Alcázar de San Juan es -no me quiero resignar al uso de un tiempo pasado, aunque la verdad es que lo fue más antano- un importante nudo ferroviario y de ferroviarios. Muchos de mis amigos, y algunas de mis amigas, lo son, o lo fueron. Y tienen unas hechuras, unos modos y hasta un lenguaje -ay, esa manera de dar la hora- especiales.
El amigo de Rosario que me descubrió el gran Paraná y me invitó a un café en El Cairo, sentados al lado mismo de la mesa de los Galanes para recordar emocionados a los que nunca aparecieron, me habló de la importancia que tuvo el ferrocarril en el desarrollo de una ciudad donde homenajean a Lorca, al Ché y a Gardel. Tanta, que para ilustrarla me contó que los ferroviarios que andaban a la conquista de minas con las que bailar dejaban caer en el salón, como al descuido, su carné profesional para que ellas lo encontraran. Estrategia infalible.
Viene todo esto a cuento de que, tratando de ordenar libros y entresacar los que quiero que vengan conmigo por un tiempo fuera de casa, encuentro entre los de poesía uno que se titula No te enamores del hijo de un ferroviario (Ediciones Vitruvio, colección Plaza Mayor nº 2, 2009), de Javier Peñas Navarro y con ilustraciones de Francesca Cristina.
Calibrad -si podéis- en estos versos si hay razones suficientes para tal desmesura, tan específica y, en mi opinión, injusta.
No te enamores del hijo de un ferroviario,
no vaya a ser poeta, pastor de raíles,
guardabarrera de sueños que lee en su garita,
y la noche te sorprenda surcando Las Landas
en su wagon-lit de tenues lucecillas
que encogen la cintura en los cambios de agujas.
No te enamores, no, que en la vieja Austerlitz
finiquitó una guerra y a ti no te incumben
lides que al auscultar el fragor de los pulsos
trepidan más fuertes que zarcillos de hiedra;
ni te atañen las viñas que dulces aduermen
los ojos: ebriedad de un amor que sólo envejece
por mor de maderas selectas. Que no te esclavice
en su argolla impecable el vino preservado del sol,
por más que en su brindis se afirme que la ínfima luz
es paso a mayor luz, como ocurre en los túneles,
rayo fulminante acogido por un vívido pecho
dispuesto a recibir la candente hendidura.
Hijo de ferroviario: ¿hay acaso algo más peregrino?;
cantan sus ojos las mañanas, el rocío, los postes,
no para en pensiones ni se espeja en los charcos,
nada posee sino su mirada encendida, y un misterio
a nada abonado, de nada pendiente, tan solo
misterio de música como un ladrón de estrellas.
Ay, no, enamorarse del hijo de un ferroviario,
amanecer entre la bruma de gabarras del Sena
y asir, como un órfico abrazo, apretando bien fuerte,
ensoñar otra luz, otra vida injertada en tus labios...
Ah, no. Eso no.
Dos citas dan soberbia compañía, y entrada al libro:
1. Oh tren
explorador
de soledades
(Pablo Neruda)
2. Potser l´últim encert és -abraçat a tu-
deixar que tots els trens se´n vagin en la nit.
(Joan Margarit)
"[...]
ResponderEliminarOh tren
explorador
de soledades,
cuando vuelves
al hangar de Santiago,
a las colmenas
del hombre y su cruzado poderío,
duermes tal vez
por una noche triste
un sueño sin perfume,
sin nieves, sin raíces,
sin islas que te esperan en la lluvia.
inmóvil
entre anónimos
vagones.
[...]"
Uno de mis poetas preferidos.
Más de la mitad de los alcazareños estarían en el desamor. En otros tiempos, claro.
ResponderEliminarUn abrazo
Admiro también a Neruda y su poema nº 20 para las noches tristes.
ResponderEliminar"Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Escribir, por ejemplo: La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros a lo lejos."
Genial! los trenes inspiran y, como se ve, en esas líneas, a veces inspiran para bien (otros hacemos lo que podemos). Un abrazo.
ResponderEliminarY van llegando los trenes para felicitar esta hermosa entrada.
ResponderEliminarun fuerte abrazo