Ezio Mauro,
hasta hace muy poco director de La Repubblica, ha escrito en
el diario italiano un magnífico reportaje que ha titulado La
sutil línea roja. Viaje por Italia en busca de la izquierda. Un
recorrido que arranca en Turín sobre el 3, el tranvía que
corta y cose dos ciudades: la de ‘los salones’ y la de los nuevos
excluidos, según Mauro. Un viaje en doce etapas más una, la de
Turín, que le sirve para calentar motores. Los excluidos, la élite,
la burguesía, las dos izquierdas, el vocabulario, los pobres, los
inmigrantes, el populismo, los sheriffs, los fundadores, el
trabajo y el sentimiento. Por este orden.
Conviene, con todo,
no confundir aquella situación con esta nuestra, y son muchas las
razones para ello, pero no nos vendría mal no olvidar que Italia
anticipa -¿una década quizás?- los fenómenos políticos que verán
la luz más tarde en la Europa más cercana a nosotros. Me lo dijo un
día ya lejano, entre canapés y aperitivos de embajada cuasi santa,
un amigo sabio al que me hubiera gustado frecuentar más y del que me
hubiera gustado aprender mucho más.
Puede que hoy,
preparándose Trump para reinar y con la historia de vuelta (ya lo
dije aquí otro día: para The Economist, history is back),
finalizado el siglo XX -al decir de algunos- con la muerte definitiva
de Fidel, Rajoy por sus fueros y la gestora atrincherada en Ferraz
desde la noche en que la sede del PSOE fue tomada y la militancia
puesta en cuarentena, tengamos que prestar atención y aprestarnos a
tareas indebida y largamente pospuestas, si es que no abandonadas del
todo a su suerte.
Y quizás sea una de
las principales la de recuperar las palabras (que tienen dueño
-recuerden a Carroll- y a su dueño sirven) en desuso y/o devolverles
el sentido a aquellas sobre las que ha recaído un más que notorio y
hasta salaz abuso. Es justamente la parada que Ezio Mauro llama ‘il
vocabolario’. En la que quizás convenga detenerse y leer:
‘Para entender
qué hacer, haría falta antes saber qué decir. Frente a una crisis
económica sin precedentes, con una derecha que dejando de lado lo
políticamente correcto se ha tomado la más extrema libertad de
palabra, vaciando el lenguaje político y falseando las
referencias culturales de su campo, la izquierda ha
clausurado el viejo vocabulario y no ha encontrado el nuevo. Nadie se
preocupa de escribirlo, todos están demasiado ocupados en buscar la
ocurrencia eficaz en los ciento cuarenta caracteres de un twit,
en lugar de poner en juego un pensamiento largo,
aceptando el uno contra todos de las redes sociales donde vive la
democracia del libre intercambio de opiniones, ya sin púlpito ni
mensaje vertical, pero donde crece también la sociedad
del rencor. Mientras tanto, la derecha sabe de qué habla, y sabe
incluso cómo hacerlo.’
Así Trump, Orbán o
Le Pen, esta última apuntando hacia un nacionalismo
revolucionario y proponiendo un patrotismo económico
y una soberanía al servicio de la identidad, a la vez que
denuncia la traición de las élites que llevaría a una
Francia que ya no reconoceremos, que se convertirá para nosotros en
un país extranjero. Palabras que, al decir del autor, remueven
lo más profundo de los viejos miedos con lenguajes novísimos. Y que, en el caso de Francia, preparan el terreno para un programa de derecha extrema -Fillon, vencedor de las primarias de la derecha- para confrontar con la extrema derecha, neutralizada la gauche y ausente.
¿Y la izquierda? La
izquierda no usa ya las palabras de siempre porque le parecen viejas,
aunque en realidad aparecen antiguas solo porque no suenan
auténticas. ¿O hay algo más moderno que hablar de los derechos del
trabajo, para negar que sean una variable dependiente de la crisis
cuando son, por el contrario, una medida de la calidad democrática
del país?. ¿Hay algo más responsable que proteger el estado de
bienestar frente al ataque de estos últimos diez años? ¿Por qué
tiene que ser viejo hablar de igualdad en una fase en que la crisis
está convirtiendo las desigualdades en exclusión, sabiendo que
exclusión y democracia son realidades excluyentes?
La conclusión es
-la transcribo tal cual- certera. Y la comparto tal cual:
‘(…) si te
faltan las palabras, tus palabras, las de tu historia (…) eres
prisionero de la hegemonía cultural dominante, gregario del
pensamiento único, actor en la agenda de otros, y mientras tanto el
concepto de izquierda empalidece dentro de un líquido aséptico y
confortable pero diferente y sin color. La indistinción
democrática.’
Es
en esa indistinción en la que unos pueden afirmar que abstenerse
no es apoyar (cuando de tu abstención depende la elección de un
presidente de la derecha) y todos a una defender la soberanía de una
militancia a la que, por coherencia, no se debe consultar (en el
partido mandan los militantes, pero la democracia directa no forma
parte de la tradición de la socialdemocracia)
Leer este Viaggio
es más que saludable, salvando las distancias (una, y no menor, que
allí gobierna la izquierda) y acercando las coincidencias. Porque la
de allí, como las de aquí, hablan de vez en cuando, sí, de los pobres, pero puede
que ninguna se haya parado desde hace muchísimo a hablar con los
pobres.
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