domingo, 11 de julio de 2010

miguel en quintanar


Domingo, y doblete en Quintanar de la Orden. Un grupo de amigos, y yo entre dos Elisas, Romero y Belmonte, amigas muy queridas. Con Consuelo Díaz y Tomás Marco, músicos y compositores. Compartiendo mesa con Matilde, que nos ha abierto su casa y su recuerdo y mi recuerdo emocionados... Matilde y Pablo, y una isla de piedra en La Mancha.
Un sencillo homenaje a Miguel Hernández, aquí, no muy lejos de Ocaña, del penal que también marcó la vida de los míos.
He querido recordar esta mañana, y así lo he dicho, que ninguna edad es buena para morir, pero que morir a los 31 es algo que escapa a toda comprensión. Que se produce el milagro de que nadie muera del todo si vive en el recuerdo -más si también en la gratitud y el amor- de los que, como allí nosotros, nos congregamos para renovar su vida y su memoria. Y hasta he traído a colación y en versión laica aquel versículo de Mateo (18, 20, que no se me olvida): 'Donde dos o más se reunen en mi nombre, allí estoy en medio de ellos'.
Y he pensado (siempre van juntos en mi evocación, Miguel y Pedro) en mi abuelo. Antes de leerlo, la noticia primera de Miguel Hernández me llegó de mi abuelo, compañero de ideales y de penal, sufridores los dos, y tantos otros, del frío de los inviernos de Ocaña, y del calor de sus veranos -y de comida bacalao, el agua racionada-, y sobre todo del dolor de la ausencia de sus mujeres, esa amputación sin remedio.
Por eso, antes de recitar el poema que me asignaron les he pedido a las mujeres allí presentes que fueran todas, por un momento, Josefina. La mujer del poeta, la esposa de estos versos a la que el aire de la noche le desordenara los pechos.
Después, concierto. Aquí ya fueron Mozart y Britten, Chueca y Falla. Y Shostakovich y su Danza española. Y el estreno absoluto, el regalo, de Tomás Marco. Su Tránsito del Señor de Orgaz es música del siglo XXI. Y un regalo.

Hijo de la luz y de la sombra

( Hijo de la sombra )

Eres la noche, esposa: la noche en el instante
mayor de su potencia lunar y femenina.
Eres la medianoche: la sombra culminante
donde culmina el sueño, donde el amor culmina.

Forjado por el día, mi corazón que quema
lleva su gran pisada del sol adonde quieres,
con un sólido impulso, con una luz suprema,
cumbre de las montañas y los atardeceres.

Daré sobre tu cuerpo cuando la noche arroje
su avaricioso anhelo de imán y poderío.
Un astral sentimiento febril me sobrecoge,
incendia mi osamenta con un escalofrío.

El aire de la noche desordena tus pechos,
y desordena y vuelca los cuerpos con su choque.
Como una tempestad de enloquecidos lechos,
eclipsa las parejas, las hace un solo bloque.

La noche se ha encendido como una sorda hoguera
de llamas minerales y oscuras embestidas.
Y alrededor la sombra late como si fuera
las almas de los pozos y el vino difundidas.

Ya la sombra es el nido cerrado, incandescente,
la visible ceguera puesta sobre quien ama;
ya provoca el abrazo cerrado, ciegamente,
ya recoge en sus cuevas cuanto la luz derrama.

La sombra pide, exige seres que se entrelacen,
besos que la constelen de relámpagos largos,
bocas embravecidas, batidas, que atenacen,
arrullos que hagan música de sus mudos letargos.

Pide que nos echemos tú y yo sobre la manta,
tú y yo sobre la luna, tú y yo sobre la vida.
Pide que tú y yo ardamos fundiendo en la garganta,
con todo el firmamento, la tierra estremecida.

El hijo está en la sombra que acumula luceros,
amor, tuétano, luna, claras oscuridades.
Brota de sus perezas y de sus agujeros,
y de sus solitarias y apagadas ciudades.

El hijo está en la sombra: de la sombra ha surtido,
y a su origen infunden los astros una siembra,
un zumo lácteo, un flujo de cálido latido,
que ha de obligar sus huesos al sueño y a la hembra.

Moviendo está la sombra sus fuerzas siderales,
tendiendo está la sombra su constelada umbría,
volcando las parejas y haciéndolas nupciales.
Tú eres la noche, esposa. Yo soy el mediodía.

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