Trece años. Setecientas cuarentaysiete entradas.
Si no agotamiento, sí un (más que) cierto cansancio. Y, de otra parte, la perenne resistencia al abandono que acaba por reforzar un debilitado propósito de continuidad.
Pues se abre, con el año, una década (algunos dicen que se cierra) que barrunta el cumplimiento de aquello que sé más intuición que constatación, más promesa que certeza: esa que dice que los (años) veinte siempre son/han sido de convulsión y cambio.
Habrá que verlo. Que verlos. Y, si es el caso, contarlos.
A mi aire, como siempre, y buscando dar quepensar. Como siempre sintiendo ese modo de mirarme de reojo entre gruñón y compasivo que tiene por costumbre don Carlos.
¿Que qué don Carlos? Pues ese, sí, el que ya sabéis.
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