jueves, 8 de febrero de 2018

Cárdenas

clima

(…) A continuación se puso a parlotear incoherencias sobre una pirámide recién descubierta en la Antártida gracias al deshielo de los polos. Yo lo vi en la tele, en un documental, ¿vieron eso? Una pirámide, decía, una pi-ra-mi-de hecha por alguna civilización antigua, probablemente alienígena. Una evidencia de vida extraterrestre en la prehistoria que ya no se puede ocultar. Y dicho esto se santiguó tres veces seguidas a toda velocidad, casi desdibujando la cruz. Quién puede negar la evidencia, nadie, nadie, pero que Dios nos guarde. ¿Quiénes somos? ¿Descendemos de extraterrestres y no del mono? El biólogo intervino, sarcástico, y dijo que quizás lo preocupante de la noticia no era tanto lo de la pirámide como que se estuvieran derritiendo los polos. La dama lo miró en ángulo agudo, incrustando el rostro ojiabierto en su propio buche, y le extendió una mano enjoyada, cinco pezuñas de lujo y mucho, mucho perfume, tanto que mareaba. (…) Creo que nos conocemos, ¿no? Claro, dijo el biólogo estrechándole la mano con abierta repugnancia, cómo olvidarla, señora. Me acuerdo, me acuerdo, mintió la dama, pero déjeme decirle una cosa: eso del cambio climático es puro cuento de mamertos. Terrorismo científico. La Obra de Dios es perfecta y el planeta tiene un termostato, sabe regular la temperatura. Es como una nevera. Usted la descongela de vez en cuando para que no se dañe, ¿me entiende? Lo malo sería dejar que todo ese hielo y esa escarcha se acumulen ahí en el congelador. Entonces toca descongelar cada tanto y santo remedio, mijo, santo remedio. Ahora estamos en esa etapa, que ocurre cada doce mil años, así, como un relojito, y por eso están surgiendo los vestigios de las antiguas civilizaciones que habitaban en lo que hoy es la Antártida, pero que hace doce mil años era un bosque tropical como los que hay aquí, y donde vivían pueblos muy avanzados gracias a la tecnología de los extraterrestres.
El biólogo no pudo contener una risita, sinceramente divertida, y la dama, lejos de tomárselo a mal, siguió con su conferencia. En la Congregación tenemos a un pastor, un tipo muy estudiado y todo, con su doctorado, mejor dicho, un Caballero de la fe, no se vaya a creer que es cualquier lagaña de mico. Bueno, ese muchacho es una berriondera para estas cosas científicas, te explica todo claritico, y una pasmada, cómo no, porque Dios no es ningún chambón, no, señor, y el mundo funciona como un relojito, te digo.

cartas

Muchos años antes, esa mujer, su ex novia, le había escrito al biólogo unas cartas, en el final de la época en que todavía la gente se enviaba cartas a través del correo ordinario, cuando ambos apenas comenzaban a estudiar la carrera de biología. Se diría que eran cartas de despedida, despedida de la vida pasada, despedida de un mundo que iba desapareciendo ante los ojos de todos, pero también despedida de la escritura condicionada por las reglas del correo ordinario, con sus tiempos de espera eternos y sus confusiones de dirección y sus devoluciones al remitente, el final de las cartas que viajaban por medio mundo y a veces acababan perdiéndose por el camino, en muchos sentidos el final de una cierta forma del azar, cartas escritas con la conciencia de que cualquier imprevisto podía sucederle al sobre y, por eso mismo, había que escribir de un modo especial, con un temblor y a la vez con una convicción que transformaban por completo las palabras: su intención, su estilo, su forma.

conspiración

Al biólogo no le gustaban las teorías de la conspiración. Siempre las había encontrado poco elegantes, muy farragosas y, en últimas, destinadas a favorecer explicaciones simplonas e ideológicas para fenómenos complejos, a menudo basándose en falacias, razonamientos circulares, casualidades inverosímiles y emboscadas argumentativas. La conspiración, por otro lado, o eso pensaba el biólogo, proporciona esquemas de inteligibilidad en contextos donde lo irracional amenaza con desdibujarlo todo. Allí donde el riesgo de delirio colectivo es más alto, allí donde se ha desdeñado el cultivo de la razón y la lógica, las explicaciones de cinco pesos se venden como pan caliente porque le dan a la conciencia un placebo, un sustituto de la razón, y así es más fácil envolver cualquier fenómeno en un aura de misterio que perpetúa el atraso y la estupidez: cualquier evento se vuelve materia de ficción. Y la ficción que no respeta la primacía de los datos es la anti-ciencia por antonomasia.

(Juan Cárdenas, El diablo de las provincias, Periférica, Cáceres, 2017)

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