Hace hoy 50 años.
A Pedro Patiño, albañil con clase (y con conciencia de clase y, por ello, sindicalista), lo asesinaron hace hoy 50 años.
La dictadura (porque aquí, en nuestra España, hubo una dictadura sangrienta y asesina) no toleraba la palabra que llamaba a los derechos por su nombre, y a la libertad en los tajos y en los muros y en las octavillas. También allí, en la Universidad en la que apoyamos, tímida, moderadamente, minoritariamente, aquella huelga de la construcción.
A Pedro, albañil nacido en La Puebla de Almoradiel (en su pueblo, donde su dolor desde niño, cabría un reconocimiento tranquilo y justo), comunista del PCE, lo asesinó a traición una dictadura que empezaba a enseñar sus debilidades matando.
Le negaron entonces a su compañera, Dolores, viuda a la fuerza (bruta), el reconocimiento del cuerpo mancillado y no le permitieron a su familia, ni a sus amigos, velar su cadáver. Ni darle tranquilamente sepultura.
Indignos aquellos jueces y fiscales que lo permitieron y aun trataron de ocultar las evidencias: el muerto debía ser culpable.
Frente a ello, la entereza, la honestidad y la valentía de un abogado, Jaime Miralles, que se enfrentó a aquel sistema judicial corrupto y servil.
Pedro, el albañil militante de las CC.OO., tenía 33 años. La edad que dicen de Cristo.
Mi madre guardaba entre sus papeles la octavilla con la foto de Pedro Patiño con sus hijas. Había conocido mi madre, casi una niña, a la suya. Y a su abuela.
El azar ha querido que hoy haya de encontrarse, en el mismo cementerio de Getafe en el que está enterrado, con Críspulo, el hermano del amigo y compañero y camarada Nieto (José Luis). Críspulo falleció ayer.
Y si yo fuera un inventor de historias los pondría a hablar. A ellos dos, y a José Luis y Edmundo. Y a Pascasio. Que tendrían que hablar de muchas cosas, compañeros del alma… casi hermanos.
Oportunísimo y muy justo.
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