Lejos
de los pueblos y retenes, de amenazas humanas e inhumanas, los niños
pudieron dormir, por primera vez en muchas lunas, sin temores
nocturnos. Iban dormidos todos, e iban tan profundos en su sueño,
que no escucharon ni vieron a la mujer que, también dormida, rodó
hasta caer del techo de esa misma góndola, y que despertó dando
tumbos mientras caía cuesta abajo hacia las afiladas piedras, se
reventó el estómago con una rama rota y siguió cayendo, hasta que
su cuerpo produjo un golpe sordo en la abrupta nada. El primer ser
vivo que reparó en ella, a la mañana siguiente, fue un puercoespín
de erectas púas y vientre colmado, henchido de adelfas, manzanas
silvestres, retoños de álamo y alerce. La olisqueó un poco, sin
interés, y siguió olisqueando camino hacia los resecos amentos de
un chopo.
Sólo
una de las dos niñas que iban a bordo de la góndola, la más
pequeña, se dio cuenta de que la mujer no estaba ya entre ellos. El
sol había salido y el tren pasaba por un pequeño pueblo encaramado
en la ladera este de la cordillera cuando, de pronto, un grupo de
mujeres fuertes y robustas, con el cabello largo y bien cuidado y
faldas también largas, aparecieron junto a las vías. El tren había
bajado la velocidad un poco, como hacía siempre que atravesaba zonas
más pobladas. La gente que iba a bordo de la góndola se sorprendió
al principio, y las vieron con desconfianza, pero antes de que
pudieran hacer o decir nada, desde abajo, las mujeres empezaron a
lanzarles fruta y bolsas de comida y botellas de agua. Era fruta
buena: manzanas, plátanos, peras, papayas chicas y sobre todo
naranjas, que todos pelaron rápido y se comieron casi sin masticar,
salvo la niña, que guardó la suya, escondida bajo su camiseta, para
dársela a esa mujer. La mujer había sido amable con ella. Una
noche, cuando la niña, sacudida por el temblor de una fiebre
selvática, chillaba y gemía pidiendo agua, la mujer le había dado
los últimos sorbos de su cantimplora. Pero la mujer ya no iba a
bordo del tren. La niña pensó que tal vez se había bajado de un
salto en alguna parada para alcanzar a su familia en uno de esos
pueblos neblinosos mientras los demás dormían.'
Valeria
Luiselli, Desierto Sonoro, Editorial Sexto Piso, Madrid,
2019
traducción
de Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli
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