martes, 5 de junio de 2012

romana y abundante


En la tumba de Gramsci 

El sueño demolido de quien murió en la cárcel.
La luz extrema del lenguaje y su sombra.
Árboles mojados y vagabundos.
Roma revisitada, ciudad vencida
a la que el día de abril de 2008 y de la lluvia
a Gramsci nos recobra, no al cautivo
de los días de niebla, dolor y Mussolini,
sino al leído en la ciudad vivida en días inestables
de calles fugitivas y ensoñaciones puras.

Al Gramsci de las quimeras
nacidas de la voz que iluminaba
ciudades sin escoria en los Cuadernos
de la cárcel
.
                    A quien hizo propicias
noches que se extendían hasta el amanecer
en debates tintados
por prematura madurez y adolescencia breve
y aceras fronterizas y encharcadas.

Llovía en la mañana de la Roma de abril
y hablaba la memoria de las cosas pequeñas:
ceniceros de barro colmados de colillas
contra la madrugada, romos lápices
de dibujar consignas, abalorios
de viajes a países del Este o de otro mundo,
gastados pantalones de pana, o los vaqueros
rotos en las huidas muy cerca de Callao, antes
de pintar hasta el alba
el sueño colectivo en Méndez Álvaro
o en la universitaria.
                                 Allí estaba la tumba
de quien murió en la cárcel, mucho antes
de nuestra devoción y nuestro sueño, cuando Europa
tiritaba de miedo y de agujas de muerte
y nadie de nosotros, amigos cincuentones en este siglo raro,
habíamos nacido.

La lápida mojada, la desnudez de un texto
que, entre flores muy vivas -Ales, 1891/Roma, 1937-,
conmueve al visitante, eran deforme espejo
del lector regresado, del militante envejecido
que yo era en la mañana
de abril de 2008 y de la lluvia
romana y abundante.

Manuel Rico (de Fugitiva ciudad)

1 comentario:

  1. PIER PAOLO PASOLINI / DE "LAS CENIZAS DE GRAMSCI"

    El llanto de la excavadora

    Pobre como un gato del Coliseo,
    vivía en un arrabal todo cal
    y polvareda, lejos de la ciudad
    y del campo, apretado cada día
    en un omnibus agonizante:
    y cada ida, cada regreso
    era un calvario de sudor y de ansias.
    Largas caminatas en una calina calurosa,
    largos crepúsculos delante de papeles
    amontonados sobre la mesa, calles de barro,
    tapias, casillas bañadas de cal,
    y sin marcos, con cortinas por puertas...
    Pasan el aceitunero, el botellero,
    viniendo de algún otro suburbio,
    con la polvorienta mercancía que parece
    fruto del robo, y una facha cruel
    de jóvenes envejecidos por los vicios
    de quien tiene una madre dura y hambrienta.
    Renovado por el mundo nuevo,
    libre - una llama, un aliento
    que no sé decir, a la realidad
    que humilde y sucia, confusa e inmensa,
    hervía en la periferia meridional,
    daba un sentido de serena piedad-.
    Un alma en mí, que no era sólo mía,
    un alma pequeña en ese mundo sin límite,
    crecía, nutrida de la alegría
    de quien amaba, aun sin ser amado.
    Y todo se iluminaba de este amor.
    Tal vez todavía de muchacho, heroicamente
    y sin embargo maduro en la experiencia
    que nacía a los pies de la historia.
    Estaba en el centro del mundo en ese mundo
    de suburbios tristes, beduinos,
    de terrenos amarillos pulidos
    siempre por un viento sin paz,
    viniese del mar caliente de Fiumicino,
    o del campo, donde se perdía
    la ciudad entre los tugurios; en ese mundo
    que sólo podía dominar,
    cuadrado espectro amarillento
    en la amarillenta neblina,
    agujereado de miles de filas iguales
    de ventanas enrejadas, la Penitenciaría
    entre viejos campos y caseríos soporizados.
    Los papeles y el polvo que la ciega
    ventolera trajinaba de aquí para allá,
    las pobres voces sin eco
    de mujercitas venidas de los montes
    Sabinos, del Adriático, y aquí
    acampadas ahora con turbas
    de enfermizos y duros chiquilines
    estridentes con remeras rotas,
    en grises, quemados calzoncillos,
    los soles africanos, las lluvias febriles
    que convertían en torrentes de barro
    las calles, los micros en la terminal,
    estacionados en su esquina
    entre una última faja de hierba blanca
    y algún ácido basural en llamas...
    era el centro del mundo, y era
    el centro de la historia mi amor
    por aquello: y en esta
    madurez que por ser naciente
    era todavía amor, todo estaba
    por volverse claro -¡era
    claro!- Aquel barrio desnudo al viento,
    no romano, no meridional,
    no obrero, era la vida
    en su luz más actual:
    vida, y luz de la vida, plena
    en el caos aún no proletario,
    como lo quiere el rústico periódico
    de la célula, la última
    tapa del semanario: hueso
    de la existencia cotidiana,
    pura, por ser hasta demasiado
    próxima, absoluta por ser
    demasiado míseramente humana.



    http://www.youtube.com/watch?v=mESo13hfgMI&feature=related

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