No es más que una casa
clavada en el suburbio.
Una casa con su techo sus paredes
sus ventanas y sus puertas. Su historia.
Por ella me muevo segura
y la conozco tanto como a mi cuerpo.
¡A nadie se le ocurre
contar cuántos dedos tiene!
Así, no cuento cuántas cosas tengo en esta casa
pero tengo lo que necesito.
Preparo mi café, cocino mi comida
y mi lugar ante la mesa es siempre el mismo.
Si estoy contenta me siento en el patio
y me contagio de la frescura de las plantas.
Si estoy triste ordeno hasta que la tristeza es soportable.
La casa nunca está muy desordenada
y no paso demasiado tiempo en el patio
por lo que creo que la vida
me es al fin
benévola.
De noche duermo con la ventana abierta
en una cama grande y mullida
consciente de que el planeta gira de oeste a este
y a una velocidad increíble.
(Estela Figueroa, Máscaras sueltas. A capella, Universidad Nacional del Litorial, Santa Fe, 2009)
Gracias a E.G. por la pista.
A mí, cuando la tristeza me vence, no me quedan fuerzas para ordenar nada. Sólo puedo tumbarme en la mullida cama, sin fuerzas, hasta que ella sola, sin saber por qué, se va.
ResponderEliminarMi refugio, totalmente desordenado.
Besotes
Yo, para alejar la tristeza, me calzo las deportivas y doy caña al cuerpo hasta que ya no puede más.
ResponderEliminarOtro método que no falla es calzarse los tacones y bailar hasta reventar.
Todo es cuestión del calzado.