Mal, muy mal. Mal empieza el año, la década, cuando la noticia es que la muerte nos ha golpeado donde tanto duele. Porque Eduardo nos duele.
Jodida muerte traicionera que nos roba al amigo que no dejó nunca indiferente a ninguno (especialmente, a ninguna) de quienes tenía a su lado. El andaluz -de Jaén- para que no se confundiera con el otro Eduardo en aquel claustro, mitad combativo mitad cauteloso, del Tirso de Molina de nuestros años más jóvenes. De profes jóvenes con ganas de cambiar el mundo. Empezando, sí, por Vallecas. ¿Y por qué no?
Fue su alma copla y teatro, siempre huyendo de una infancia que dejó agrios fantasmas pegados a su piel, consumiendo la amistad y los afectos hasta dejarlos, a las veces, exhaustos. Buscando incansable que le quisiéramos. Aunque él creyera que no se le notaba.
Siempre pensé que su discurrir hosco y en apariencia displicente -cuando se daba- era no más un subterfugio con que esconder esa ternura tan particular que no aprendió del todo a expresar.
Peleó, y mucho, por sus alumnos, y nos/les dejó esa pieza maestra que fue (¿es?) el Colectivo de Teatro El Tirso.
Lo quisimos. Y nos faltará. Y yo no podré nunca evocar su imagen sin ver a Mamen y a Mercedes y Amparo a su lado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario