Si ahora es Crematorio, antes fueron otras -creo que todas las otras. Desde la primera, no recuerdo bien si La buena letra, todas las novelas de Rafael Chirbes me han proporcionado el intenso placer y la emoción y el saber que sólo los escritores de raza (no acaba de gustarme, pero no encuentro expresión más gráfica) son capaces de producir.
El comienzo, las primeras veinticuatro páginas, es un prodigio narrativo. Cerca de una treintena de personajes cobrando vida y (re)construyendo la (vida) de Rubén B. Una muerte, y un paisaje de calor sofocante, que nos lleva, de la mano de la memoria y el deseo, a los paisajes de la juventud y al territorio de la derrota. Una familia hecha de muchas familias, de muchas historias. Un lenguaje preciso, certero. El pasar del tiempo y el declinar del cuerpo. Y una marea de reflexiones que, al hilo de la trama, hacen de la historia un retablo político -y ético- de unos años en que el paraíso parecía estar a la vuelta de cualquier esquina.
No había estallado la crisis, y el ladrillo se comía el mar y la montaña, y una forma de vivir y de sentir, de ser. Y el dinero envenenaba los sueños con la misma contundencia con que amenazaba con desterrar la decencia de la política.
‘… Es cuestión de tacto, tienes que aprenderlo: aquí, entre grúas que tocan el cielo, plumas, contenedores, camiones-bañera y ruidosas retroexcavadoras, hace falta sigilo; se necesitan ceremoniales, ritos, saber cuándo hay que levantar la voz y cuándo tienes que hablar entre susurros; cuándo tienes que seducir, acariciarle la nuca a alguien, hablarle suavemente al oído, rozándole con los labios la oreja, cogerlo por los riñones, abrazarlo, acariciarle los lomos, medírselos con la palma de la mano, masajeárselos mientras hablas; y tienes que darte cuenta de cuándo toca dejar caer una frase que sabes que se le ajusta al otro entre dos miedos y trabaja como una palanca, como el hielo se mete entre las grietas del granito y acaba haciendo estallar las rocas. Pienso en el negocio como en esas flores retráctiles que se cierran temerosas en cuanto el aire se agita en torno a ellas, avisándolas de la presencia de un insecto. Conocer el lugar exacto por el que pasa el ecuador de las cosas, en qué punto una pizca más de presión quiebra el caparazón.‘
El comienzo, las primeras veinticuatro páginas, es un prodigio narrativo. Cerca de una treintena de personajes cobrando vida y (re)construyendo la (vida) de Rubén B. Una muerte, y un paisaje de calor sofocante, que nos lleva, de la mano de la memoria y el deseo, a los paisajes de la juventud y al territorio de la derrota. Una familia hecha de muchas familias, de muchas historias. Un lenguaje preciso, certero. El pasar del tiempo y el declinar del cuerpo. Y una marea de reflexiones que, al hilo de la trama, hacen de la historia un retablo político -y ético- de unos años en que el paraíso parecía estar a la vuelta de cualquier esquina.
No había estallado la crisis, y el ladrillo se comía el mar y la montaña, y una forma de vivir y de sentir, de ser. Y el dinero envenenaba los sueños con la misma contundencia con que amenazaba con desterrar la decencia de la política.
‘… Es cuestión de tacto, tienes que aprenderlo: aquí, entre grúas que tocan el cielo, plumas, contenedores, camiones-bañera y ruidosas retroexcavadoras, hace falta sigilo; se necesitan ceremoniales, ritos, saber cuándo hay que levantar la voz y cuándo tienes que hablar entre susurros; cuándo tienes que seducir, acariciarle la nuca a alguien, hablarle suavemente al oído, rozándole con los labios la oreja, cogerlo por los riñones, abrazarlo, acariciarle los lomos, medírselos con la palma de la mano, masajeárselos mientras hablas; y tienes que darte cuenta de cuándo toca dejar caer una frase que sabes que se le ajusta al otro entre dos miedos y trabaja como una palanca, como el hielo se mete entre las grietas del granito y acaba haciendo estallar las rocas. Pienso en el negocio como en esas flores retráctiles que se cierran temerosas en cuanto el aire se agita en torno a ellas, avisándolas de la presencia de un insecto. Conocer el lugar exacto por el que pasa el ecuador de las cosas, en qué punto una pizca más de presión quiebra el caparazón.‘
Buena elección. Chirbes se arriesga a desagradar a aquellos que creen que todavía quedan motivos para la esperanza y para la lucha, y también a los que se niegan a ver la pobreza que diariamente desfila por delante de sus ojos.
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