras, y emociones, de una tarde en la que se sentía en esa sala universitaria ('de cartones') que todavía sabe a fábrica la presencia de los amigos abogados de Atocha asesinados treinta y cuatro años antes. A pesar de la ausencia de Alejandro, con Juanjo entre nosotros. Recuerdos de una noche tristísima, de desconcierto y miedo, prólogo de aquel estallido de rabia contenida del entierro de los camaradas.
Historia que se hacía presente: a esa misma hora negociaban sindicatos y gobierno el futuro del sistema de pensiones. Se trata de derechos de los trabajadores, de su garantia, los que alumbraban y defendían ya entonces en la calle madrileña de Atocha aquellos jóvenes abogados.
Encuentro de antiguos (y nuevos) compañeros de muchos años que son parte de mi historia, de mi biografía y de mis sentimientos. De tiempos de lucha y de esperanza.
Cariño de mujer y compañera, Josefina diría de Marcelino que había sido 'mi libro y mi maestro, mi compañero, mi amigo, el padre de mis hijos...'. Y que falta por hacer ese homenaje merecido a todas las mujeres que esperaron solas tantos años, todos los días, a las puertas de las cárceles en esa cárcel triste que fue España durante demasiado tiempo. Algo de eso tengo escrito por algún sitio.
Ojalá y el solar enorme de la que fue cárcel de Carabanchel sea finalmente hospital y biblioteca, y no chalets. Aunque sólo sea para que nuestra Josefina escape de ese bucle que amenaza con dejarla sólo emoción y recuerdo y pasado.
El acto empezaba con versos que cantan al hombre sencillo. No faltó Pablo al homenaje, que la mano prudente y sensible de Y. los encontró y los propuso. Y no creo yo que los haya más adecuados.
(...)
y entonces
cuando esto
está probado,
cuando somos iguales,
escribo,
escribo con tu vida
y con la mía,
con tu amor y los míos,
con todos tus dolores
y entonces
ya somos diferentes
porque, mi mano
en tu hombro,
como viejos amigos
te digo en las orejas:
no sufras,
ya llega el día,
ven, ven conmigo,
ven con todos
los que a ti se parecen,
los más sencillos.
Ven, no sufras,
ven conmigo,
porque aunque
no lo sepas,
eso yo sí lo sé:
yo sé hacia dónde vamos,
y es ésta la palabra:
no sufras
porque ganaremos,
ganaremos nosotros,
los más sencillos
ganaremos,
aunque tú no lo creas,
ganaremos.
(De Oda al hombre sencillo, Pablo Neruda)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar