En aquel su Sábado, McEwan situaba los hechos -y las reflexiones- de su narración con el telón de fondo de la gran manifestación en Londres contra la guerra de Irak. La ficción y la vida, no tan dispares por cuanto la una se nutre de la otra y la alimenta. Y viceversa.
Tengo entre manos ahora, un tiempo aplazada su lectura, Cáscara de nuez, un arriesgado artificio literario. Dicho sea, sobre todo, por su narrador, tan insólito.
Una vez más, el autor -por el que habré de mostrar de nuevo mi devoción- se sirve de la escritura para dar cuenta del mundo. Del suyo. Del nuestro.
'(…)
A través de los huesos de mi madre me ha llegado un mal sueño
disfrazado de disertación formal. El estado del mundo. Una experta
en relaciones internacionales, una mujer razonable con voz grave y
profunda advertía de que el mundo no iba bien. Analizaba dos estados
de ánimo comunes: la autocompasión y la agresión. Por separado
cualquiera de los dos era una mala elección para el individuo.
Combinados, para grupos o naciones, un brebaje nocivo que últimamente
había intoxicado a los rusos en Ucrania, al igual que había hecho
con sus amigos los serbios en su región del mundo. Nos han
menospreciado, pues ahora verán quiénes somos. Ahora que el Estado
ruso era el brazo político del crimen organizado ya no era
inconcebible otra guerra en Europa. Desempolvar las divisiones de
tanques rumbo a la frontera meridional de Lituania, rumbo a la
llanura del norte de Alemania. La misma pócima inflama las márgenes
bárbaras del islam. Hemos apurado el cáliz, se eleva el mismo
grito: nos han humillado, pues nos vengaremos.
La
experta tenía una opinión sombría de nuestra especie, en la que
los psicópatas son una fracción constante, una constante humana. La
lucha armada, justa o no, les atrae. Contribuyen a convertir
enfrentamientos locales en conflictos mayores. Europa, según ella,
sufre una crisis existencial, quisquillosa y débil mientras las
diversas variedades de nacionalismo narcisista ingieren a sorbitos el
mismo apetitoso brebaje. Confusión sobre los valores, el bacilo del
antisemitismo incubándose, las poblaciones inmigrantes
languideciendo, furiosas y hartas. En otros lugares, en todas partes,
nuevas desigualdades de riqueza, los superricos una raza dominante y
aparte. El ingenio desplegado por los estados para crear nuevas
formas de armamento brillante, por las corporaciones globales para
evadir impuestos, por bancos honrados para atiborrarse de millones de
Navidad. China, demasiado grande para necesitar amigos o consejo,
sondea cínicamente las costas de sus vecinos, construyendo islas de
arena tropical, planeando la guerra que sabe que llegará. Los países
de mayoría musulmana asolados por el puritanismo religioso, por la
enfermedad sexual, por el talento ahogado. El Oriente Medio, rápido
vivero de una posible guerra mundial. Y los Estados Unidos, los
enemigos de conveniencia, a duras penas la esperanza del mundo,
culpables de tortura, impotentes ante su texto sagrado concebido en
una época de pelucas empolvadas, una constitución tan
incuestionable como el Corán. Su nerviosa población obesa,
temerosa, atormentada por la ira reprimida, despectiva con el
gobierno y asesinando el sueño con cada nuevo modelo de pistola.
África que aún tiene que aprender el truco de la democracia: el
traspaso pacífico del poder. Sus niños muriéndose a miles cada
semana por carecer de cosas sencillas: agua limpia, mosquiteras,
medicamentos baratos. Uniendo e igualando a toda la humanidad, los
viejos y aburridos temas del cambio climático y la desaparición de
los bosques, de los animales y del hielo polar. La agricultura
rentable y venenosa que destruye la belleza biológica. Los océanos
que se convierten en ácido débil. Muy por encima del horizonte,
aproximándose veloz, el tsunami urinoso del creciente número de
ancianos, de cancerosos, de dementes, que necesitan cuidados. Y
pronto, con la transición demográfica, se generará lo opuesto,
poblaciones en catastrófico descenso. La libertad de expresión ya
no es libertad, la democracia liberal ya no es el puerto de destino
obvio, los robots roban puestos de trabajo, la libertad en un
estrecho combate con la seguridad, el socialismo caído en desgracia,
el capitalismo corrupto, destructivo y caído en desgracia, sin
alternativas a la vista.
En
conclusión, decía la experta, estos desastres son el fruto de
nuestra naturaleza doble. Inteligente e infantil. Hemos construido un
mundo demasiado complejo y peligroso para que lo gestione nuestra
naturaleza pendenciera.
En
tal estado de desesperanza, el voto mayoritario irá a parar a lo
sobrenatural. Es el crepúsculo de la segunda Era de la Razón.
Éramos maravillosos pero ahora estamos condenados. Veinte minutos.
Clic.'
(Ian McEwan, Cáscara de nuez, Anagrama, Barcelona, 2017)
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