Donde pares la escucha oirás estos días voces de rabia y cabreo, susurros de indignación -sí, incluso de y entre los tuyos- y avisos de deserción y castigo. Están listos estos si creen que los voy a votar otra vez...
Y uno, que se cuenta entre los de la indignación y la rabia, que sabe que la derecha a la que salimos a parar hace unos meses se encuentra instalada, pactos mediante, en el corazón mismo de no pocos y muy importantes ayuntamientos y comunidades (de donde no la sacarán nuestros votos el 10N), que sabe que el capitalismo es más predador cada día y tan sin alma como siempre y no olvida que nuestra democracia no fue un regalo sino una conquista dolorosa y dura, fatigosa y larga, quiere también ponerse a la escucha y oye.
Oye, oigo, a una mujer de pensión muy corta -así la llama- que da gracias a los gestores de un economato popular. Y gracias a eso como, que tengo conmigo a una hija que es madre soltera, y a otra separada. Y un hijo con malas costumbres. Lo dice así, malas costumbres: amor de madre.
Oigo, y leo, que el amigo de madre poeta y clara se suma a un incipiente movimiento vecinal contra la proliferación de casas de apuestas que pespuntean el mapa de la patria entera (y se comen la juventud y los sueños de los barrios más pobres) y que el encuentro será mañana y el lugar un centro que lleva el nombre de Marcelino Camacho.Vecinos que se organizan para defenderse antes de que sus hijos -¿por qué tan cercanas a colegios e institutos?- lleguen a necesitar para combatir su ludopatía un apoyo que los recortes en sanidad acabarán regateándoles. También entiendo, sí, a los que piensan que quizás mejor someterlas a la purificación redentora de las llamas, y dios y el exministro de justicia metido a consejero de la cosa me libren de malos pensamientos.
Oigo, leo, pienso. Y pienso que soy porque me irrito.Y me da por teorizar que, rodeados de tanta soberbia mediocre y de tan tamaños egos, no es desertar la solución ni abstenerse el remedio. Esa sería la vía más veloz para que la mujer de la pensión muy corta y su hijo, el de la mala costumbre de jugarse lo que a la madre no le sobra, sucumban más rápidamente. Y no faltará entonces la vox de los que dirán que claro está, que qué querrán con la vida que llevan.
Votar sin alegría. Es lo que haré. No sin echar de menos, y cada vez más, la ausencia de mecanismos de debate y participación de verdad -de la telemática poco espero- que me permitan exigir responsabilidades a quienes hoy por hoy son ejemplo de irresponsabilidad y de impericia. Porque -y es un decir- ¿sería un proceder acertado castigar a Pedro Sánchez dejando de votar socialista? A no ser que hayamos caído en dar por bueno que son estos de hoy, y no nuestros/sus partidos y organizaciones, la encarnación y el símbolo de las ideas y los valores que han movido y mueven nuestras vidas.
Uno no lo piensa así, ni lo admite. Y por eso iré a votar. Sin alegría.
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