miércoles, 18 de enero de 2012

confiteor

Confieso que he gozado, y mucho, con este torrente soberbio de sabiduría y sensibilidad, de inteligencia y maestría, de dominio del oficio de escribir, de contar. A pesar de las condiciones de su lectura, las mil páginas de 'Jo confesso', de Jaume Cabré, han sido la experiencia vital e intelectual más intensa de este último mes. Confieso, sí, que con su lectura he vivido.
Mil páginas para darme al placer pleno de la lectura. Viendo cómo desfilan personajes -muchos ya inolvidables- que son ejecutores y víctimas del mal, portadores de ensueños y envidias, de traiciones y desesperanzas, de anhelos. Vivos, de hueso y carne.
Un libro sobre el mal y la culpa, sobre la insatisfacción esencial del ser humano, acerca del afán de saber como antídoto y cura, sobre la belleza y la búsqueda -incierta e inútil- de la bondad. En el que resuena el silencio de Dios, su ausencia, y abruma la capacidad de amor y de muerte de hombres y mujeres.

Un libro que es música, sobre todo música, y acopio de saberes antiguos, de amor a la lengua y a las lenguas. De amor -la Sara de cabellos oscuros-, de amores, y de amistad. La historia de una concatenación de torpezas, de azares guiados por la necesidad ciega que alimenta las pasiones del alma. La vida larga de un violín y una medalla. El hilo que anuda las mil formas de intolerancia y odio en las que se expresa el mal. El Mal sin atributos que recorre siglos de inquisiciones, de fundamentalismos. De los trenes de deportados en los que viajan la infamia, la inocencia y un violín, al tren que estalla en el sueño. Una historia de la culpa, del remordimiento a veces, de la necesidad de restitución. De la impotencia. De la belleza, quizás, como redención.
Una exhibición apabullante de recursos literarios, de arquitectura narrativa, de efectos técnicos, de mezcla y superposición de personas y voces, de tiempos y ritmos, de trabajo paciente, de erudición. Del libro dentro del libro, de las citas y el nombre de los capítulos en latín, de la multiplicación de narradores y narraciones, de lugares, de paisajes, de acentos.
Y todo, en un catalán que quienes mejor lo conocen aseguran que hace de estas confesiones nada agustinianas una obra de referencia de la mejor literatura catalana.

Una declaración de amor imposible y de ganas de vivir hecha por quien se sabe a punto de dejar de ser y sabe desde antiguo por boca de su madre que 'no hemos venido a este mundo a ser felices'. Y mientras, el caudillo Águila Negra y el sheriff Carson sonríen: Sic transit gloria mundi.

4 comentarios:

  1. Yo confieso que lo compré el otro día. Ahora a esperar el momento oportuno para acometer la aventura.

    Besos

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  2. de catalán, nada más que sortida y avinguda, jaja
    pero me llenaste de ganas de leerlo.
    "De la belleza, quizás, como redención" me encantó,
    aunque como idealista pienso que ojalá fuera la generosidad, pero bue...es lo que hay.
    un beso.

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    Respuestas
    1. Está traducido. Me gusta saber de esas ganas de leerlo.
      Por lo demás, ¿acaso hay generosidad sin belleza?
      Besos, y gracias.

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  3. “La belleza como redención”, grandioso!
    Aparte de todo lo que dices, me ha conmovido, también, la pasión por las cosas antiguas. La historia hace de ellas objetos vivos. Lo narra tan bien… Y yo lo siento igual. Por eso a veces... Lástima que mi bolsillo no dé para más. Gracias

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