domingo, 31 de julio de 2011

dos poemas

Futuro imperfecto

Ahora que no queda más luz que tu presencia
en esta costumbre de esperarte siempre
como a escondidas
en este rincón húmedo
de tanta madrugada
viviendo en un reloj
que no se calla;
ahora que la luna se ha cansado
de buscarnos en abrazo y sin normas
-como también yo-
me atrevo a confesarte
que llorar no era un lujo para mí
ni todas estas tardes de diciembre,
tan largas.

Ahora he comprendido que es posible
tu boca sin la mía
y me retiro
antes de que conquistes nuevamente mi espalda
y a mi no me parezca suficiente.

Vuelves al sillón raído de tu casa.
Feliz Navidad.


Signos de puntuación

Después de tanto tiempo
sólo espero que nombres
de otra forma las partes de mi cuerpo
como hacías entonces
contando los lunares de mi espalda
mientras yo,
desnuda de complejos como amada que era,
te hablaba de las líneas de tus manos
o mi presencia en ellas,
de nuestra descendencia
y la vejez unida
en nuestros labios débiles,
irrepetiblemente frágiles,
consumidos.

(María Ruiz Ruiz, de Primera letras, ¿inéditos?)

sábado, 30 de julio de 2011

cifrado

Después de ver escrito B16 o JP2 (antes, lo juro, de la aventura romana), y certificando que U2 fue primero, uno, que fue en su día lector atento de H. Marcuse (Razón y revolución, pongamos por caso, o El hombre unidimensional), comprende bien que 20N (aunque desconozco cómo se llamará técnicamente este modo de cifrado) sea un reclamo atractivo asociado a la fecha de unas -las próximas- elecciones generales que decidirán una parte (importante, sin duda) del devenir de las españolas y de los españoles. Aunque me temo que no con tanto atractivo como la noche aquella que alumbró aquel día, entonces carente de mito. Y que tendrá a partir de ahora una seria competidora, desdoblada ya, o multiplicada, nuestra memoria.
Serán para mi unas elecciones raras, a distancia por primera vez desde aquellas primeras del 15J, iniciáticas para casi todos, toledanas por lo demás.
El 21N, como siempre desde hace ya muchos, cumplo años. Haré por tener el mejor de los regalos.

viernes, 29 de julio de 2011

maría r

María era un recuerdo aparcado en la memoria que revive por mor del trajín de estos días que me lleva a airear carpetas y papeles, a deshacerme de muchos y a volver a guardar otros tantos. Entre los que he vuelto a conservar, los poemas que componían (¿o componen?) el que habría de ser un libro: Primeras letras. O que tal vez es, si es que su autora lo llegó a publicar.
María Ruiz Ruiz, que no sé dónde para, me pidió -me hizo el regalo de pedirme- que escribiera su prólogo. Lo hice, y también está la copia entre los papeles, más bien aprisa. Tanta, que no hay dato ninguno que me permita saber ahora de qué fechas hablo, en qué momento sucedió aquello.
Aquellos poemas me gustaron, tanto como me complacía la presencia, la charla, la energía frágil, la dulzura de María. Que ya citaba entonces, por cierto, a JEgea. Y que hablaba el francés más perfecto de los que he oído a ninguna profesora de francés.
Es cierto. María era un amor. Y ahora ni sé dónde para. Ni si le hice llegar ese prólogo apresurado que comienza con ecos de Italo Calvino, italiano nacido -per caso- en Cuba.
Aquí se lo dejo puesto. Por si el mismo azar la lleva a devolverme esa llamada de teléfono que espero desde hace años. Tantos como tienen esos papeles perdidos y ahora de nuevo recobrados.


Si una mañana cualquiera de verano, o un atardecer declinante del otoño, o al (des)amparo del frío en la noche de invierno, tal vez en primavera un mediodía, abres este libro, verás lector -o lectora- que por entre el caudal de palabras de estas letras primeras asoma restallante de gozo el amor. El amor, que es aquí gozo y placer compartido las más de las veces, impone su presencia rotunda y permanente en cada verso, acompañado también -como si de su necesario reverso se tratara- de un atisbo, tímido en un principio pero igualmente evidente, de duda, de desamor presentido. ¿De temor, quizás?, ¿de añoranza de lo que no está aún perdido?

De amor, del gozo de amar y ser amado (amada) tratan estas Primeras Letras. Que se afanan en desvelar esa sombra que es a la vez complemento y negación que afirma, espejo en que el amor se mira y reconoce: la sombra de la desazón y del temblor por la ausencia que se preanuncia ya en la plenitud que acompaña a la pasión, por el olvido. Quizás porque también, o sobre todo, es amor la carencia.

Amor. Estremecimiento y saber -y sabor, sabiduría-, temor y temblor. Amor y dicha. Son la materia de la que está hecho este libro de celebración de la palabra y los sentidos. Porque no son éstas, aunque primeras, letras primerizas ni relato de sensaciones fugaces, sino conclusión de una labor paciente, de un perseverar en la escritura por entre tanteos y ensayos, de una suma de lecturas y decires propios y ajenas. De una multiplicación de experiencias y recuerdos.

María Ruiz viene bordando, puntillosa, una especial caligrafía de los afectos mientras recorre con su francés, también ella ligera de equipaje, las múltiples geografías del mapamundi y del deseo. Sin que esa aventura tan previsible de su oficio de enseñante le impida transitar por la siempre impredecible -y tan poco exacta- matemática de los placeres. Del placer/plaisir del texto, del placer de la escritura, del placer de la amistad. De los placeres plurales que no necesitan de adjetivos.

María es poeta de tabernas e institutos -de los de educación secundaria- y de talleres donde cultiva amistades perdurables -tanto, que desafían a la más cruel de las ausencias- en los que se le reconoce una maestría singular en el arte de trenzar versos con una elegancia sencilla.

María es mujer de norte claro, de las que saben que en la duda está el camino que mejor conduce a la plenitud de la certeza. Por eso, por todo eso, no ha de encontrar en este pórtico el lector -o la lectora- las reflexiones ni el saber del erudito, o la exégesis del profesional, sino la simpatía que le guardo y le profeso. Simpatía: esa suerte singular de emoción que también llaman algunos compasión, ese sutil modo de compartir una misma pasión. La de la poesía.

Llegarán otras letras, que no serán ya las primeras, y nuevos libros con la firma y la dulzura firme de María. Mientras tanto, aspiro a su amistad. Y espero, lector o lectora, que el sabor de estos versos y la caricia de su lectura te conmuevan. Que te ayuden a ser, si cabe, mejor persona.

Así, especialmente así, nos quiere la autora.

miércoles, 27 de julio de 2011

testimonio

Víctima de un ataque combinado de virus -ajenos- y torpeza propia, mi ordenador aquejado de troyanos (Homero y la cibernética, quién lo diría) y mis nervios conteniendo los efectos de la operación de seleccionar, romper y ordenar papeles, me encuentro -además de con el pasado, con mucho pasado- con una pequeña tarjeta manuscrita, y con las pruebas de un libro de poesía para el que M.R. me pidió presentación y prólogo.
La tarjeta dice así:



Se escribe siempre para ahuyentar los terrores de la soledad y de la muerte, y también para dar testimonio, en medio de la crueldad, de la memoria de los días felices.

Manuel Vicent
"Todo azul"
EL PAÍS, domingo, 18 de noviembre de 2001

domingo, 24 de julio de 2011

llenura de palabras

Si algún día te enfermas de palabras, como a todos nos pasa, y estás harta de oírlas, de decirlas. Si cualquiera que eliges te parece gastada, sin brillo, minusválida. Si sientes náusea cuando oyes “horrible” o “divino” para cualquier asunto, no te curarás, por supuesto, con una sopa de letras. Has de hacer lo siguiente: cocinarás al dente un plato de espaguetis que vas a aderezar con el guiso más simple: ajo, aceite y ají. Sobre la pasta ya revuelta con la mezcla anterior, rallarás un estrato de queso parmesano. Al lado derecho del plato hondo colmo de espaguetis con lo dicho, pondrás un libro abierto. Al lado izquierdo, pondrás un libro abierto. Al frente un vaso lleno de vino tinto seco. Cualquier otra compañía no es recomendable. Pasarás al azar las páginas de uno y otro libro, pero ambos han de ser de poesía. Sólo los buenos poetas nos curan la llenura de palabras. Sólo la comida simple y esencial nos cura los hartazgos de la gula.

(Héctor Abad Faciolince, en Tratado de culinaria para mujeres tristes)

sábado, 23 de julio de 2011

inventario

Los versos de JEgea llegan, por fortuna, donde llega esta inmensa red de palabras e intenciones. Y llega la publicación de su poesía completa, y me llega la sugerencia de seguir poniendo aquí sus poemas. 
Sea.

Inventario de urgencia para seguir adelante

A veces, el pasado fue sólo aquel momento
en el que se confunden
amor y muerte, soledad y dicha.

Y porque entre unos brazos
al menos un instante me he sentido feliz,
procuro compartir este camino
hacia bellos sucesos como aquél
en que la luz fue nuestra.

Por eso me alimenta la esperanza.

Por eso llevo,
tatuada en el ansia de vivir,
como una hermosa referencia,
la cicatriz distinta de su cuerpo.

(J. Egea, Paseo de los tristes, II El largo adiós)

viernes, 22 de julio de 2011

carne

LF, Reflection (self portrait)




Esa mirada consiguió que la luz y el color se hicieran carne, carnalidad.
Ahora se ha apagado.

Con Bacon y Schiele, una trilogía inquietante.
Soñó quizás los sueños que quiso interpretar su abuelo.




Lucien Freud, Girl with closed eyes

contigo

viernes, 15 de julio de 2011

de alianzas y arcoiris

Aunque se lo oí decir al amigo que tanto luchó y al que tanto respeté -al final de la escapada murió con la dignidad con que vivió-, me cuesta creer que sea cierto, por más que lo repitamos, que la muerte es parte de la vida.
Pocas personas, salvo uno mismo, son necesarias para morir. Tanto, que puede que la muerte sea el único acontecimiento auténticamente solitario: uno (se) muere a solas, solo consigo mismo. Incluso aunque la muerte, al llegar, tenga esos mismos ojos, los tuyos, que resultarán ya entonces completamente ajenos, no importa si del color de los mios.
Para morir, pocas personas: basta con una sola, sujeto y objeto, reflexivo perfecto siempre en presente (me muero, me estoy muriendo). Pero no para desaparecer de entre los vivos. Para ese menester son necesarias más, aun si la despedida es discreta y poco nutrida la nómina de los presentes en el adiós último y final de cuerpo presente.
Lo comprobé el lunes, despidiendo a Luis Alfredo Béjar en el cementerio de su Toledo. Compañeros de varia procedencia, algunos colegas, familia, amigos -de antes, y de después- y ausencia total de autoridades. Imagino que a su gusto, sobre todo lo de las autoridades.
Allí, en el silencio solemne de un acto sin palabras, fue precisa la concurrencia de hasta seis operarios municipales para dar por concluído el recorrido por la vida del que fuera -lo señalan todas las referencias escritas sobre su fallecimiento- político, profesor y novelista. Seis trabajadores para dar cuenta del ritual del enterramiento y la colocación de nuevo en su sitio -palancas y polea- de la pesada losa que cubre su sepultura.
Y allí, en las frases que intercambiaron durante la larga operación y como ajenos a la tristeza, el dolor o el simple respeto de la concurrencia (es su rutina),  la vida se hizo un hueco entre la muerte. El cemento, el ladrillo, la paleta, los tacos de madera, los avisos de cuidado, no tires tanto, el pedido de sólo medio cubo, la mancha creciente de sudor en la camisa abierta del que parece ser el encargado. Era la vida, que allí, mezclada con la muerte, asemejaba una representación, un retablo, sus actores albañiles y peones encargados de administrar los momentos finales del pasar por este mundo.
Por allí estaban, en ese día de fin de etapa y ciclo -tan distinto, claro- también para mi, callados como yo y en silencio, amigos a los que tardaré en volver a ver. Los Antonios, Julio y Juanjo, Chema y Chule,  también María, y Ana. Y Ángel F., generoso hasta el final y humano.
Por un momento, sólo por un momento, me vino a la cabeza el pasado en forma de política. Y asocié al momento aquella vieja -y feliz- consigna y definición que nos reclamó a tantos de la alianza de las fuerzas del trabajo y de la cultura. Añoranzas, cosas de la edad, deformación.
Ocasión -¡ojalá y sí!- para la ironía de Luis.

Por sorpresa, como suceden muchas de las cosas importantes, y sin esperarlo, noche de ópera en el Real. De manga corta y pantalón usado, intacta la emoción ingenua y el panteísmo de Tosca, y su lamento con resonancias del canto de Job el paciente... ¿y por qué yo?. Romanticismo en estado puro y amores que hacen brillar las estrellas. Y, siempre, la pasión de la música.
A la salida, el encuentro y el consejo amable de Gregorio M. sobre la bondad y la oportunidad de poner distancia. Ante lo que se avecina, dice. Como si no estuviera ya aquí.
Más azar: ayer Luis, y hoy Gregorio. Los que saben, ya sabrán el porqué de mi decir.
Y a la salida, el grupo de amigas y de amigos de mi hermano M., con Javier como testigo de coherencia y Teresa, que tiene el acierto de confundir -y confundirse- la dedicatoria (gracias). Que Marcelita cumple 25 y su madre quiere que los celebremos juntos: será en La buena vida, donde los Trueba juntan libros y vino de La Mancha.
Mi regalo, que lo fue de todos, O.H., un poeta sin miedo. Chileno, como M.
Y después, un paseo en la noche de Madrid. ¿Cuántos años después?

Hoy he recordado que existe también la alegría de lo inmaterial. Acordándome, y sin precisar muy bien dónde ni cuándo, aunque hace bien poco, de un inmenso arcoiris que apareció nítido y enorme y duplicado. El señor del arcoiris, así me llamó B. por un tiempo. Fue quizás uno de los mejores regalos que hice, gracias a que ella me lo descubrió. Regalar la magia de producir arcoiris a voluntad.
Ayer tarde, haciendo limpieza de papeles y recuerdos, encontré los restos de una bolsa de esa tienda-libería-café de Bruselas que tanto me gustó, donde los vendían. Se había, efectivamente, biodegradado en un número casi infinito de pequeñísimos fragmentos que se pegaron con firmeza en mis manos y en mis brazos.
Será la fuerza del arcoiris en una ciudad de la que está ausente, a pesar de todas las apariencias, la tristeza. Porque no es triste... 

Me preguntan por la declaración de Marian. Y les digo que se dice en Robin y Marian, la película -maravillosa- de R. Lester.  
'I love you. More than all you know. I love you more than children. More than fields I've planted with my hands. I love you more than morning prayers or peace or food to eat. I love you more than sunlight, more than flesh or joy, or one more day. I love you... more than God.'
Audrey H., Marian, le habla así a Sean C., Robin. La misma Audrey que vivió unas vacaciones en Roma, la que ha vivido y vive en otros sueños más cercanos de los jóvenes de hoy.

noche

(...)
Y perderé mi nombre,
mi edad, mis señas, todo
perdido en mí, de mí.
Vuelto al osario inmenso
de los que no se han muerto
y ya no tienen nada
que morirse en la vida.

(Pedro Salinas, en La voz a ti debida)

lunes, 11 de julio de 2011

pequeño templo profanado

















Altos de Bustares, flor de la estepa
donde Marcos duerme la paz del templario
y vive
el silencio infinito de los campos serenos,
el azul secreto de los montes tumbados
que guardó para siempre en sus ojos de asombro.

Al fondo se adivinan, ¿las ves?, las torres altas de Madrid.
Y en el horizonte, Roma: destino, pasión quizás.
Allí, tan quedos,
un revuelo de amistad y de emociones
en torno al pequeño templo profanado.
Allí donde la senda acaba, 
la que hiciera la madre con sus mismas manos.

A medias quedaron por bailar
tantas otras canciones -y no faltó la tuya
la otra noche-, y sin cantar quedaron
muchas de aquellas, las de siempre.
Era el adiós, la despedida,
y tu recuerdo lejano, apenas ya si tenue olvido.

De vuelta ayer, la vista puesta en no pasar
de ciento diez, en no correr. Ganar sosiego y no pensar,
y no querer. No más temblor.
Recordará el poeta el peso de los pasos,
a yo a Marian susurrar -‘te amo más que a Dios’-
la más bella confesión de amor jamás contada
y dicha.
Como en tierras de penumbra y fin.

En el Alto soñé al paso de la jara y los helechos
con beberte los ojos
y acariciar de nuevo a solas tu sonrisa
antes de que decline la luz última del mundo
y todo ya nostalgia y todo ausencia sea.

Fue, tal vez, la vez de mi homenaje.
El de ellas, quizás, un alijo de ternura
tal que el tuyo, ¿recuerdas?,
celebrando la amistad y la alegría.

Atento siempre, el amigo amable de dolor sereno
hecho monte y piedra, y sol espeso.

Silencio en el azul alto
                                 de los altos de Bustares.


(A M., a quien no conocí. A M.A. y a J. Y a los amigos.
Hoy, en el día de una nueva profanación)

domingo, 10 de julio de 2011

luis

Mañana de domingo y llamada telefónica. Respondo contento (Luis Béjar, dice la pantalla de mi móvil) porque adivino el saludo del amigo, quizás el anuncio de que sale ya su nueva, y anunciada y esperada, novela, esa de amores extraños y casi imposibles en un Toledo vencido de la que me habló el día en que presentamos Un error de cálculo.
'Buenos días, Luis, ¡qué sorpresa!, ¿qué tal vas?'. Al otro lado, 'No, no soy Luis, soy A., te llamo para decirte que Luis ha muerto'.
Y ya sé que tampoco ahora podré borrar ese número de teléfono de mi agenda.
Mañana le diremos adiós. En su Toledo. Y nos quedaremos con su recuerdo y con sus sueños. Con su escritura: ahí está para siempre L.A. Béjar.

martes, 5 de julio de 2011

alba



già natale, il tempo vola,
l’incalzare di un treno in corsa
sui vetri e lampadari accesi
nelle stanze dei ricordi
ho indossato una faccia nuova
su un vestito da cerimonia
ed ho sepolto il desiderio intrepido di averti affianco
allo specchio c’è un altra donna
nel cui sguardo non v’è paura
com’è preziosa la tua assenza in questa beata ricorrenza
ad oriente il giorno scalpita non tarderà
guarda l’alba che ci insegna a sorridere
quasi sembra che ci inviti a rinascere
tutto inizia invecchia cambia forma
l’amore tutto si trasforma
l’umore di un sogno col tempo si dimentica

già Natale il tempo vola
tutti a tavola che si fredda,
mio padre con la barba finta ed un cappello rosso in testa
ed irrompe impetuosa la vita
nell’urgenza di prospettiva
già vedo gli occhi di mio figlio e i suoi giocattoli per casa
ad oriente il giorno scalpita la notte depone armi e oscurità

Guarda l’alba che ci insegna a sorridere
quasi sembra che ci inviti a rinascere
tutto inizia invecchia cambia forma
l’amore tutto si trasforma
persino il dolore più atroce si addomestica
tutto inizia invecchia cambia forma
l’amore tutto si trasforma
nel chiudersi un fiore al tramonto si rigenera.

sábado, 2 de julio de 2011

plantar cara

'- Procura encontrar tu camino en el laberinto (...). Quien no ama la vida, no lo encuentra. Pero tú la amas mucho. Además, aunque no me veas, yo no me voy, siempre estaré a tu lado. Pero no llores. Cualquier situación se puede volver del revés en un minuto. Ésa es la vida.
(...)
- Y no olvides una cosa (...). No hay que mirar nunca para atrás. En todo puede surgir una aventura. Pero ante las ansias de la nueva aventura, hay como un miedo por abandonar la anterior. Plántale cara a ese miedo.'

(Carmen Martín Gaite, Caperucita en Manhattan)

viernes, 1 de julio de 2011

hoy, vida

Al final la vida se resume en un puñado de afectos que acompañan nuestros días junto a ese especial alijo de ternura que vamos atesorando pacientes con los años. Cuentan también las canciones, quizás no más de una decena, y los poemas que se dicen de memoria, siempre incompletos, ¿cinco, tal vez seis?. Y los recuerdos que evocan unas luces a lo lejos, la memoria del padre, los amores ya idos . No me salen, sin embargo, las cuentas de las pérdidas, ésas que son ahora olvido. Puede que porque sé que no las habrá de aquello que realmente importa.


Estás sola en ti, debajo de tu luz, llorando.


Hay un pétalo herido en tu rostro.


                                                                   Fluye

tu llanto en mis venas. Tú


eres mi enfermedad y tú me salvas.


(Antonio Gamoneda, de Cecilia)
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