clima
(…)
A continuación se puso a parlotear incoherencias sobre una pirámide
recién descubierta en la Antártida gracias al deshielo de los
polos. Yo lo vi en la tele, en un documental, ¿vieron eso? Una
pirámide, decía, una pi-ra-mi-de hecha por alguna civilización
antigua, probablemente alienígena. Una evidencia de vida
extraterrestre en la prehistoria que ya no se puede ocultar. Y dicho
esto se santiguó tres veces seguidas a toda velocidad, casi
desdibujando la cruz. Quién puede negar la evidencia, nadie, nadie,
pero que Dios nos guarde. ¿Quiénes somos? ¿Descendemos de
extraterrestres y no del mono? El biólogo intervino, sarcástico, y
dijo que quizás lo preocupante de la noticia no era tanto lo de la
pirámide como que se estuvieran derritiendo los polos. La dama lo
miró en ángulo agudo, incrustando el rostro ojiabierto en su propio
buche, y le extendió una mano enjoyada, cinco pezuñas de lujo y
mucho, mucho perfume, tanto que mareaba. (…) Creo que nos
conocemos, ¿no? Claro, dijo el biólogo estrechándole la mano con
abierta repugnancia, cómo olvidarla, señora. Me acuerdo, me
acuerdo, mintió la dama, pero déjeme decirle una cosa: eso del
cambio climático es puro cuento de mamertos. Terrorismo científico.
La Obra de Dios es perfecta y el planeta tiene un termostato, sabe
regular la temperatura. Es como una nevera. Usted la descongela de
vez en cuando para que no se dañe, ¿me entiende? Lo malo sería
dejar que todo ese hielo y esa escarcha se acumulen ahí en el
congelador. Entonces toca descongelar cada tanto y santo remedio,
mijo, santo remedio. Ahora estamos en esa etapa, que ocurre cada doce
mil años, así, como un relojito, y por eso están surgiendo los
vestigios de las antiguas civilizaciones que habitaban en lo que hoy
es la Antártida, pero que hace doce mil años era un bosque tropical
como los que hay aquí, y donde vivían pueblos muy avanzados gracias
a la tecnología de los extraterrestres.
El
biólogo no pudo contener una risita, sinceramente divertida, y la
dama, lejos de tomárselo a mal, siguió con su conferencia. En la
Congregación tenemos a un pastor, un tipo muy estudiado y todo, con
su doctorado, mejor dicho, un Caballero de la fe, no se vaya a creer
que es cualquier lagaña de mico. Bueno, ese muchacho es una
berriondera para estas cosas científicas, te explica todo claritico,
y una pasmada, cómo no, porque Dios no es ningún chambón, no,
señor, y el mundo funciona como un relojito, te digo.
cartas
Muchos
años antes, esa mujer, su ex novia, le había escrito al biólogo
unas cartas, en el final de la época en que todavía la gente se
enviaba cartas a través del correo ordinario, cuando ambos apenas
comenzaban a estudiar la carrera de biología. Se diría que eran
cartas de despedida, despedida de la vida pasada, despedida de un
mundo que iba desapareciendo ante los ojos de todos, pero también
despedida de la escritura condicionada por las reglas del correo
ordinario, con sus tiempos de espera eternos y sus confusiones de
dirección y sus devoluciones al remitente, el final de las cartas
que viajaban por medio mundo y a veces acababan perdiéndose por el
camino, en muchos sentidos el final de una cierta forma del azar,
cartas escritas con la conciencia de que cualquier imprevisto podía
sucederle al sobre y, por eso mismo, había que escribir de un modo
especial, con un temblor y a la vez con una convicción que
transformaban por completo las palabras: su intención, su estilo, su
forma.
conspiración
Al
biólogo no le gustaban las teorías de la conspiración. Siempre las
había encontrado poco elegantes, muy farragosas y, en últimas,
destinadas a favorecer explicaciones simplonas e ideológicas para
fenómenos complejos, a menudo basándose en falacias, razonamientos
circulares, casualidades inverosímiles y emboscadas argumentativas.
La conspiración, por otro lado, o eso pensaba el biólogo,
proporciona esquemas de inteligibilidad en contextos donde lo
irracional amenaza con desdibujarlo todo. Allí donde el riesgo de
delirio colectivo es más alto, allí donde se ha desdeñado el
cultivo de la razón y la lógica, las explicaciones de cinco pesos
se venden como pan caliente porque le dan a la conciencia un placebo,
un sustituto de la razón, y así es más fácil envolver cualquier
fenómeno en un aura de misterio que perpetúa el atraso y la
estupidez: cualquier evento se vuelve materia de ficción. Y la
ficción que no respeta la primacía de los datos es la anti-ciencia
por antonomasia.
(Juan Cárdenas, El diablo de las provincias, Periférica, Cáceres, 2017)
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