Si dices que política -la 'bella' política- y
verdad son indivisibles, te dirán ingenua. Si reafirmas que no hay
política sin ética (ni ética sin estética: véase Mato), te llamaran
ilusa.
Otros se preguntarán en alto qué estarás buscando, qué
ambiciones inconfesables te guían (ellos, que nunca las han tenido, ni
las tienen ahora: que son lo que son por la gracia del más alto)
Si quieres ser coherente y te
sumas a la protesta en la calle, vendrán otros, los que quieren ser
dueños en exclusiva de las causas nobles y del sufrimiento de los mas
débiles, y querrán desahuciarte de ti misma, negar tus convicciones a
gritos (otras, más sutiles, lo justificarán: si acudes a la cita que ellos
mismos han convocado, 'te arriesgas a que te increpen'). Algunos creen que solo existe su
compromiso.
Si todo eso sucede es porque algo se mueve. Porque en
algo -en mucho, te lo aseguro- has contribuido a que se remuevan aires
aquietados y aguas aparentemente mansas.
Sigue. Tranquila y con
decisión. Si puede ser, lejos del circo de la bronca y, si puedes, de
los platós que invitan a los que hacen gala de aquello precisamente que tú combates.
Y descansa, niña Bea, reposa las emociones de esta semana. Llorar es humano, y humaniza. Y tu llorar en la manifestación añade vida, y afecto y verdad, y hace luz en estos días oscuros, en estas tierras de penumbra.
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