martes, 12 de octubre de 2010

doce de octubre

Dejaron de vendimiar, y la mañana era fresca. No la más apropiada para aquel vestido que P. lucía radiante, tan joven ella y tan guapa. Treinta y cinco años, que el dictador aún vivía y venía de esparcir la muerte en septiembre: ya sabéis, al alba. Hubo misa, y un cura que no se fiaba de otro cura, éste (mi) amigo. Y una bandera nacional que cruzaba entero ese altar de donde se negó a descolgarla el cura desconfiado, que 'si quieres boda, ya sabes lo que hay', mientras los invitados esperaban, extrañados de la ausencia del novio.
Y se habló allí, pese a todo, de poner en común aquello que se tiene, vendiendo la viña si es preciso, de modo que ninguno de aquellos tenía nada propio. Y sonaron las palabras, hermosas, erotismo y pasión y sensualidad, de ese cantar de cantares en el que los pechos de la amada cervatillos que triscan libres. Y aquello, todo, sonó nuevo y rebelde. Nunca antes, nos decían. Y no sabían por qué.
Hubo luego comida (después me enteré que vigilada). Y canciones. A coro, con Joan Baez, ese altivo desafío del no nos moverán, y aquel deseo que proclamaba la confianza en el venceremos. Otros tiempos, y nosotros tan jóvenes. Y un irlandés, novedad de novedades, que vino de Aranjuez. Cantaba Serrat, y no dejaba de repetirse, a la paloma de Alberti que no paraba de equivocarse, 'creyó que el mar era el cielo, que la noche la mañana...'.
Los dejamos bailando, ellas también jóvenes. A la mañana siguiente, de nuevo la vendimia. Y en pocas semanas la historia comenzó a correr más aprisa. Y vinieron años que nos hicieron mejores: más libres, más felices, más sabios.
Treinta y cinco años. La mañana, también hoy, fresquita.

1 comentario:

  1. Enhorabuena por esa cifra de vértigo, treinta y cinco años. Son pocos (somos pocos) los que llegan a alcanzar esa cifra. Tiene su mérito.

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