'«Mi filosofía es muy
sencilla», le dijo en una de las primeras citas. «Apenas me he limitado a pasar
a limpio el pensamiento de algunos de mis clásicos favoritos.» Y contó de qué
modo había llegado la filosofía a su vida. Una vez, en algún momento de su primera
juventud, quizá con quince o dieciséis años, oyó o leyó en alguna parte, o bien
intuyó por sí mismo, que la vida se resuelve siempre en fracaso. Siempre, sin
excepciones. Porque siempre, al final, todos envejecen, mueren y no cumplen sus
sueños. Así de fácil lo vio entonces. Fue un descubrimiento que por un lado lo
llenó de zozobra, pero también, secretamente, de consuelo y de júbilo. Decidió
hacer suya aquella idea, atesorarla, convertirla en creencia, y vivir con ella
para siempre. Aquella idea era un refugio confortable y seguro. Ante la
seguridad del fracaso, todas las tentaciones y promesas del mundo se
desvanecían en espejismos, todos sus brillos y sus músicas palidecían y se
apagaban. Fue desde luego un descubrimiento providencial para alguien que
empezaba a iniciarse en las incertidumbres y angustias de la juventud.'
'(…) Ahora entendía en
profundidad el mito de las sirenas que atraen y pierden a los incautos
marineros. Pero a él no iban a embaucarlo ni con cantos ni con baratijas. Se
sintió fuerte, libre, señor de sí mismo, capaz de despreciar no importa a
quién, porque ya no necesitaba nada ni a nadie para ser feliz y vivir en paz y
en armonía; consigo mismo se bastaba. Caminaba ahora como un monarca por el
mundo. Porque eso es lo que era, un monarca, dueño y señor de todo cuanto
abarcaba su mirada. Y veía cómo la gente, los comerciantes, los mecánicos, los
que se apresuraban a hacer una gestión, los profesores, los enamorados, se
afanaban cada cual en lo suyo. ¿Y todo para qué? ¿Para qué tanto agitarse si al
final el edificio entero de la existencia se vendría abajo en un instante? Ese
era el mundo, el espectáculo y la esencia del mundo, mostrado didácticamente
ante sus ojos como una lámina escolar. Era lo que necesitaba para anclar su
nave —su vida— en algún mar benévolo. Casi sin saberlo, sin haber leído aún a
los filósofos que serían luego sus maestros, empezó a descubrir los placeres
del escepticismo y la dulce gravedad del estoico.'
En Luis Landero, Lluvia fina, Tusquets, Barcelona, 2019
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