Uno.
Leo (en la prensa comarcal) que el nazareno se cubrirá tal vez pronto con túnica hecha de un traje de luces del torero. Y se me va el sentido del tiempo, y entiendo quizás mejor la deriva de la historia.
La España de cerrado y sacristía no fue la de un mañana efímero destinada a morir, que dijera el poeta. Ni la iglesia de estas luces con vuelta al ruedo -¿y salida a hombros?- se parece a la que le tengo oído a Francisco, el Papa de Roma.
Eso sí: el torero devoto le puede regalar el traje a quien le de la gana, que para eso es suyo. La túnica, al parecer, modesta, ‘de diario’.
Dos.
Oigo (en la radio, cadena nacional) a una madre decir que la enfermedad de la que murió su hija es una de esas enfermedades no rentables. Porque, al tratarse de una enfermedad rara -de las infrecuentes, escasas o desacostumbradas- no interesa ni a investigadores ni a laboratorios farmacéuticos.
Y pienso hasta qué punto el economicismo, el sentido capitalista de la vida -y de la muerte, y de la salud- ha conseguido que enfermen nuestras conciencias.
Y tres.
Me debato hoy entre escribir desde la España de la rabia y de la idea o darme a la reflexión para tratar de encontrar razones -si las hubiera- que me ayuden a entender estos tiempos, insólitos de tan viejos. Será que -Marx difuminado- prefiero seguir confiando en la fuerza de la razón -si amable, tanto mejor- antes que dar mi confianza a la razón de la fuerza.
Fue hace días la España 'de cerrado y sacristía' del torero que regala sus luces -espero que no todas en su traje- para túnica 'de diario' del cristo nazareno.
Es hoy, pasado el debate del mandamás faltón nervioso e impertinente, cuando leo que estamos en vísperas del evento donde habrán de sumarse luminarias heterogéneas -más toreros, muchos, y un consejero no sé si de muchas luces en esas lides- en torno a las ponencias del I Congreso Internacional La Tauromaquia como patrimonio cultural a celebrar en la hospitalaria ciudad de Albacete bajo los auspicios de la presidenta de Castilla-La Mancha, esa que nunca entenderá que una sola escuela rural de las que ha cerrado vale más que todos los ruedos de la Mancha patria juntos, y del ministro J.I. Wert, que -perdido, junto a otros sentidos, el del ridículo- tampoco lo entenderá.
Y hoy es también cuando en el BOE podemos leer los españolitos, perplejos o no, el nuevo currículo* de la asignatura de religión -católica, of course- aprobado por la jerarquía de la Iglesia del mismo nombre (la misma que aprobará el contenido de los libros de texto y propondrá el nombre de los profesores).
Un currículo que considera un hecho de evidencia la existencia misma de Dios, que instruye en la justificación desde la fe de la condena de Galileo -eppure, si muove- y sentencia que los pobres mortales somos incapaces de encontrar la felicidad por nosotros mismos.
Será por eso que nos quieren a todos devotos de Frascuelo y de María.
(*) Que no seré yo quien lo critique. Allá el padre, la madre o el escolar adulto que reclama libremente y para sí -o para su pupilo- tal enajenación de conciencia.
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