lunes, 21 de enero de 2013

hacer

Me recuerda mi hermano M. que Tangentopolis se llevó por delante a la Democracia cristiana -eterna, por definición- y al Partido socialista italiano. El añoso y sabio Pci, me digo yo, se suicidó a tiempo.
Mani Pulite, aquel aire fresco de togas negras (magistrados, jueces, fiscales), no pudo con tanto enemigo y con el enorme vacío y las alianzas de hierro que dejaron los corruptos.
El resultado: Berlusconi (y, siempre, la Mafia bajo todos sus nombres -la Mafia, como el ser de Aristóteles, se dice de muchas maneras-, y la Iglesia controlando haciendas, vidas y conciencias).
Y me vienen a la cabeza las palabras de F., sabio y experto en la cosa italiana, que sentencia que la política en Italia ha sido siempre, y es, anticipo de lo que se viene en toda Europa.
Y a todo esto, en España, ¿qué queremos hacer? ¿Andará agazapado por ahí el Berlusconi español?.

Porque se trata de hacer. ¿O alguien duda en España, a estas alturas, de la necesidad de una revolución institucional que dé paso a una Constitución renovada? Yo no, desde luego.
Y con el único título de haber unido mi voluntad y mi esfuerzo al de tantos otros -y tantas otras- que quisimos dejar de ser súbditos sin derechos ni voto ni voz de una dictadura para devenir ciudadanos y ser pueblo, y el de haber defendido, predicado y votado la Constitución de 1978, quiero ahora una Constitución nueva

1. que recoja el derecho universal a los bienes comunes y su inalienabilidad -incluída la imposibilidad de su privatización: no son bienes privados ni lo son del Estado, sino de los ciudadanos todos, tuyos y míos y suyos...-,

2. que abra el camino a una nueva ley electoral que permita elegir a personas conocidas, por cercanas, y responsables -sujetas a una clara rendición de cuentas y de sus cuentas, y a responsabilizarse de sus decisiones-,

3. y a una ley de partidos que sirva para ilegalizar también a los que reciban y se sirvan y usen dineros de la corrupción,

4. y a un poder judicial que no permita que el juez que persigue la corrupción sea condenado por la acción concertada de los corruptos indagados, y que garantice una tutela efectiva que no se vea negada por la capacidad de pago del ciudadano que la precise,

5. con una concepción de la política en la que los políticos seamos los ciudadanos -Aristóteles de nuevo-, entendida como servicio público y que establezca para quienes queramos que nos representen una incompatibilidad estricta (una persona, un puesto, un sueldo sin sobre-sueldo) así en la esfera pública como en la privada que cuente con dineros públicos -partidos políticos también, y fundaciones y otros instrumentos afines- y un régimen severo de limitación de mandatos (ni acumulación simultánea ni sucesión y reproducción sine die),

6. con la institucionalización de la figura del referéndum vinculante (los ciudadanos no necesitamos quien nos tutele, sino quien nos sirva: ellos no son nuestros amos, sino nuestros servidores),

7. y la separación estricta entre intereses privados en cualquiera de sus múltiples formas e interés de lo público, de modo que sea jurídica y políticamente imposible que el poder de los ciudadanos, temporalmente cedido a través del voto, acabe siendo transferido -que sabemos ya bastante de esa indebida apropiación- a manos de quienes ni se presentan -a las elecciones- ni nos representan,

8. que consagre el respeto del Estado a todas las creencias religiosas -y la protección de aquel al derecho a la libertad de los ciudadanos tanto a profesar alguna como a no hacerlo-, sin permitir que ninguna de ellas quiera poner de rodillas al Estado,

9. y que, poniendo el principio de la igualdad de todos los ciudadanos como derecho irrenunciable, establezca el federal y solidario como principio de organización política y territorial del Estado.

Se trata de la democracia y de la política, es decir, de la libertad. De frenar el saqueo de lo público y la privatización del Estado. De desvelar la ocultación sistemática que consiente un lenguaje pervertido donde las palabras han perdido su sentido y su frescura originarios. De devolver a la política, si alguna vez la tuvo entre nosotros, la compañía de la ética y de la estética.
De desmontar la falacia y el engaño fomentado de que las decisiones políticas responden a necesidades que escapan a la voluntad de los gobernantes (el marianismo del no me gusta, pero no queda otro remedio, del hacemos lo que hay que hacer...) y no a un deliberado propósito que responde a una férrea voluntad ideológica... practicada sin complejos y enmascarada en la letanía de la herencia recibida.
Se trata de no resignarnos ni a una vuelta a la dictadura ni a un futuro abierto a cualquier populismo. Caudillos, ninguno.

Se trata de nuestra dignidad. Que yo, por lo menos, no quiero perder.

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