Mi primer encuentro con su poesía fue en/con aquella Casa de misericòrdia (El pare afusellat...), y desde entonces no me ha abandonado. Tampoco ahora, cuando él ya no está pero nos deja para siempre su escritura, honestamente intensa. Si sentí con él la emoción compartida por Joana cuando la pérdida, ahora es el tiempo de la gratitud. Que nunca será tiempo de silencio.
(…) Mi proyecto poético empezó siendo una vaga sensación premonitoria para definir cuál sería la relación entre la poesía y la vida. Esta sensación permaneció, mientras se hacía más compleja, en los sucesivos libros de poemas: cada uno de ellos iba sintiéndose con más intensidad como parte de un todo que avanza y se define a medida que se construye —o destruye— la propia vida. El proyecto terminará a la vez que la obra, y la obra a la vez que la vida. (...)
La fuente más importante de mi poesía es la subjetividad. En general, no puedo inventarme acontecimientos. La dificultad es para mí de otra índole: el mero producto de la inteligencia o de la elaboración no tiene papel alguno en la poesía que más me atrae, porque pienso que el poema no es una cuestión de contenido, sino de intensidad.
Cantamos al misterio que nos es propio. Queda por decidir desde dónde cantar, y ésa es la búsqueda que cada poeta realiza a su manera. En esto consiste el estilo, la voz personal, esa voz que hay que encontrar si se quiere ser escuchado. Intento ejercer una inteligencia sentimental a través de la poesía, a la cual no le queda ya más característica para identificarse respecto de la prosa que la concisión y la exactitud. Es la más exacta de las letras en el mismo sentido en que las matemáticas son la más exacta de las ciencias. Y si se trata de un mal poema, ensuciará el mundo, como una bolsa de basura dejada en medio de la calle. Porque un mal poema no es neutral, sino que contribuye a ensuciar, a desordenar el mundo, igual que un buen poema contribuye de algún modo al orden y la higiene del mundo. Éstos son los ejes que me traza, al cabo de los años, mi confortable desinterés por lo que tiene la pretensión de ser novedoso o exótico, un retorno a la divisa de Diderot: «A la mediocridad la caracteriza su gusto por lo extraordinario». En mi descargo diré que detrás de una vejez que no haya asumido la decepción suele haber necedad. La decepción es un sentimiento positivo para la defensa de la mente contra la impostura.
(…) Después de un recital procuro siempre abrir un diálogo tan lejos como puedo de las artes escénicas que, hasta cierto punto, se tienen que utilizar al decir los poemas ante un público. Este contacto directo me ha descubierto o me ha reafirmado en cuestiones fundamentales: que no escribo poemas para mí. Que la recomendación de «amar a los otros como a ti mismo» que cambió el mundo y que todavía no hemos podido apartar o sustituir, sólo la he podido llevar a cabo a través de la poesía, porque intentar escribir un poema es para mí una forma de amar.
(…) Siempre he tenido conciencia de que la poesía, para mí, se extendía por toda la vida. La prisa, pues, no ha formado parte de mi relación con el poema. El juicio final lo hará el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde sólo, y no es poco, el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos. Ninguno de nosotros contamos demasiado, incluso los que parecen contar mucho, pero nos puede salvar lo mismo que, curiosamente, también puede salvar el poema: su honesta intensidad. Estas virtudes, si las hay, vienen de muy lejos y recorren largos y complejos caminos interiores.
Joan Margarit, en Prefacio a la edición de 2015: Unas palabras para esta edición de todos mis poemas, de Todos los poemas (1975-2015), Editorial Planeta, Barcelona, 2018.
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