‘Siempre
me asusta escribir las primeras líneas, cruzar el umbral de un nuevo
libro. Cuando he recorrido todas las bibliotecas, cuando los
cuadernos revientan de notas enfebrecidas, cuando ya no se me ocurren
pretextos razonables, ni siquiera insensatos, para seguir esperando,
lo retraso aún varios días durante los cuales entiendo en qué
consiste ser cobarde. Sencillamente, no me siento capaz. Todo debería
estar ahí —el tono, el sentido del humor, la poesía, el ritmo,
las promesas—. Los capítulos todavía sin escribir deberían
adivinarse ya, pugnando por nacer, en el semillero de las palabras
elegidas para empezar. Pero ¿cómo se hace eso? Mi bagaje ahora
mismo son las dudas. Con cada libro vuelvo al punto de partida y al
corazón agitado de todas las primeras veces. Escribir es intentar
descubrir lo que escribiríamos si escribiésemos, así lo expresa
Marguerite Duras, pasando del infinitivo al condicional y luego al
subjuntivo, como si sintiese el suelo resquebrajarse bajo sus pies.
En
el fondo, no es tan diferente de todas esas cosas que empezamos a
hacer antes de saber hacerlas: hablar otro idioma, conducir, ser
madre. Vivir.’
Irene
Vallejo, El infinito en un junco, Ediciones Siruela,
Madrid, 2019.
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