(…) Entre el personal macho, casi todo en pie en
la puerta de la calle y en el salón de invierno, junto al organillo, abundaban
los barberos, muchos de ellos músicos de aquellas casas en las horas libres y
casi todos discípulos de bandurria, guitarra o laúd del Ciego. Que éste enseñó
a mover la prima y el bordón a varias generaciones de tomelloseros. Como
guitarrista en el género flamenco, y especialmente en acompañamiento, no había
quien le quitase la palma al Ciego en toda la provincia. Hasta de Argamasilla y
Socuéllamos venían barberillos en bicicleta para que él, que no veía, les diese
luz de guitarra. Entre los entendidos tenía fama de mover la izquierda sobre
los trastes como el mismísimo Segovia. Había chulos y queridones
de las «sicalípticas», con pañuelo blanco terciado al cuello, gorra de
cuadritos, y los dedos enguantados de nicotina hasta la primera falange;
alguaciles y policías retirados, que recibieron buen trato y favor del difunto
en años mejores. Y discretamente apartados, señoritos finos, que le habían roto
muchas sillas y bandurrias en noches gozosas; que tiraron al pozo veladores,
sostenes y botellas del «Mono» en madrugadas agrias, y alguno que cierta
madrugada de enero lanzó una «azofaifa» a los charcos de la calle, porque no
quiso bailarle el moro. En grupo aparte, con las caras largas y el pito en la
boca o el puro entre dedos, la corte de los flamencos de todas las edades: los
viejos, que sólo conservaban el compás o el canto por lo «bajini» para los
cabales; los cuarentones, como Tizón, que todavía alzaban su voz con grietas en
los ratos que estaban a gusto, y los mocetes de la última hornada, que cantaban
a todas horas; amén del guitarrista señorito, que sólo tocaba cuando llegaban
los Domecq o la Niña de los Peines y en
sesiones privadísimas. En fin, allí estaban todos los productores del ramo de
la fornicativa.
(…)
Francisco
García Pavón, El
entierro del Ciego, en Cuentos
republicanos, Editorial Menoscuarto, Palencia, 2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario