Yo
he pasado una vergüenza enorme viendo a los
españoles “demostrar” su españolidad. Porque no se trata, en su
caso, de mostrarla, sino de demostrarla. Es algo terrible. La
ostentación de la “españolez” me provoca náuseas allí donde
la reconozco, ya se trate de un baile regional, de una romería
popular o de un evento deportivo. El otro día, una periodista me
preguntó a bocajarro: “¿Sigue usted odiando a España?”.
Hombre, dicho de esta manera suena como una solemne estupidez.
¿Cómo odiar España así, en abstracto? Odio a España cuando
pienso en los toros o en la fiesta del Rocío.
[…]
Y en ésas estamos. Pintan bastos. Nada contra el hastío. Sólo
cantamañanas y talibanes, piratas y bucaneros, mujeres pirañas y
amigos de alquiler, guiris y guripas, poltronas y prebendas, zombis y
clónicos. Maneras de malvivir. Todo se descompone y estalla en mil
pedazos con facilidad intolerable. Sube la marea de la ambición y la
desmemoria. A este paso, si me voy al infierno, tendré mucha
compañía. La vida hoy es un contrato basura y sólo me quedan estos
escritos corsarios, estas pequeñas radiografías de un agridulce
deterioro, para contarlo sin cortapisas. Especulaciones inciertas y
disidentes sobre la casualidad o el destino.
Quizá
la existencia, el amor y la muerte no sean sino una sucesión de
coincidencias. Quizá sólo cabe dar un portazo al dios dinero o
sumergirse en el chantajismo permanente de la vida fácil. Nobles
prejuicios, dirán los que nunca saben dónde está la diferencia.
Ridículos. Falta coraje y es hora ya de soltar lastre. Que retornen
la pasión y la utopía. Que al fin triunfen el ánimo transgresor,
la sonrisa fresca, la belleza natural y la imaginación portentosa.
Uno, de momento, continúa refugiándose en la escritura íntima y
denunciando lo evidente: ese imparable acoso moral del que somos
víctimas en este inhóspito lugar planetario repleto de individuos
sonámbulos, indolentes, tristes, rancios, golfos, envidiosos,
mediocres y hasta esquizofrénicos. […]
(Raúl
Carlos Maícas, La nieve sobre el agua, Fórcola, 2019)
Esta
misma mañana, en una emisora de radio, intento escuchar lo que se
anunciaba como un debate -finalmente trasmutado en monólogo de
sordos- sobre distintos programas electorales en materia de
economía. Solo saco en claro que a Lacalle, al que llaman ‘gurú
económico’ (¿?) del PP, abomina de la izquierda que solo trae
despilfarro y miseria, y le gusta Raphael. Más en la línea de su
abuelo que de su padre. Eso sí, lo que menos disimula, junto a su
aversión a los impuestos, es su evidente mala educación.
Y
en mis adentros, mientras, voy pensando en el refranero. Dime de
qué presumes…
Buen florilegio. En algún momento don Juan habló de españolhez.
ResponderEliminar