Soneto 62
A la memoria de María Cicuéndez
¡Ay, la muerte!, ¡tan cruel cuando golpea!,
¡cuando ahoga el aliento de una vida!;
más cruel cuando aparece repentina,
cuando en un sobresalto la belleza
de unos ojos apaga. La tristeza
se impone, no hay lugar a despedidas
-un bálsamo que alivie las heridas-,
ni últimas palabras, ni la queja:
“¡Cuánto tiempo ha pasado, nunca vienes
a verme!”. No hay abrazos, ni disculpas,
ni modo de decirle que la quieres
antes de que tu voz se quede muda.
Solo un beso de plata en las sienes,
los párpados que no se abrirán nunca.
(Paco Morata)
No hay comentarios:
Publicar un comentario