Que los mercados lo pueden casi todo, a la vista está. Pero para poder-poder, lo que se dice poder, el del Papa de Roma, que se ha propuesto -y la concluye en estos días- nada menos que la reforma de la eternidad.
Por los más heterodoxos ya se veía venir, y hasta lo sospechábamos los menos adeptos, que no nos cabía del dios del Papa un ánimo tan hostil y vengativo, casi cruel, de quien se predica amor y bondad. Pero es el caso que Benedicto XVI ha dado en concluir finalmente que no hay lugar fisico para cielo e infierno -tampoco para limbo y purgatorio-, que no son otra cosa que metáforas. Estados de ánimo. En el caso del purgatorio, afirma que se trata de un fuego interior.
Maneras de acercamiento a los místicos, como si hubiera descubierto que hay más razón y verdad -y más bondad, y más caridad- en la poesía que en la vieja teología.
No creo yo que nos encontremos en vísperas del paso del dogma al verso, pero así me gusta más. Aunque a mi A., nada versada en doctrinas eternas y con la que leo y comento la noticia, le cueste comprender. Aunque a mi amigo Jesús que en paz descanse, en su día campeón provincial de catecismo por Jaén, podría suspender hoy la catequesis papal de los miércoles.
Y no para aquí la reforma, y si hasta ahora cielo, infierno, purgatorio o limbo podían escribirse en mayúscula, liquidados ya como topónimos míticos, 'pierden el derecho a la mayúscula'. Así nos lo cuenta en su espléndido artículo Juan G. Bedoya.
¿Y ahora qué? Supongo que a poco desaparecerá la corte celestial con sus grados y cercanías a Dios padre. Creí que la novela no admitía varios finales pero aquí, a cada Papa, una novedad.
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