Una tribu de palabras*
Por
aquellos tiempos no era preciso ponerse de acuerdo, ni falta que
hacía, para llegar a la única conclusión posible: que aquel, o
aquella, es forastero y no precisamente de un pueblo de los de cerca.
Bastaba con oír aquella palabra que al trompo le decía peonza, o
canicas a las bolas. Es de madrid, que era como entonces se
nombraba y al tiempo se distinguía a los que no eran de aquí, ni
tampoco de cerca, por más que sus padres -o ellos mismos incluso-
hubieran emigrado digamos que a Valencia o Barcelona o mismamente a
Alcázar de San Juan. Por más que muchos de los que así marcábamos
distancias acabáramos por marchar a la capital del reino con
nuestras palabras a cuestas, Madrid era el resto del mundo.
Losdemadrid
eran los que decían mamá, o papá, y solían acudir los veranos y
quedarse hasta la feria. Hasta el cristo, por lo menos. Las francesas
eran otra cosa, que llegaban con acento y bailando el twist. Como la
Mari, que se fue con sus tías y volvió ya solo para el verano y no
sé si volvió a fijarse en mí. Jugar sí que no quiso ya nunca, que
pensé que a lo mejor en Francia no se llevaba. Y eso que a mí me
gustaba tanto mirarla cuando jugaba al tocalé.
Las
palabras marcaban entonces un territorio que era a la vez geográfico
y cultural. Pero eso lo sé ahora. Antes hacían la raya entre los de
aquí -aquel aquí- y los de afuera, aunque de afuera vinieran
otros/otras que se quedaban después de terminar la feria, o la
vendimia, aunque no eran muchos ni se les conociera apenas fuera de
la escuela, hijos/hijas del jefe de la estación -la que yo recuerdo,
chica y competidora- o del factor, de algún maestro o guardia civil,
o del mismo jefe de Correos. La movilidad era así de corta y poco
variada. La de los curas, oficialmente infecunda. Mi barrio de
Santana no propiciaba, por lo demás, demasiados acercamientos, y
casi todos vivían al otro lado de la carretera. A saber qué
merendaban.
El
territorio cultural, la comunidad, no es fácilmente apreciable
cuando están ausentes las palabras que lo llenan y lo diferencian de
otros. Y así antaño, cuando entonces la televisión un aparato
escaso poco menos que diabólico y de funcionamiento enigmático,
apenas si fútbol y toros. Y eso, si acaso. En la radio, tardes de
mujeres y costura y las canciones de Radio Socuéllamos que se la
dedico a mi madre por su cumpleaños de su hijo Nemesio que tanto la
quiere desde Melilla, donde hace el servicio. La Pirenaica, cosa
de mi abuelo y a la noche, y de lo que no se puede hablar mejor es
callarse. Las palabras escritas de los libros, andando los años, más
oficiales que otra cosa. Como si de otra lengua se tratara.
Con
el tiempo supe que las palabras, y la manera de combinarlas,
encierran una manera de ser, de estar en el mundo y de mirarlo. Una
manera de pensar, y de soñar. Supe que pensamos y soñamos con
palabras, tales las que decía aquel compañero mío mallorquín en
sus sueños en voz alta, mi descubrimiento práctico, mi mejor
aprendizaje, de qué es una lengua materna: la lengua en que se
sueña, su mallorquín.
Una
tribu de palabras, la de esos muchachos que corren con su perrilla
detrás del tío del paloduz, hombre enjuto y serio, casi huraño.
Con las palabras como herramienta y como frontera. No hacía falta
saber de Wittgenstein para intuir que sólo rompiendo los límites de
aquel lenguaje que tan perfectamente nombraba nuestro mundo sería
posible descubrir mundos nuevos, salir de la tribu. Aunque fuera un
salir sin dejarla nunca atrás.
Y
así nos fuimos haciendo hombres y mujeres, y de provecho los más.
Con las palabras a cuestas como un fardo liviano sobre los hombros
con que abrirnos camino cambiándolas por otras, incorporando muchas
nuevas, descubriendo sus parecidos y sus equivalencias.
Convirtiéndonos, cuando se hizo preciso, en muchachos como
losdemadrid para llamar niños a los que hasta entonces no
habían sido más que monillos.
Aprendimos
así a nombrar nuevos mundos. Pero todavía hoy, cuando me retan, soy
incapaz de dirigirme a mi padre llamándolo papá.
Porque
a los padres, de usted y con respeto.
* En El tiempo hermoso, Almud Ediciones de Castilla-La Mancha
No hay comentarios:
Publicar un comentario