Me manda Juanjo la invitación. Y con ella me llega un subidón de nostalgia y de impotencia. Y también -¿por qué negarlo?- un punto de indignación y cabreo. Los amigos, esos con los que no podré estar hoy para celebrar la palabra y los recuerdos, saben por qué.
No estaré allí con vosotros para poder mirar juntos el presente de lo que (se) fue. Pero estaré pronto, así lo espero, en la lectura de esta que el autor me describió como una novela de amores difíciles y duros en un Toledo (¿y por qué no una Toledo?) duro y difícil.
Difíciles y duros como piedras los tiempos en que, después de una guerra con vencidos, los vencedores se aprestan a cobrarse el botín de su victoria. No importa cómo, ni en quién, ni a qué precio.
Luis me lo contaba con rabia y -contra su costumbre- sin distancia.
Y en la distancia me sumo al homenaje que le tributa al autor su Ayuntamiento. Razones, las hay de sobra. Aunque yo me quede sin saber la razón por la que su teléfono -solo silencio- se empeña en no abandonar mi agenda.
La cita es a las siete de la tarde. En Toledo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario