martes, 30 de agosto de 2011

temblor

El entrañable hombre de regalos los quiere hacer por pares. Y si el otro día fueron unos jardines ajenos, al siguiente -y con la imagen escrita de unas calles fatigadas- son estos versos de Alberti, que tanto las amó.
Las gracias, Fernando.

Lo que dejé por tí

Dejé por ti mis bosques, mi perdida
arboleda, mis perros desvelados,
mis capitales años desterrados
hasta casi el invierno de la vida.

Dejé un temblor, dejé una sacudida,
un resplandor de fuegos no apagados,
dejé mi sombra en los desesperados
ojos sangrantes de la despedida.

Dejé palomas tristes junto a un río,
caballos sobre el sol de las arenas,
dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo lo que era mío.
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,
tanto como dejé para tenerte.

(Rafael AlbertiRoma, peligro para caminantes. México, Joaquín Mortiz, 1968)

domingo, 28 de agosto de 2011

en gris

Con tonos grises, como los de aquellos años de frío y plomo, podría ser una escena de mi Madrid del 71, del 72, del 73... de aquella que llamamos Ciudad Universitaria. De cuando creíamos que los petardos asustarían a unos caballos cuyo entrenamiento -como tantas otras cosas- tan mal conocíamos. De cuando aquella frágil amiga, novelista años después y entonces dirigente estudiantil, fue levantada por un guardia a caballo y llevada en vilo tirando de su larga cabellera. De cuando se trataba de la democracia, de la Constitución, de la libertad. De las libertades.

Pero no se trata de Madrid. Ni de un siglo que ya pasó. Se trata de Santiago de Chile, de obreros y estudiantes que quieren borrar su particular atado y bien atado. De un día como el de antesdeayer. De La Alameda, quizás.

Ella, Camila Vallejo, estudiante de geografía, presidenta de la Federación de estudiantes universitarios de Chile.

Que nadie ya nunca más pueda violentar ninguna joven cabellera.

sábado, 27 de agosto de 2011

piezas

Prevención. Anoche, paseando casi donde el azar me quisiera llevar, me encuentré con el periodista lúcido que fue capaz de plantar cara a los terroristas con la mejor -¿la única?- de sus armas, la palabra. Hace unas semanas lo vi en Madrid, y entonces no quise saludarle: entiendo el agobio que debe sentir y respeto su derecho a pasar tranquilo como cualquiera. Pero ahora, y aquí, no lo dudo y le digo mi felicitación.
Me dice el periodista que está de fin de semana, y pregunta qué de mi. Se lo digo, se alegra y me previene.  Afable, se despide. Parece que se encamina a la escalinata que más recuerda a España.

Prima. De primera, y de antes de. De B. Bertolucci -repasaré despacio su cine- me quedó aquella Prima della rivoluzione, un tiempo que se quedó quieto para siempre, y hoy sigue siendo -como ayer- un tiempo antes. Más: el tiempo que anuncia el aguacero que se llevará por delante los logros todos de todas las revoluciones. ¿Será tiempo entonces para volver a empezar?
Bertolucci comenzó siendo ayudante de P.P. Passolini -tres grandes piezas-, y ya nos advirtió de que los pobres muoiono prima. Es decir, que mueren antes.

Pero son, en estos días, muchas más las primeras de primera: veces, cosas, palabras, personas, encuentros, recuerdos... Incluso algunos reencuentros que saben a enteramente nuevos, incluso recuerdos de lo no vivido antes, de los que el poeta amigo llamaría los años sin nosotros, tal que el sabor de un gelato perdido en el pasado y que nunca podré saborear. En estas tierras donde sapore y sapere son a veces tan lo mismo.

Pasión. Vida. Descubrimiento: Pietra Montecorvino. Como el calor que sofoca y que invita.
Como la sonrisa del niño*, oferente y algo pícara, tan parecida.



*(para verla es necesario esperar hasta el final)

lunes, 22 de agosto de 2011

cometido

Luego llegaron los grandes vientos
de agosto. Ponte en camino, dijo que le
habían dicho. Como cuando te dicen: ven.
La muerte llega y uno acude
al lugar. Se lleva la presencia
-la liviana presencia de gestos lentos-
ante la otra, fría y que pesa. Animado
pesar de los que viven y pesar
de lo exánime. Que avanzara
ante ti para guiarte, que marchara
tras ti para guardarte, pidieron;
trajeron viático o alimento para
el camino -conciencia, voluntad
e inteligencia, corazón-, para que vayas
y no huyas ante quien te atemorice, porque
aún no sabes cómo serás -raíz
en tierra árida sin figura ni belleza-. Nadie
dirá: quédate con nosotros, que atardece
y el día va ya de caída, nadie
hablará. Es el alba y alza
su camino, abre la ranura
por que salir al mundo sin sueño.

(Olvido García Valdés, de Y estábamos todos vivos)

sábado, 13 de agosto de 2011

ferroviarios

Alcázar de San Juan es -no me quiero resignar al uso de un tiempo pasado, aunque la verdad es que lo fue más antano- un importante nudo ferroviario y de ferroviarios. Muchos de mis amigos, y algunas de mis amigas, lo son, o lo fueron. Y tienen unas hechuras, unos modos y hasta un lenguaje -ay, esa manera de dar la hora- especiales.
El amigo de Rosario que me descubrió el gran Paraná y me invitó a un café en El Cairo, sentados al lado mismo de la mesa de los Galanes para recordar emocionados a los que nunca aparecieron, me habló de la importancia que tuvo el ferrocarril en el desarrollo de una ciudad donde homenajean a Lorca, al Ché y a Gardel. Tanta, que para ilustrarla me contó que los ferroviarios que andaban a la conquista de minas con las que bailar dejaban caer en el salón, como al descuido, su carné profesional para que ellas lo encontraran. Estrategia infalible.
Viene todo esto a cuento de que, tratando de ordenar libros y entresacar los que quiero que vengan conmigo por un tiempo fuera de casa, encuentro entre los de poesía uno que se titula No te enamores del hijo de un ferroviario (Ediciones Vitruvio, colección Plaza Mayor nº 2, 2009), de Javier Peñas Navarro y con ilustraciones de Francesca Cristina.
Calibrad -si podéis- en estos versos si hay razones suficientes para tal desmesura, tan específica y, en mi opinión, injusta.

No te enamores del hijo de un ferroviario,
no vaya a ser poeta, pastor de raíles,
guardabarrera de sueños que lee en su garita,
y la noche te sorprenda surcando Las Landas
en su wagon-lit de tenues lucecillas
que encogen la cintura en los cambios de agujas.
No te enamores, no, que en la vieja Austerlitz
finiquitó una guerra y a ti no te incumben
lides que al auscultar el fragor de los pulsos
trepidan más fuertes que zarcillos de hiedra;
ni te atañen las viñas que dulces aduermen
los ojos: ebriedad de un amor que sólo envejece
por mor de maderas selectas. Que no te esclavice
en su argolla impecable el vino preservado del sol,
por más que en su brindis se afirme que la ínfima luz
es paso a mayor luz, como ocurre en los túneles,
rayo fulminante acogido por un vívido pecho
dispuesto a recibir la candente hendidura.
Hijo de ferroviario: ¿hay acaso algo más peregrino?;
cantan sus ojos las mañanas, el rocío, los postes,
no para en pensiones ni se espeja en los charcos,
nada posee sino su mirada encendida, y un misterio
a nada abonado, de nada pendiente, tan solo
misterio de música como un ladrón de estrellas.
Ay, no, enamorarse del hijo de un ferroviario,
amanecer entre la bruma de gabarras del Sena
y asir, como un órfico abrazo, apretando bien fuerte,
ensoñar otra luz, otra vida injertada en tus labios...
Ah, no. Eso no.

Dos citas dan soberbia compañía, y entrada al libro:

1.  Oh tren
     explorador
     de soledades

  (Pablo Neruda)

2. Potser l´últim encert és -abraçat a tu-
    deixar que tots els trens se´n vagin en la nit.

   (Joan Margarit)

supongamos

Hay que suponer

Supongamos que usted una mañana se despierte,
se siente en el borde de la cama,
se mire el cuerpo,
se estire como un gato
y apretándose el riñón con su índice
diga bueeéh...!
Supongamos que una mañana usted se despierte...
poeta.
Supongamos.
Que deposite una gota de esternón
sublingual,
confine el regreso de un deseo
y frente al ingreso ventanal del sol
se hamaque.
Que levante las cuatro sotas que dejó tiradas anoche,
le recorte los tacones
y al periódico del día lo salpique
con matecocido y porfía.
Que le den ganas de dibujar bocas y zapatillas,
dejar escapar todos los adjetivos por las mirillas,
perseguir en paños menores a la metáfora menor
por toda la casa.
Supongamos que de repente se le aparezca la letra jota
¡minúscula!
y aquella vieja historia de la música
secrete.
Que los sedimentos sedimenten,
los nutrientes refrigeren,
los amores platonicen,
los perdedores ironicen.
Digamos... que a usted no le interese más otra cosa
que la semilla,
el desentono,
quebrar el semen.
Querrá fatigar el suburbio
si devino poesía,
resoplar su potrillo,
destemplar.
Vamos a suponer que sale a la calle en puntas de pié,
que salude cortesmente a una señora con sombrero.
"Buon giorno"
y en vez de una flor le obsequie un soliloquio.
Por un momento, supongamos
que al doblar la esquina del buzón
vienen a su encuentro Alejandra Pizarnik del brazo de
Julio Cortázar,
lo besen como a un viejo cómplice
y se vayan los tres abrazados hasta la última mesa
de un bodegón malhablado
a describir, muertos de risa,
el rechinar de los pecados
que pasan
en fila india... uno a uno...
sin desmudarse.
Piénselo.
Una mañana desatinada usted debería suponer.

Juan Disante
** y su blog. 
*** ilustración de Julíán Matías Roldán 

miércoles, 10 de agosto de 2011

cien mil

Por una enseñanza pública que distribuya las oportunidades. En Chile. Eran 100.000, estudiantes y profesores.
Ojos que lucen nuevos, ojos de asombro y esperanza.

foto Felipe Trueba (EFE)

martes, 9 de agosto de 2011

333

Puse mis manos en su rostro y las retiré heridas por el amor.
Ahora,

el olvido acaricia mis manos.

(Antonio Gamoneda, Arden las pérdidas)

lunes, 8 de agosto de 2011

proms

Una explosión de vida, de emoción, de alegría.
Una declaración de amor y de esperanza.


Danzón nº 2, Londres 2007

'Cuando la Orquesta Simón Bolívar de Venezuela, que hizo el viernes la Segunda sinfonía de Mahler, salió al escenario, había espectadores que durmieron en sacos a las puertas del teatro la noche anterior para conseguir una de las 1.000 entradas a cinco libras que se ponen obligatoriamente a la venta el día del evento.
Las que se vendieron con anticipación, desaparecieron en tres horas el día que pudieron comprarse. Ni que decir tiene que el triunfo de Gustavo Dudamel -el joven director venezolano que tiene debilidad por este festival- fue apoteósico, con 15 minutos de aplausos.'


'Hoy el talento musical ya no llega de Europa exclusivamente: se ha esparcido y engrandecido a los extremos, tanto en Asia como en América del Sur. Cada uno tiene su manera de concebir la música que quiere hacer. No es lo mismo la explosión de solistas en China que la perfecta armonía orquestal conseguida por José Antonio Abreu en Venezuela con un sistema de educación que enseña hoy a 410.000 niños y jóvenes en su país. Pero que estamos ante la mayor generación global de talento joven que ha existido nunca, es un hecho a celebrar y una ventaja que comparte y aprovecha para su programación en la ciudad más cosmopolita del mundo el director de los Proms. "Sí que existe esa inmensa marea de talento en partes inimaginables del mundo hace años", corrobora Wright.'

sábado, 6 de agosto de 2011

destino

La entrada, donde el coche mal aparcado.  

Como las esencias -que según nuestras tías sólo se despachan en frascos pequeños-, la piazza dell´oro es muy pequeña, casi minúscula. Frente a frente, dos edificios. La iglesia imponente, rotunda, y el que, al lado de otro exento que compone una modesta y bellísima manzana (por el otro sur, lean 'cuadra'), alberga los dos pisos que, unidos, alojan las dependencias de mi nuevo trabajo. Mi nuevo destino. Como si el destino se despachara también como en dosis, de a pocos, y el sino no fuera otro que el azar ya previsto.
En la iglesia, me dicen, admiten perros. Me gusta, aunque no sé si es cosa de la tradición o la modernidad, o simplemente del márquetin de la fe católica y romana aggiornata.


El itinerario de vuelta a casa, a pie, exige atravesar el rio -el puente lleva tiempo preparado- y permite la opción de sentirte a la vez protegido y atrapado por la belleza de la gran colomnata aunque la elección obligue a pasar por otro Estado (la otra opción posible sería, aquí, pecado imperdonable: ético y estético).
El destino impone, en cualquiera de las dos opciones, girar a la izquierda si uno no quiere extraviarse y acabar por perderse -y perdido- en el camino.
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