Me
manda B un enlace que me lleva a la información que ella me quiere trasladar.
Juan Mayorga prepara el estreno de su El
mago, que también dirige. De la lectura de la noticia llama mi atención,
sin embargo, la declaración de Mayorga de que anda urdiendo el que ha de ser su
discurso de ingreso en la RAE y cuyo asunto será, dice, el silencio. Por el
valor que tiene en el teatro -la redactora entrecomilla-, y también en la vida.
El silencio es el soporte de las palabras
y a la vez su frontera, añade el académico electo, y son estas las palabras
que me hacen pensar y rememorar.
Pensar
en que, en efecto, no hay discurso sin silencio, ni reflexión. Ni entendimiento
siquiera, si no es rompiendo el continuum que nos permite individuar las palabras
y distinguirlas (por más que no sea más que un silencio hecho de una procesión
de pequeñas pausas) Ni música, tan importante el silencio como el sonido y el
tiempo, su común medida. ¿Te acuerdas de aquel silencio de blanca de cuando el solfeo?, ¿de aquellos sonidos del silencio? O, puestos ya
trascendentes, ¿de ese silencio de Dios
que atormenta y llena de desasosiego las conciencias de los pensadores
creyentes, Auschwitz mediante?
Pensar,
decía. Y rememorar. En silencio, solos los dos, vimos las imágenes del entierro
del dictador que daba la televisión. A mi abuelo Pedro se le caían las
lágrimas, orgulloso yo de su amor y su entereza, respetuoso de su dolor y sus
recuerdos. No hablamos: el silencio lo decía todo. Aquel 23 de noviembre era
domingo, y un rey presidía los funerales.
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