viernes, 13 de agosto de 2010

abelardo linares


Es el hombre del millón de libros, ¡qué envidia! Poeta, editor, bibliófilo, librero. Y sevillano del mundo de ojos asombrados por Nueva York. Noticia estos días, primero en algún suelto que leí con la anunciación de su nuevo libro de poemas, Y ningún otro cielo, que busqué sin fortuna desde entonces (en Barbate, me dijeron, no hay propiamente librería, y en Cádiz estaban cerradas aquel día) y he encontrado finalmente hace bien poco. Después, por ser actualidad en las páginas de EL PAÍS.
Como si marinero fuera, navego por sus páginas -que relucen como del oro que son- y me entretengo en sus ensueños. Que tiempo habrá después para escribir más sobre sus versos. Fruición de la lectura, sabor del saber -¿acaso no lo mismo?-. Deslumbre a ratos, ejercicios de lectura a dos manos, comentario de ese hallazgo de hermosura, como un relámpago. Contención también, que es de apreciar.
De acuerdo en que las nubes son de suyo, y siempre, impasibles, pero ¿puede una rama estar cansada, o ser amarilla una hora?, ¿o correr asustadas las manecillas del reloj? ¿Es, acaso, la lentitud una cualidad del frío?
Sí. He ahí los poderes del poeta, albañil de palabras. El milagro renovado del lenguaje que crea y nombra las emociones, los estados y las cosas.
Certezas. Como la de una sonrisa -un puñado de luz, sí, que así es la tuya- que quita los pecados del mundo.
Suena a fácil, pero deben estar de suerte sus Eloísas.

Pasen, y lean.

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