Soñar sin mandamientos
No sé muy bien, Jesús, por qué te escribo
en horas de zozobra y desconsuelo
(si ayer Haití, hoy Chile, y mis desvelos).
Quizás para decirte mi secreto:
para decirte tan sólo que te quiero.
Que no ha lugar para el olvido, bien lo sabes:
que son, cuando lo son, eternos los amigos.
Es seis de marzo, ya casi primavera,
y al otoño porteño me he marchado
para poder decirle adiós a un sueño
y practicar una suerte de conjuro.
Allí estoy, y aquí, Jesús contigo,
celebrando tu presencia y mi futuro.
Estoy aquí, con los amigos,
para decirles de nuevo cuánto os quiero,
que la vida sin vosotros perdería
la magia del momento, las canciones
y esos mil detalles más sin importancia.
Se nos llena el ayer de centenarios
y celebramos a Miguel, poeta y aldeano
que llorando quiso ser el cantor
y el hortelano, insuperable su elegía,
que cultiva la amistad, Jesús hermano,
y el amor, la esperanza, la alegría.
Nuestro Serrat le ha puesto música de nuevo
en rojo y negro de mañanas y utopía:
lo podremos escuchar con un cubata
cualquier noche, en otra Arcadia renovada.
Volvieron a caer las nieves de otros años
y ha llovido, casi a mares, en tu tierra.
De color se vestirá la primavera
y podremos sentarnos a la sombra
ya sin flor de las muchachas,
charlar sin más, como quien pierde el tiempo,
viendo pasar sus risas y la vida y el deseo.
Y comprobar una vez más que vivir es,
como tú quieres, soñar sin mandamientos.
Muy bueno y muy tierno. Como siempre.
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