miércoles, 16 de junio de 2010

entre esperas y sabinas


La espera es una institución. Tiene sus salas -como si de pequeños templos se tratara- en todos los hospitales (y en las estaciones del ferrocarril, pero son otra cosa), allí donde es casi un estado de ánimo y hasta podría llegar a ser una suerte de dedicación, la de estar a la espera.
A la espera de que acaben en el quirófano (y pensando en cómo la realidad se aleja del sentido de las palabras: quirofano, que dice ver, mostrar, aparecer, y es sin embargo el arcano oculto, prohibido, hasta misterioso), a la espera de que mi A. regrese a la habitación después del despertar. Curioso el ritual, curiosos los lenguajes. En la planta (la han subido a planta, oigo que dicen por igual familiares y profesionales) donde espero hay una sala abierta para, según reza el cartel, Estar pacientes. La aproximación entre el pathos y la paciencia, asuntos ambos que mucho tienen que ver con la espera (algunos piensan que también con la esperanza).
Espero a mi A., a la que han puesto Libertad, su otro nombre, por apellido (feliz confusión: adoptaré el nuevo), y espero las llamadas que me han anunciado. Van llegando -tempranas algunas, tan regalo la primera como las últimas- y las agradezco más, mucho más de lo que puedo decir con palabras en ese momento. Las más tardías me llegan con el fondo sonoro de otra espera: actúa Sabina en Toledo, y allí está esta noche el mundo.
Ya me gustaba cuando parecía que hablaba (pongamos que) de Madrid, todo un himno en aquel Vallecas de mi Tirso, mi Instituto primero, que dejará de existir dentro de unos días. Y me siguió gustando, muchas más de 500 noches, y así como él dice y al amanecer también a mi me encontró la luna.
De Sabina me hablaban los colores suecos de la Bombonera, barrio de La Boca, donde al aire le gusta jugar con las polleras (y a mi Paulita cantármela), y también las profes de Rosario que habían llorado en su concierto de allí. Con las rosas -el vinagre para otros- me quedo, y con la sensación de haber disfrutado de la noche y el concierto (genial y soberbio, seguro). Porque sé que estuve en el recuerdo -esa memoria pasada por el corazón- de la gente a la que quiero. Y hasta me llegaron los ecos de una voz de ensueño (y 'la chica te habría encantado', me aseguran)
El mundo, ayer, se hizo Sabina. Y mi A. tan dulce, sonrisa tranquila. Como una rosa. Perfecto.
Nuevas gracias a mi hospital, a su personal amable y acogedor, profesional y atento.
La espera mereció la pena.

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