Con razón -aunque nunca entenderé si las razones debían más a la preocupación que al enojo fruto quizás de mi torpeza- mi devoción babeliana planeó por un momento en tierras de penumbra, fría y extraña la noche. Sucedidos, al fin y al cabo, que pueblan la memoria y la ensanchan antes de ser definitivamente olvido.
Mil semanas de encuentro con el mundo de los libros y de la música, del teatro, del arte. Aunque algunas, mejor de olvidar. Tal que ésta que ahora está a punto de acabar, semana de nieblas que difuminan el hilo de los trabajos y los días, y lo confunden y esconden.
Quizás por eso no pudo ser tampoco el tiempo grato. Amancio Prada, La Abadía, Jorge Manrique, una invitación..., y otras tareas que me impiden disfrutar la música, que tanto me gusta. De siempre, esa que es, más que canción, la más soberbia definición de amor. Libre, grande, buena alta, blanca... pero no mía.
Tendré que escribir, al hilo del recuerdo, de hogueras y viajes y versos, Enardo en la memoria de una tarde de frontera (Para que me recuerdes, cantaba F.) y una jovencísima poeta que llegó a famosa.
Libre te quiero
Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.
Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.
Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.
Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza.
Pero no mía.
Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.
Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.
(Agustín García Calvo)
No me canso de escuchar esta canción, muchas veces, muchos días, desde hace muchos años.
ResponderEliminarEstoy a la espera de conocer a Agustín García Calvo un miércoles cualquiera.
Un abrazo