sábado, 23 de junio de 2012

adioses


El jueves fue día de adioses. En el Liceo Cervantes -que se apellida 'español'- de Roma se despiden las alumnas y los alumnos que han terminado el Bachillerato, y Laura habla en su nombre. Son más jóvenes que sus colegas estudiantes en la escuela italiana, que no pueden acabar el liceo antes de los diecinueve, y podrán incorporarse a la Universidad, si es lo que eligen, un año antes. Ventajas, piensan algunos aquí, del sistema (educativo) español.
Con los (y las, que ellas son más) estudiantes se despiden también las profesoras -ningún varón entre ellas- que llegan al término de su estancia en el exterior, que en la jerga llaman adscripción temporal. Habla Alicia, emocionada, por las cinco que se van. Con ella, Anabel y Amparo, Maite y Nuria.
Y despiden también, ya que están en ello, al consejero de Educación, que celebra así su último acto público como autoridad educativa. 'Último... por ahora', me dicen cuando me oyen anunciarlo. Para decirlo, e invitar a la esperanza y a la derrota del pesimismo, me he puesto una corbata especial.
No mucho más de unas cuantas cosas, que algunas hay que reservarlas siempre para lo más íntimo, fueron las que pude enhebrar en ese discurso final que quise cercano y cálido -el calor ya lo ponía ese fenómeno meteorológico de origen africano que han llamado Scipione- y poco protocolario. Que un país y una sociedad no pueden ser nunca ni más ni mejores ni de más calidad que la calidad de la educación que tienen. Que merece la pena luchar por la educación, es decir, por ayudarnos a ser mejores personas y hacer mejores y más competentes a nuestros dos países, Italia y España. Que el Liceo que tiene de laico patrón a don Miguel de Cervantes puede, y debe, ser un mejor servicio: al alumnado y a las familias italianas y, por lo tanto, a España.
Y dejé dicho que conmigo sí se ha hecho realidad la súplica, casi exigencia, del Alberti que vivió allí al lado: 'Dejé por ti todo lo que era mío./ Dame tú, Roma, a cambio de mis penas,/ tanto como dejé para tenerte.' Porque difícilmente podré devolverle a Roma tanto como me ha dado en estos once meses de asombro y de belleza.
Y fue casi todo. Después de manifestarles mi deseo de que fueran felices y de que la vida los tratara con dignidad (¿os acordáis, amigos?) tuve que intervenir de nuevo para dejar también dicho que ser maestra de  infantil -parvulista, siempre- es la categoría más alta a la que se puede aspirar en la enseñanza, digan lo que digan cuerpos y escalafones, y cerrar con una doble confesión: mi pasión por la filosofía y esa especial debilidad que tengo por las maestras de música (te recuerdo, A.)

Antes -gracias- habían participado el director, Joan C., y Rya Kaufman, una mujer con un encanto especial, en representación del Ampa Roma.

4 comentarios:

  1. Se despidieron y en el adiós ya estaba la bienvenida.
    Mario Benedetti

    Nunca he dicho adiós a nadie. Nunca he dejado que las personas a las que quiero se marchen. Sí, porqué las llevo allí donde yo voy. En mi corazón.
    Yo

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  2. Amigo Pedro Pablo:
    Me contó "una flor! de Alcázar algo de tu situación hace unos días. Algo insinuabas tú en algún post que no entendí. Cuando la Administración atiende a la arbitrariedad de las reglas del poder (desconozco el leguleyismo del caso) casi estaríamos en una musoliniana concepción del Estado. Roma es más que un sentimiento. Yo también te estimo como un poco romano.

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  3. De todas formas lo que cuenta es la vivencia y la nostalgia se compensa con la alegría. Todos los días son únicos ya sea allí o aquí. Bienvenido aunque no está el país para ninguna fiesta.

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  4. ¿Vuelves? Pues está tu tierra hecha unos zorros. Como lo mío es la lengua de Albión, recuerda que "goodbye" viene de "go(o)d be with you" "lo bueno te acompañará siempre. Y como escribió mi adorado Tolkien:
    Farewell, my dear hobbits. My work is now finished. I will not say: do not weep. For not all tears are evil.

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