Ayunos
de visión ‘política’, fundamentalistas de los principios,
sentimentales tercos, inmovilistas. Ayer, sin ir más lejos, gentes
de ‘pluma y juicios fáciles’ (A. Elorza dixit) prestas al
linchamiento. Ignorantes del funcionamiento de la democracia,
personas carentes de la necesaria sensatez, sospechosos -cuando no
sencillamente malos- militantes… De casi todo hemos
leido/visto/oido estos días los que mantuvimos la posición de que
el PSOE debía mantener su comprometido -de compromiso, y también de
riesgo- no a la investidura de Rajoy como presidente del
Gobierno, los que seguimos pensando hoy que entre esos dos males que
describía el primer titular de la comisión gestora -abstención o
terceras- el comité federal no ha optado por el menos malo sino por
el peor. Porque las terceras se celebrarán.
No
es necesario tener el alma entregada a alguna de las iglesias
podemitas para pensar así. Es más: quienes nos acusan de
podemizados han abierto un boquete enorme, propicio para todo tipo de
hemorragias, en el cuerpo -hasta ahora no místico- del partido y,
con la presidencia del Gobierno a Rajoy, le han regalado a Iglesias
Turrión -sin merecerlo- el privilegio de convertirse en el principal
vocero de la oposición. Ayer se vió. Tanto como la nula
credibilidad de las palabras del portavoz ocasional del PSOE, ese
mismo al que tantas veces le oimos decir que ‘bajo ninguna, y digo
ninguna, circunstancia vamos a hacer presidente a Rajoy’.
Humillante, que le hicieran jugar ese papelón. Un escarnio que él
lo aceptara.
Al
PSOE le hacía/le hace/le hará falta atraer hacia sus candidaturas
muchas decenas de miles de votantes, y lo que no podía/no puede
permitirse es perder ni uno solo de esos 5.424.709 que obtuvo en las
últimas elecciones. Y me temo que la sangría, y más después de
ayer, es ya mayor que la hipotética pérdida en unas terceras. Es
más. Futurible por futurible, yo apuesto a que una postura firme
ante un candidato que ayer mismo dijo que de demoler sus
‘reformas’ nada, ni una nos hubiera ayudado al
menos a retener -un suelo, no un duelo- a la inmensa mayoría de esos
electores e incluso a sumar a muchos de los que eran ya conscientes
de que algunos miraban más por ser jefes de la oposición que por
mandar al jefe de la derecha a su plaza de registrador de la
propiedad de Santa Pola.
Un
día aciago, el de ayer. Cuando -rodeadores a parte- mayor es
y más exigente la demanda de coherencia, de lealtad y respeto a la
voluntad de los electores, de ética en la política, la respuesta de
la dirigencia del partido socialista -la abstención que no es
apoyo porque usted es el peor presidente que cabe imaginar- acabó
de sembrar el desconcierto en millones de votantes y aumentó el
cabreo de una militancia que empieza a recelar de quienes dicen ser
sus representantes pero no quieren oír lo que piensa. Una respuesta
que hizo llorar -sí, porque también cuentan los afectos, y los
sentimientos- a muchos: las lágrimas de Pedro Sánchez las respeto,
pero las de mi madre las sufro.
Ayer
no solo abrimos la puerta del Gobierno a la derecha más nefasta
-¿también la del Consejo de ministros a la Cospedal?- sino que
pusimos sordina a la corrupción (la preministra dice que el
de la Gürtel es un juicio sin garantías), nos inhabilitamos para
liderar la oposición y dejamos de ser por mucho tiempo, además de
un claro referente ético, el partido vertebrador de la izquierda. Y
quedamos en la peor de las situaciones para cuando se celebren esas
terceras. Que haberlas, las habrá. Sin quererlo, mérito fue del
joven rufián que nos uniera en el desprecio a unas palabras que
insultaban la memoria de tanto sacrificio, tanto dolor, tanta cárcel
y tanto paredón.
¿Y
qué hacer? Levantarse, y avanzar. Y para eso, hablar, debatir y
elegir. Votando. Elegir un camino, fijar con claridad unos objetivos,
renovar e innovar principios y programas. Reforzar la democracia para
que no quede reducida a las raspas de una democracia representativa
que en estos días ha dejado al desnudo sus limitaciones y sus
vergüenzas. Decidir si queremos seguir siendo un partido en el que
los aparatos deciden qué hacer o un partido de militantes, abierto
en sus deliberaciones y en sus decisiones a los ciudadanos
progresistas, que les digan a los aparatos lo que deben hacer. Y hay
que elegir -un militante, un voto- una dirección que ponga fin al
mandato de una gestora elegida a hora incierta por los
supervivientes, en número que nunca sabremos, de aquella sesión de
un comité federal de infausta memoria.
Aunque, muy a nuestro pesar, la esperanza que muchos
tenemos en el próximo congreso es casi tan grande como el temor de que no
se celebre hasta no haber dejado todo convenientemente atado.
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