Mi
padre emplea de siempre unas expresiones particulares que han ido
haciéndose, con el tiempo, santo y seña de su decir. Inconfundible
su ¡alto al ambo!, la enseña más alta de su admiración por
un suceso, un dicho, una cualidad o una persona. Y no vale
valeres. Que es otra de esas de
las suyas que tan certeramente lo caracterizan.
Si
ustedes oyen alguno de estos dos giros, no lo duden. Es mi padre,
Julio Rojas, que le
aplicaron de mote el segundo de sus apellidos, vaya usted a saber por
qué. Aunque hay en su habla
habitual unos cuantos decires
más, digamos que más
ordinarios, y especialmente los que traducen un cierto aire
autoritario, y no se hable más,
que lo retratan igualmente.
Sobre todo cuando
no le gusta la deriva
que va tomando una conversación o si le contradices cuando él, como
es su costumbre, piensa que lleva toda la razón. Y así
sucesivamente, que confiesen
conmigo que es dicho más propio de aparecer
escrito.
Y
no digamos ya de la especial
semántica que aplica de
continuo en su conversación.
Así
cuando traduce como extorsión -sí, eso mismo que están leyendo- lo
que no es sino percance o contratiempo. -Hace unos años -le dice a
la otorrino- tuve una extorsión que me afectó al oído
derecho. Y la mujer me mira, y con los ojos le pido compresión, y me
entiende. En ese caso, la tal extorsión fue un forúnculo que según
él le fue privando de la audición.
Una
extorsión es
como un chantaje, le digo a mi madre esta mañana, y mi madre se ríe
y no para. Le está contando a su nieta de cuando tuvo su enésima
extorsión, que se
cayó de la bicicleta y tuvo que dormir tres meses en tablas, y desde
entonces le empezó esto de andar con dificultad, que piensa
él que no acabó de curar
del todo. Y todavía no tenía los treinta, así que imagínate. Y no
vale valeres.
Anda
encorvado, y le flojean las piernas, que ya casi no lo sostienen. Y
como ha perdido fuerza en los brazos, ha ido dejando de usar el
andador, ese que es también
asiento si le pones el freno para que no se mueva. Silla de ruedas no
quiere, que digo yo que es cosa sicológica.
Es ahora su andar un andar pausado y lento, más que ese de los
fotogramas de cine a cámara lenta. Fatiga da con solo verlo, y ver
el esfuerzo que necesita un paso, y luego otro, y otro más. Hasta el
tiempo parece que se detenga para ponerse a su compás. Como para que
viniera ahora un torete de cinco años, que es, era, otro de sus
dichos favoritos cuando no andábamos diligentes.
Lo
suyo con el lenguaje es de
suyo curioso. Tal
su afán por
corregirnos a nosotros, sus hijos, de pequeños. Que memoria guardo
de una corrección en forma de sopapo o pescozón -ya no recuerdo la
modalidad- por mi entusiasmo en narrar los prolegómenos de una tarde
de cine, apretones a la entrada, en que los chicos arrempujaban. Y
a cada arrempujón que yo decía, sopapo él, o pescozón, que me
ganaba. Empujar, se dice empujar. Para cuando llegó la corrección
paterna, mi cara un tomate.
Como es natural. Otra de sus muletillas. Esta, para comenzar
la frase en que, como de pasada y como quien no quiere la cosa,
reafirma ya de entrada su autoridad. A veces la pronuncia al final de
la frase. Y así redondea lo dicho. No hay equívoco posible. Ni
quien se atreva a llevarle la contraria, las cosas como son.
Lo
cierto y verdad es que el
elenco y variedad de la particular prosa hablada de mi progenitor es
amplio. Y ampliándose está con la edad, máxime cuando le da por
ponerse ya sea místico, ya solemne. Los derroteros apuntan entonces
al surrealismo más depurado, sin que de nada sirvan diccionarios de
dudas y dificultades. Ni siquiera alcanzan los de seudónimos,
escasos por igual el María Moliner y el del amigo Manuel Seco.
Cosa
que sucede, y con frecuencia creciente,
en la más doméstica
de sus locuciones. Si le oyes decir tráeme uno de colores sabrás
que quiere un flan de postre, y un yogur si lo que pide es uno de
esos corrientes. Y es que lo de mi padre es pura creación. ¿Acaso
no decíamos que la maravilla del lenguaje humano y la propiedad más
preciada
de la doble articulación es esa capacidad de producir con un repertorio tasado de fonemas un
número infinito de
mensajes?
Y
dio la fatalidad de
que al consultar el diccionario estaba allí:
Arrempujar
1.tr. desus. empujar. U. c. vulg.
Quizá en lo de extorsión no vaya descaminado: dice la segunda acepción del DLE que es un "trastorno o perjuicio". Y Moliner que es una "alteración de la marcha normal de las cosas que causa perjuicio y molestia".
ResponderEliminarPor lo demás, estupendo.
Gracias. Por la apreciación, y por la lección. Es claro que es mi padre el que emplea con precisión el lenguaje.
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